Siguiendo la política tan querida por el banco central (esperar y ver), todo apuntaba a que ayer el BCE mantendría los tipos de interés en el 2%. Porque, a pesar del ligero aumento de la inflación de agosto (2,1%) y del repunte de la actividad, deberían permitir mantenerla controlada en el deseado 2% el rally del euro (aumento del 13% sobre el dólar desde principios de año), la caída de la energía, la moderación en precios de los servicios y unas expectativas para 2026 de escaso impulso inversor alemán. Al mismo tiempo, el posible redireccionamiento de exportaciones de China desde los EE.UU. A la UE puede presionar a la baja nuestros precios (China se encuentra en clara deflación), añadiendo tranquilidad al 2% del BCE. En el otro extremo, el del riesgo del crecimiento y posibles caídas del IPC por debajo del objetivo, el consenso sugería que las reducciones de tipos han compensado el efecto negativo del alza arancelaria de Trump, que superó la esperada por el banco central.
Pero estos elementos coyunturales no pueden hacernos olvidar otros más profundos que continúan ahí, aunque no queramos verlos. Y entre ellos, probablemente el más relevante hoy sea el de la crisis política y sus efectos sobre el riesgo-país en Francia, por el potencial contagio sobre los países del sur del área. Cierto que éstas tienen hoy sus finanzas públicas más controladas, pero si los problemas de deuda francesa no se resuelven pronto, tarde o temprano los vigilantes del mercado de bonos intervendrán. Y ahí es donde aprieta el zapato: un posible contagio hacia los endeudados países del Mediterráneo no puede descartarse, aunque el BCE tenga instrumentos para contenerlo. No en vano James Creville, el afamado consultor político de Clinton y autor de la tan conocida frase “es la economía, estúpido”, afirmó que, de reencarnarse, no quisiera hacerlo como presidente, papa o estrella del beisbol sino como aquel que intimida a todos. Es decir, como vigilante del mercado de bonos.
La austeridad en el gasto y el aumento de ingresos caerán sobre su presa
En este contexto, no olviden lo sucedido hace menos de dos semanas en los EE.UU., donde los intereses de la deuda a largo se elevaron de golpe, al igual que en Japón por la dimisión de su primer ministro, por no hablar de las dificultades en Gran Bretaña para recortar el déficit (vean mi columna del pasado 5 de septiembre, Hombres de negro, de nuevo ). Como recordaba el Financial Times, los vigilantes sobrevuelan de momento los mercados, a la espera de un probable accidente: la deuda pública del conjunto de la OCDE ha pasado del 70% del PIB de 2007 al 110% hoy. De no producirse las medidas que restauren la confianza sobre unas finanzas públicas deterioradas (vía austeridad en el gasto, aumento de ingresos o ambos a la vez), en algún momento dejarán de volar y caerán sobre su presa. Y eso vale tanto para Francia, los EE.UU., Japón o Reino Unido, como para nosotros.