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La independencia, en nanómetros

Opinión

Francesc Fajula de Quintana CEO de Mobile World Capital Barcelona

Sin microchips, no funciona ni un móvil, ni un coche, ni un misil, ni una granja solar. Los semiconductores son la infraestructura invisible del mundo moderno. Y hoy, su producción depende, sobre todo, de una isla: Taiwán. Esta isla no nació como potencia tecnológica. Durante la Segunda Guerra Mundial era una base de reparación de aviones de EE.UU. al Pacífico. A finales de los años 50, empresas como Philips y Texas Instrumentos instalaron plantas de montaje electrónico. En los 80, Made in Taiwan se convirtió en sinónimo de electrónica asequible. Pero fue en 1987, con la creación de TSMC —una empresa centrada exclusivamente en la fabricación de semiconductores para terceros— que Taiwan cambió su destino.

I-Hwa Cheng

Bloomberg

Hoy, TSMC fabrica el 60% de los semiconductores mundiales y el 92% de los más adelantados, por debajo de los 5 nanómetros. Ya trabaja con nodos de 1 y 2 nm. Esta miniaturización extrema no es solo una proeza física, sino también económica y política. Los EE.UU., conscientes de su dependencia, han impulsado cuatro fábricas en Arizona, que llegarán a los 3-4 nm en el 2028. Y han necesitado importar más de 3.000 ingenieros taiwaneses para garantizar la viabilidad. En Europa, Intel anunció la construcción de una planta en Dresde que producirá chips de 17 nm, una tecnología que ya se considera gama media. Mientras tanto, Taiwan consolida su liderazgo y produce los chips que alimentan la inteligencia artificial, los vehículos eléctricos o incluso nanorrobots capaces de circular por el torrente sanguíneo.

Soberanía

Europa representa solo el 10% de la capacidad mundial de producción de chips: hace falta talento, diseño e inversión

Estados Unidos domina el diseño de semiconductores gracias a gigantes como Nvidia, AMD o Qualcomm, pero ha externalizado masivamente su fabricación especialmente a Taiwán, con TSMC, y a Corea del Sur, con Samsung. Esta dependencia industrial se ha convertido en un punto crítico en un contexto de tensión creciente en el estrecho de Taiwan.

El mundo se digitaliza, pero depende de una sola isla a pocos kilómetros de la China continental. China ha reaccionado a las restricciones norteamericanas con una carrera contrarreloj para garantizar autosuficiencia. Busca desarrollar su propia capacidad de fabricación, trabajando ya en nodos de 7nm, a pesar del bloqueo de acceso a la tecnología occidental más adelantada.

Europa representa solo el 10% de la capacidad mundial de producción de semiconductores. La respuesta es el European Chips Act, que quiere duplicar la cuota hasta el 20% en el 2030. Pero este objetivo exige más que inversión: hace falta soberanía en diseño, acceso a materiales y, sobre todo, talento. Solo ASML, de los Países Bajos, juega a primera división, con una tecnología —la litografía EUV- imprescindible para la fabricación adelantada. Es la empresa más estratégica de Europa.Los chips no son una industria más, son la clave para decidir qué lugar tendremos en el mundo digital. Si no los fabricamos nosotros, nos los venderán... o no. La independencia no se mide en banderas, sino en nanómetros.