Japón se ha puesto de moda. El principal atractivo son sus precios por la debilidad de su moneda. Todo está baratísimo. Incluso se pueden encontrar vuelos de bajo coste, por lo que las navieras han empezado a programar cruceros muy atractivos por la mayor parte de sus islas. Los datos no mienten. El año pasado 36 millones de turistas se dejaron 48.836 millones de euros, y este año parece que se superarán estas cifras.
La primera vez que visité Japón, hace medio siglo, su renta per cápita era tres veces la española. Ahora estamos ligeramente por encima, y el valor del yen se encuentra en el nivel más bajo de su historia. En una década se ha devaluado en un 70%, y en lo que va de año su caída se acerca al 10%.
Evolución
Japón tenía hace medio siglo una renta per cápita que triplicaba la española; ahora estamos algo por encima, y el yen se encuentra en el nivel más bajo de su historia
Las razones de esta debilidad se explican por su brutal deuda pública. Más del 250% de su PIB –España, el 103% del PIB–, lo que le convierte en el país más endeudado del mundo desarrollado. Tan es así que hay analistas que han llegado a pronosticar que puede ser la mecha de la próxima crisis de deuda norteamericana y que arrastraría al resto del mundo. Su ventaja es que la mayor parte de dicha deuda está en manos de inversores japoneses y de su banco central, por lo que se aleja el temor de la bancarrota. Pero, a pesar de todo, los japoneses tienen miedo de entrar en crisis y han dejado de consumir, lo que a su vez favorece la caída de precios.
Una austeridad que contrasta con la exuberancia que muestran los turistas europeos, que se sienten ricos. Por cada 100 euros te pagan 17.518 yenes, que es lo que te puede costar una habitación en un aparthotel en el céntrico barrio de Shinjuku. Un almuerzo en un restaurante medio se sitúa entre 15 o 20 euros por persona y los billetes del metro o la entrada a la emblemática Torre Roja no llegan a
5 euros. Nada que ver con los precios de Barcelona o Madrid y por supuesto con los de Nueva York, por no hablar de la limpieza o la seguridad que ofrece Tokio.
RICHARD A. BROOKS
Por todo ello no es extraño ver a familias de españoles, franceses o italianos de clase media deambular por sus templos o sus múltiples monumentos. Si en los años setenta eran los japoneses con sus cámaras fotográficas colgadas al cuello quienes invadían el Viejo Continente, ahora somos los europeos con nuestros teléfonos móviles quienes invadimos Japón.
Tras la Segunda Guerra Mundial los norteamericanos les proporcionaron un amplio apoyo económico y tecnológico. Tras las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, se trataba de reconstruir aquel país. Tal vez por su mala conciencia o para convertir a Japón en una especie de protectorado de EE.UU. en el Pacífico. El precio que tuvieron que pagar fue la prohibición de tener un ejército propio. Paradójicamente, esto les permitió un fuerte ahorro en defensa que pudieron destinar a otras cosas, y se pusieron a la cabeza de la revolución industrial, como Alemania con el Plan Marshall.
Pero aquello se acabó. Una de las mayores sorpresas cuando visitas este fascinante país es que la primera industria japonesa ya no es el automóvil ni la electrónica, sino el anime, los peculiares dibujos animados. Es increíble como han penetrado sus personajes en la sociedad nipona. En el barrio de Akihaba los jóvenes van vestidos como los personajes. En todo el país hay una extraña mezcla de anime, manga, videojuegos, religión y cultura tradicional cuyo principal objetivo es el dinero.