La fragilidad de Francia
Incertidumbre
El reciente robo de joyas napoleónicas en el Louvre –entre ellas piezas de incalculable valor atribuidas a la emperatriz granadina Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III– ha devuelto a los titulares el brillo de una Francia imperial que también conoció sombras. Y es que en pleno Segundo Imperio, hacia 1857 una grave crisis política y financiera asoló al país: bancos al borde del colapso, caída industrial y malestar social. Una elegancia de salón que convivía así con tensiones económicas que acabarían precipitando, algunos años después, la caída del régimen.
Esta fragilidad resuena hoy con una nueva crisis política e institucional, en donde Francia ha conocido, en los últimos dos años con Emmanuel Macron, hasta cuatro primeros ministros. Desde septiembre es titular Sébastien Lecornu, quien ha suspendido la reforma de pensiones que debía elevar la edad de jubilación a 64 años, ante el riesgo de una moción de censura. La evidente crisis política, tras meses de bloqueo parlamentario, pone en jaque la aprobación del presupuesto. En definitiva, un clima de ingobernabilidad que recuerda a épocas pasadas.
En los últimos 15 años, el país ha presentado déficit fiscal primario de forma ininterrumpida, el último en 2024 equivalente al 2,3% del PIB”
Es esta una crisis que alude a la imperiosa necesidad de consolidación fiscal de nuestro vecino, que viene retrasando en el tiempo y cuya radiografía económica hace dudar de la diferencia entre países centrales y periféricos en la eurozona. En los últimos 15 años, el país ha presentado déficit fiscal primario –diferencia entre ingresos y gastos públicos, excluyendo el pago de intereses de la deuda– de forma ininterrumpida, el último en 2024 equivalente al 2,3% del PIB.
El déficit público se sitúa además a la cabeza de la eurozona, 5,5% del PIB en 2024, para una deuda pública equivalente al 113%. Su generoso sistema de prestaciones sociales implica destinar, por otro lado, un 14% de su PIB a las pensiones públicas, mientras que la cifra de gasto social –la envidia durante décadas al sur de los Pirineos y que excede en 9 puntos porcentuales a la nuestra–, supera el 50% del gasto público total galo. El crecimiento apenas roza el 0,7%, mientras el consumo interno se enfría por la inflación y el temor a ajustes más severos.
Como en los tiempos del Segundo Imperio, Francia bascula entre el esplendor y la fragilidad”
Y sin embargo Francia navega 2025 con amortiguadores que la alejan del patrón “periférico”. Tras el shock energético, su balanza por cuenta corriente volvió al superávit en 2024, apuntalada por un fuerte saldo de servicios (+56.500M€) y un turismo récord, que incluye más de 100 millones de visitantes y 71.000 millones de ingresos. La economía creció un +1,1% en 2024, con su banca bien capitalizada y sin tensiones de financiación sistémica.
Su amplia base industrial, con líderes globales en aeronáutica, lujo y farmacéutica es además muy sólida. El país mantiene también un poderoso ecosistema de I+D+i, desde la inteligencia artificial a la energía nuclear, cercano al 2,3% del PIB con el que sostiene la competitividad y su base exportadora. Posee además un atractivo inversor único, siendo líder en 2024 en la captación de proyectos de inversión extranjera directa en Europa, el 19% del total.
Como en los tiempos del Segundo Imperio, Francia bascula entre el esplendor y la fragilidad. Hoy, con presupuestos inciertos y rebajas de calificaciones, Francia se enfrenta al dilema entre mantener su brillo y corregir los desequilibrios. Su peso industrial y tecnológico la consolidan como un actor central europeo, pero solo una agenda coherente de reformas fiscales, laborales y productivas permitirá que esa herencia de poder se traduzca en liderazgo duradero.