La economía va bien y la política va mal. Paradójicamente, este divorcio favorece al mundo de los negocios. La bolsa sube y los beneficios se incrementan. Esto supone que los empresarios tienen las manos libres para tomar sus decisiones con una cierta autonomía, dado que hay un gobierno débil que depende de sus socios de investidura, que son quienes realmente han cogido el mando, como puso de manifiesto la ley de reducción de la jornada laboral.
En la medida en que la clase política, lejos de crear un marco que favorezca a la economía productiva, se ha convertido en un hándicap, los empresarios se sienten cada vez más cómodos con el vacío de poder.
Los empresarios se sienten cada vez más cómodos con el vacío de poder
Probablemente sería mejor tener unos presupuestos anuales que marcaran los objetivos de la política económica y un Ejecutivo con una agenda reformista. Pero no hay mal que por bien no venga.
Mientras tanto, la economía va. Impulsada por el viento de cola y, como dice el ministro Cuerpo, se está creando un círculo virtuoso como en los mejores tiempos. Esto ha permitido al presidente Sánchez anunciar a bombo y platillo la revisión al alza de solo una décima del PIB para este año, al pasar del 2,6 al 2,7%.
Este crecimiento se basa en un mayor consumo por la llegada masiva de migrantes y de turistas, que crean más empleo y proporcionan más recaudación fiscal, lo que permite reducir el déficit sin dejar de consumir como si no hubiera un mañana. Al reducirse el paro, hay menos gastos en prestaciones al desempleo, lo que da mayor margen para crear unos presupuestos expansivos para el próximo año. Es decir, existen más oportunidades de satisfacer las demandas de sus socios de investidura y aspirar a que se puedan aprobar los presupuestos por primera vez desde que se inició la legislatura y no seguir prorrogando los del 2022.
Hasta julio, los ingresos por IRPF crecen el 12%, cerca de 10.000 millones adicionales. Al no deflactar la tarifa se está produciendo un aumento de la presión fiscal en frío a costa de los asalariados. Esto, unido a los cerca de 30.000 millones que se han quedado sin gastar de los fondos Next Generation y que hay que invertir para no perderlos, permite garantizar una situación de bonanza un tiempo más y evitar la convocatoria de elecciones.
Pero lo importante para el bolsillo de la gente es que con este aluvión de ingresos, el salario de los empleados públicos está subiendo un 4,5%, crece el gasto en pensiones, las subvenciones aumentan un 31%, y las inversiones públicas, un 35%. Incluso aumentarán los gastos en defensa y se cumplirá el compromiso con la OTAN de superar el 2% del PIB.
Es la cuadratura del círculo. El Estado hasta julio ha aumentado el gasto más de un 6% y el déficit se reduce un 0,7%. Por primera vez desde el 2007, habrá superávit primario. Nada de esto impresiona a los empresarios, que siguen gestionando al margen de lo que dice o hace el sector público.