La igualdad de los españoles

La negociación de un nuevo modelo de financiación para Catalunya, junto con la quita de la deuda de las autonomías con el Estado, ha levantado la indignación de buena parte de la política española, especialmente de los conservadores, con la presidenta de la Comunidad de Madrid al frente. Se puede entender que los excesos del independentismo y el recuerdo del infausto procés puedan llevar a desconfiar de todo lo que suene a catalán, pero esta contundencia en la afirmación de que Catalunya es la responsable de la falta de igualdad entre los españoles carece del mínimo sustento.

Al margen de que la razonable propuesta de quita viene de lejos, surgió del Partido Popular cuando gobernaba, hay dos consideraciones que convendría tener en cuenta antes de hablar alegremente de desigualdad y de acusar de la misma a la financiación autonómica y a Catalunya.

País Vasco, Navarra y Madrid han sido responsables de la falta de equidad

Así, hasta la fecha, la comunidad catalana no ha sido responsable de la falta de equidad del modelo autonómico como, por contra, sí lo han sido País Vasco, Navarra y Madrid. En el caso de las comunidades forales, por su trato de favor consagrado por la Constitución, mientras que Madrid, aún sin disfrutar de un marco diferencial, se ve claramente beneficiada por albergar la totalidad de la inmensa trama institucional estatal. Además, bajo los gobiernos de José María Aznar se favoreció, o se impuso, que los nuevos y poderosos agentes económicos, públicos y privados, surgidos de aquellos tiempos de desregulación y privatización, se ubicarán en Madrid. Sin duda, parte del éxito de la capital reside en el buen hacer de los propios madrileños, pero sin ese impulso discriminatorio desde la política, hubiera resultado una España mucho más equilibrada y cohesionada.

Por otra parte, sorprende que se pueda señalar a la financiación autonómica como el eje de la desigualdad, cuando la creciente e insostenible diferencia entre unos y otros nada tiene que ver con el modelo autonómico, sino con las dinámicas globales que nos superan y con la orientación de las políticas públicas estatales y autonómicas. Por ello, no es casualidad que la enorme acumulación de riqueza en Madrid conviva con una creciente desigualdad y un progresivo deterioro de servicios públicos esenciales.

Todo ello responde a ese modelo de sociedad que representa como nadie Donald Trump y cuyos aprendices se multiplican por todas partes, también en España. Una concepción que asume como natural la fractura y que a una parte notable de la sociedad se le niegue la posibilidad de una vida decente. Así, no es de extrañar que, ante el desgaste de servicios públicos esenciales, quien mínimamente pueda vaya a lo privado, lo que, a su vez, retroalimenta el deterioro de dichos servicios y erosiona la cohesión social. La desigualdad no resulta ni de Catalunya ni de la de financiación autonómica en general, sino que es consecuencia de la voluntad por avanzar hacia un determinado modelo de sociedad.

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