Otra semana trumpista y nuevo caos y perplejidad tanto en EE.UU. como fuera de ellos. Allí, en el corto plazo, algunas medidas afectarán negativamente a su electorado. Por ejemplo, el rechazo de la inmigración, por su impacto sobre un sector agropecuario particularmente dependiente de ella. O por los aranceles del 25% para el acero y aluminio, aunque probablemente todo termine como en el 2018/19, con excepciones y represalias moderadas. Fuera de EE.UU., la espada de Damocles sobre Canadá y México y su decisión sobre Europa continúa ahí, pendiente.
Pero no todo son aranceles. En fiscalidad, el presidente amenaza con sanciones a los países que impongan, a empresas americanas, el acuerdo sobre el 15% de tributación mínima de multinacionales; o para los que, como Canadá y algunos europeos, mantengan impuestos sobre servicios digitales.
El interés de EE.UU. está en el Pacífico y a sus empresas nadie les tose
En regulación, el vicepresidente Vance, de visita imperial en París esta semana, declaró sin mucha sutileza que EE.UU. no estaba de acuerdo con las multas que la Comisión ha estado imponiendo a las tecnológicas americanas. Un nuevo aviso a navegantes: la UE debe cambiar de paso y desfilar hacia la desregulación como quieren EE.UU. y sus tecnológicas.
Y en defensa, el nuevo secretario americano Pete Hegseth nos ha informado de que Europa debe proveer, a partir de ya, del grueso de la ayuda militar a Kyiv, añadiendo que el reconocimiento de las fronteras anteriores al 2014 era irreal; y que EE.UU. no era ya la garantía de la seguridad europea. En román paladino, hay que redefinir la OTAN y los estados europeos deben aumentar su gasto en defensa hasta el 5% del PIB. Algo que nos ha recordado el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, hasta hace poco un primer ministro de los Países Bajos particularmente partidario de las políticas de austeridad. Si hay que elevarlo tan sustancialmente, ¿en qué dejaremos de gastar? ¿O vamos a endeudarnos de nuevo? Para dar mayor verosimilitud a ese cambio, el miércoles Trump anunció el inicio de conversaciones con Rusia para finalizar la guerra. Una nueva afrenta a la Comisión Europea de Von der Leyen y a las políticas de muchos de sus miembros.
Pero no todo sale como se desea, y esa avalancha de decisiones comienza a cobrarse peaje en los mercados financieros: el dólar pierde fuelle, el oro está en máximos históricos, los tipos de interés se mantienen tozudamente elevados, la inflación no cede y los inversores en la bolsa americana intentan protegerse de súbitos cambios.
Quizás a Trump no todo le esté saliendo como deseaba. Pero el cambio de rumbo se ha definido: los intereses militares y geoestratégicos de Estan Unidos están en el Pacífico y a las empresas estadounidenses nadie les tose. Un radical cambio de rasante más que anunciado. Mientras aquí, en el ínterin, además de reunirnos, protestar y lamentarnos, ¿qué hemos hecho? ¿Quo vadis, Europa?