¿Turboeconomía de la innovación?

¿Turboeconomía de la innovación?
Editorial Team

Se han publicado las estadísticas oficiales de I+D, correspondientes al año 2024. La inversión en I+D de la economía española creció por décimo año consecutivo, y alcanzó los 23.981 millones de euros, un máximo histórico. Desde la pandemia, dicha inversión se ha incrementado en un 52%. La I+D ha crecido notablemente en la totalidad de las comunidades autónomas. Las que crecen más, Navarra (con un incremento del 70% en cinco años), Aragón (68%), Galicia (65%) y Madrid (62%). La que menos, Castilla-La Mancha (19%). Son grandes noticias. Un despegue a esta velocidad solo puede entenderse a la luz de la llegada masiva de fondos europeos. El país alcanza el 1,5% de inversión en I+D sobre PIB (indicador clave de la competitividad de una economía). Lideran Navarra (2,34%), País Vasco (2,30%), Madrid (2,18%) y Catalunya (1,82%), que se sitúan por encima de la media. Un reciente informe de la Unión Europea identifica Madrid y Barcelona como dos de los polos con mayor concentración de centros de I+D de Europa. ¿Estamos, definitivamente, despertando de nuestro letargo innovador? ¿Entramos en una turboeconomía de la innovación?

No lo creo. Nos situamos todavía muy lejos de las posiciones que nos corresponden. Estamos exactamente a la mitad del objetivo europeo fijado para el 2020 (3% de inversión en I+D/PIB). Además, la Estrategia Española de Ciencia, Tecnología e Innovación, que establecía un objetivo del 2,12% en el 2027, difícilmente se cumplirá teniendo en cuenta que, pese a su evolución positiva, la I+D solo ha aumentado en el último año una centésima de PIB. Corremos mucho, sin movernos del mismo lugar. Seguramente porque, aunque se investiga más, la economía crece más rápidamente en sectores de bajo coste, lo que diluye el indicador.

Inversión histórica

La inversión en I+D en España creció por décimo año consecutivo y alcanzó los 23.981 millones de euros, un máximo histórico, pero la mayoría de fondos viene de Europa

Pero además, ¿dónde está esa innovación? ¿Se convierte la I+D en productividad y empleos de calidad? No lo parece. Conviene recordar que no es lo mismo investigar que innovar. La innovación no es la consecuencia inmediata de la I+D. La I+D es un esfuerzo, que puede (o no) revertir en resultados económicos, o puede quedarse en un cajón en forma de un bonito artículo. Dependerá de la existencia de estrategia, y de capacidades organizativas y comerciales en los agentes de la innovación (investigadores, emprendedores y empresas). La innovación es la explotación con éxito de nuevas ideas o de nuevo conocimiento. Las ideas o el conocimiento que no se explotan, o lo hacen sin éxito, quedan en inocuas invenciones (no en innovaciones). Quizá por ello este incremento de la I+D no revierta realmente en productividad: hay más investigadores en el sector público que en el privado, y todavía hoy el número de empresas que declaran actividades de I+D es menor que las que existían en el 2008, antes de la crisis financiera. Tenemos, por tanto, un sistema de innovación que se nutre de abundantes recursos europeos, que presenta destellos positivos de crecimiento, pero en el que una proporción excesiva de I+D se ejecuta dentro del perímetro de lo público. Por eso no sale a la luz en forma de mayor productividad en la economía. Y no saldrá mientras nuestras políticas no tengan como obsesión desarrollar a gran escala sectores intensivos en I+D y no generen los incentivos correctos para que también las empresas adopten la I+D como ventaja competitiva.

Detalle de la sala de producción y desarrollo de Hipra.

Unidad de desarrollo de una empresa española

HIPRA / Europa Press

¿Vamos en esa dirección? Los datos de la I+D y el reciente informe de Cáritas sobre la pobreza en España pueden ser dos caras de la misma moneda: mientras se fortalecen algunos núcleos innovadores en el país, la incapacidad del sistema económico de traducir el esfuerzo en I+D en productividad real, y el crecimiento de sectores poco productivos mediante la creación masiva de empleo poco cualificado van desvaneciendo las clases medias, verdadero output de un sistema innovador (y sostén de una democracia sana). Si somos o no innovadores también se ve en las calles. Según Cáritas, la precariedad laboral se ha normalizado (temporalidad, rotación, trabajo parcial involuntario, empleo de baja calidad –incluso tener empleo ya no asegura escapar a la exclusión–). El salario más frecuente en España se acerca al salario mínimo interprofesional. Asoma la pobreza, mientras se incrementa la asfixia fiscal y la maraña burocrática (nada óptimo para la innovación). Nos endeudamos, y la cesta de la compra no para de subir. El sistema de protección social entra en crisis, y al Estado de bienestar le crujen las costuras. Cáritas llama a repensar el modelo social y productivo: no basta el crecimiento económico, hay que modular la dirección de ese crecimiento para asegurar la equidad, la justicia social y la sostenibilidad (tanto social como ecológica). Pero todo ello es imposible sin una economía intensiva en I+D, productiva, y basada en sectores de alto valor añadido.

Impacto inocuo

Nuestro I+D se ejecuta dentro del perímetro de lo público, por eso no sale a la luz en forma de mayor productividad en la economía

Es la hora de establecer un nuevo contrato social en el que la I+D productiva sea la base de generación de riqueza. Una economía rica en I+D permite desarrollar productos y servicios de mayor valor, que se venden a precios más altos, generan mayores márgenes empresariales y permiten mejores salarios y empleos. Recordemos que las cotizaciones sociales de hoy pagan las pensiones de hoy,

no nos pagarán las de mañana. Las de mañana las pagarán las estructuras de I+D productiva que seamos capaces de consolidar hoy. Si la sociedad civil y los ciudadanos no entienden la urgencia de la I+D, hay que alertar de otra cosa: quizá no nos podremos jubilar. Eso se entiende mejor.

Hay datos positivos en la evolución de nuestra I+D, pero queda trabajo por hacer. Además, se cierne una amenaza crítica: ¿qué ocurrirá cuando se corte el grifo de los recursos europeos? ¿Seremos capaces de financiar algo tan estratégico como la I+D con recursos propios? ¿O de nuevo acudirá la UE, en este caso con el anhelado Plan Draghi, y nos sacará del apuro pagando nuestra innovación? No soy demasiado optimista. Como le dijo un ingeniero chino a un buen amigo, directivo de un centro tecnológico vasco, durante un viaje a Shenzhen –hoy, el clúster innovador más potente del planeta–: “Europa es un Power Point”. Deseo no tener que darle la razón. Pero, por si acaso, convendría empezar a preparar un plan B.

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