Saber perder

Opinión

Saber perder
Escritor y economista. Profesor asociado de Esade

He ocupado puestos de responsabilidad durante años. He dirigido, he invertido, he emprendido. Como tantos otros directivos, no me gusta perder. Me esfuerzo, compito, me involucro. Y, como muchos de ustedes, si, por ejemplo, juego al parchís, juego para ganar. Como sea.

Hablando del parchís, lo curioso es que el parchís es un juego con poca estrategia. El 95% es suerte. Y, aun así, hay quien se enfada cuando pierde. Yo antes era así. ¡Me enfadaba perdiendo al parchís! Y ahí reconozco también a muchos directivos. Personas que cuando participan, lo hacen con todo. Porque tienen ambición. Y quiero hablar de esa ambición. Pero de la buena.

La buena ambición difiere en mucho de la codicia. No hablo de esa avidez sin fondo que acumula por acumular. Hablo de la ambición que empuja a crecer, a crear valor, a generar empleo. La que busca impacto, reconocimiento, legado. La ambición que nos pone en marcha y nos mantiene vivos. Pero incluso esa ambición, la más sana, necesita una contrapartida. Saber perder. Saber perder no significa resignarse. No significa rendirse. Significa aceptar. Y aceptar es también una fortaleza. El que no sabe perder no sabe cuándo parar. Sigue. Se obceca. Se obstina. Hasta que la ambición deja de ser virtud para convertirse en vicio. Los directivos que no saben perder acaban tomando decisiones equivocadas. Porque pierden el sentido del límite. Como quien va al casino y tras cada pérdida sube la apuesta. Se arruina o se obsesiona. Saber perder es también saber fijar una línea roja. Asumir una pérdida para evitar una ruina. Poner coto. Determinar cuándo una inversión deja de tener sentido. Saber cuándo retirarse.

Y eso es lo que caracteriza a un buen directivo. No es el que nunca se equivoca. Sino el que sabe asumirlo. El que sabe cortar a tiempo. El que entiende que no hay peor derrota que la que te niegas a reconocer. La ambición es buena. Y necesaria. Tiene una vertiente sana. La ambición es parte de la naturaleza humana. Es un instintiva, primaria. Pero sin capacidad de pérdida, se vuelve peligrosa. Porque convierte cada obstáculo en un punto de no retorno. Saber perder es el freno que regula la marcha. Es el gesto sereno que permite tomar perspectiva y reevaluar. No es una señal de debilidad. Es una forma de sabiduría. La capacidad de pérdida es racional y es el contrapeso, necesario y competencial, de la ambición. La dificultad es que en ese saber perder, realmente se pierden cosas. Dinero. A veces, credibilidad. Tiempo invertido. Pero son costes hundidos. Costes en los que ya has incurrido y, por no saber perder, seguimos perdiendo más. De un tiempo acá –será la edad– ya no me importa perder al parchís… Pero es que, a veces, saber perder es una de las formas más elegantes de ganar. O como dicen los viejos generales: una retirada a tiempo es una victoria.

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