La sanidad en la era Trump

Opinión

La sanidad en la era Trump
Catedrático de Economía de la UPF

Puede que el trumpismo esté abriendo hoy el inicio del final de una aspiración poco fundada de buscar en la innovación sanitaria la eternidad de la raza humana. Me explico. La hoy suficientemente rentable industria sanitaria del “más siempre es mejor” puede que sea cortocircuitada en su escalada de “lo nuevo” por el lado de la financiación. 

En el bandazo que recibe hoy la globalización de las políticas sanitarias por parte de la Administración estadounidense, con aranceles sobre los productos farmacéuticos y la bajada drástica en el precio del medicamento, queda cuestionada la innovación farmacéutica tal como la hemos visto hasta hoy. La renuncia al sobreprecio pagado por los estadounidenses por ciertos insumos supone el signo de un cambio. En la carrera al transhumanismo, EE.UU. se baja del tren. Al fin y al cabo, puede que no sea un objetivo compartido socialmente, a la vista de la calidad de vida que ofrecen muchos tratamientos para los que quizás menos gente muestre disposición a pagar por ellos.

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Trump, durante un acto a finales de septiembre

Andrew Harnik / AFP

Y es que la innovación tal como la estamos analizando desde la economía de la salud, en clave coste-efectividad, cada vez contiene menos retornos proporcionales claros en mejoras de años de vida ajustados por calidad. Demasiados años de promesas milagrosas incumplidas con costes skyrocketing . Y sería precisamente la nueva Administración americana que, conscientemente o no, pusiera fin por la puerta de detrás a la ensoñación transhumanista. Lo haría no por el lado de su remisión a la esfera estrictamente privada de la decisión, sino por el de la imposición de una regulación pública de contención de precios sin referente económico alguno.

Fin de ciclo

La política sanitaria de EE.UU. pone en duda la viabilidad del modelo de innovación farmacéutica global

Quizá esté implícito un cambio de valores culturales. Si nuestros nietos tienen asumido que no vivirán como nosotros, o como mucho, lo harán cuando hereden, los ya fuera del sistema productivo deberemos concienciarnos de que las aspiraciones transhumanistas financiadas solidariamente han llegado a su fin. Puede que así estemos ante un cambio de horizontes vitales, incluso para los que se pueden financiar aquella innovación marginal, y que ya no lo exhiben como preferencia de status social. 

Para las prestaciones públicas, aparecen sin embargo otras formas de inequidad más subliminales: se sitúan en algunas listas de espera de diagnóstico o de tratamiento. Ya no es, por tanto, un tema de paquete básico sino de fineza para la incardinación que se haga del aseguramiento privado respecto del público, de priorización solo de la innovación más coste efectiva, y de aceptación social de que no se puede dar todo a la vieja manera: no solo por insostenible financieramente, sino por irracional.

Además, la extensión de los años de vida con baja calidad se empieza a asociar a valores culturales en regresión, como en su día significó el tabaco. Testamentos vitales, solicitudes de final de vida, se asocian hoy a nuevos valores culturales que se registran para aquellos que, a falta de cobertura pública, se lo pueden financiar: patrimonio para legar a la persona estimada versus liquidación en gasto privado de efectividad dudosa, tratamientos muy caros y con pobre calidad de vida.

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