Se necesita personal

Tendemos a vincular el futuro del trabajo a la revolución tecnológica, dominando la sensación de que la inteligencia artificial destruirá un sinnúmero de empleos y dejará a muchos ciudadanos al margen del mínimo bienestar. Un escenario con tintes catastrofistas, si bien habrá que ver hasta qué punto tanta amenaza acaba por despedazar el mundo del trabajo tal como lo conocemos.

Pero no todo depende de la tecnología, pues nos encontramos ante dos fenómenos, ciertos e inmediatos, que incidirán de manera contundente en el caso español; dos realidades a tiempo de ser conducidas y cuyas consecuencias, para lo bueno y para lo malo, van a depender de cómo se haga desde nuestros poderes públicos.

Es hora de apostar por una reconversión en profundidad de sectores caducos

De una parte, estamos cerca de una renovación en profundidad de la Administración, dado que la mitad de los funcionarios superan los 50 años, por lo que en la próxima década nos espera una avalancha de jubilaciones. De otra, en el ámbito privado, la diferencia entre salidas e incorporaciones al mercado laboral hace que, en el mismo plazo de diez años, necesitemos a 3,5 millones de trabajadores foráneos. Ante estas dinámicas imparables podemos limitarnos al mero reemplazo de unos funcionarios por otros y a abrir las fronteras a los inmigrantes que necesitemos. Sin embargo, resultaría muy lamentable desaprovechar esta oportunidad histórica para conducir nuestro modelo económico hacia donde más nos convenga.

Así, la jubilación masiva en el sector público debería llevar a preguntarnos qué modelo de gestión deseamos. Sin duda, la certera aplicación de la tecnología puede mejorar en mucho la eficiencia, pero la modernización más relevante radica en implementar mecanismos de rendición de cuentas y de coordinación entre los diversos niveles de la Administración.

A su vez, la llegada masiva de extranjeros resulta fundamental para cubrir empleos esenciales, pero debemos debatir si también debemos apelar a la inmigración para perseverar en sectores de escaso o nulo valor añadido que solo pueden sobrevivir gracias a sus pésimas condiciones laborales. Estos últimos meses ya hemos visto diversos episodios de rechazo al inmigrante que, pese a malvivir y asumir trabajos que no quiere nadie, despierta la ira de los locales. Un fenómeno que irá a más pues nada señala que mejorará el bienestar de los nacionales, que se sienten perjudicados por la llegada del extranjero, a la vez que el desatado discurso xenófobo estimula este odio al distinto.

Estamos, pues, antes unas circunstancias únicas para, tal como ha sucedido regularmente en diversos momentos de nuestra historia económica, apostar por una reconversión en profundidad de sectores caducos. Aquellos que, hoy, se sustentan en empleo misérrimo requieren de la llegada masiva de inmigrantes y alimentan el malestar social. Es muy posible que el futuro del trabajo dependa de la revolucionaria inteligencia artificial, pero no menos de la tradicional buena política.

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