Las delicias del dolor ajeno

El fallecimiento del fundador de Mango

Las derivadas de la investigación de la muerte de Isak Andic

MADRID, 14/12/2024.- Fotografía de archivo, tomada el 18/03/2024 recibiendo el Premio Reino de España a la Trayectoria Empresarial, del propietario de la cadena de moda Mango, Isak Andic, que ha fallecido este sábado al caer al vacío desde una altura de unos 150 metros cuando hacía una excursión con varios miembros de su familia en las cuevas de salitre de Collbató (Barcelona). EFE/Andreu Dalmau (Recursos de archivo en www.lafototeca.com Códigos 21914120, 21914138, 4506346 y otros) M eb-nac/ie/may (Recursos de archivo en www.lafototeca.com Código 21914120, 21914138, 4506346 y otros)

El fundador de Mango, Isak Andic

Andreu Dalmau / EFE

¡Cómo disfrutamos con el sufrimiento de los ricos y famosos! ¡Qué ganas de que caigan de sus pedestales! ¡Cómo nos deleitan sus penas, sus tragedias! ¡Qué oportunidades tan jugosas de cotilleo nos dan!

No me excluyo. He participado, como casi todos, en este deporte. Pero el impulso no deja de ser ruin, miserable e inhumano. Nos olvidamos de que, salvo la casualidad de sus circunstancias, los ricos son personas de carne, hueso y lágrimas como nosotros. Sin embargo, dada la oportunidad, los convertimos en material de telenovela, en malos de ficción, sin pensar en el infierno en vida al que los estamos condenando. Y si las autoridades se suman al juego, pues luz verde para participar sin remordimientos en la caza.

Me refiero al caso Andic, que entretiene a tantos después que una jueza abrió hace mes y medio una investigación de homicidio o—mejor dicho, y más divertido aún— del infame delito de parricidio. Como sabrán, Isak Andic, el fundador de la empresa Mango y el hombre más rico de Catalunya, murió al caer en la montaña de Montserrat en diciembre del año pasado. La única persona que estaba con él era su hijo Jonathan. No hubo más testigos. Lo que se investiga es la posibilidad de que no hubiese sido un accidente trágico, de que no fuese un resbalón, como dice Jonathan, sino que Jonathan lo empujó.

Haré una confesión. Mi intervención en este tema no es desinteresada. Conocí bien a Isak Andic

La segunda versión es la más apetecible para el gran público, y parece que para la policía también. Que se haya desplomado por el precipicio sin querer, menudo aburrimiento. No. Queremos morbo, queremos diversión, queremos tema de frívola conversación. Aunque no tengamos ni idea de lo que pasó porque nadie lo sabe salvo Jonathan, y quizá Dios. Por eso, en nuestra desesperación por creer lo peor, nos aferramos a las migajas que sueltan las autoridades a través de los medios.

Que Jonathan tenía una mala relación con su padre, nos cuentan. Bueno, aunque fuese verdad, ¿existe siempre una conexión causa y efecto entre mal rollo con papá y asesinarlo? Si así fuera, el parricidio sería tan común como un resfriado. Como “prueba”, es una ridiculez. Pero me consta que no es verdad.

Haré una confesión. Mi intervención en este tema no es desinteresada. Conocí bien a Isak Andic. No exagero si digo que llegamos a ser amigos. Conozco, aunque menos bien, a su hermano mayor, a sus dos hijas y al propio Jonathan. Me consta que todos ellos no solo apoyan a su hermano o sobrino a capa y espada, sino que mantienen que la relación entre Isak y Jonathan había sido, en los últimos años, ejemplar -de respeto, amistad y afecto-. Hubo un cierto enfrentamiento por discrepancias empresariales hace una década -en 2015, cuando Mango atravesaba un momento delicado- pero es una vieja historia.

La narrativa del Edipo adinerado genera atracción. La envidia elimina la empatía y mata la bondad

No me tienen que creer. Quizá me equivoco. Quizá -no lo creo, pero exploremos la hipótesis- los familiares de Jonathan mienten. Pero, repito, aunque así fuese, si resultase que Jonathan realmente se estaba llevando mal con su padre en diciembre del año pasado, ¿y qué? Y, si, como también dicen, Jonathan se comportó de manera incoherente el instante después de la caída de su padre, y si después se contradijo con la policía, qué sorpresa, ¿no? Prueba de asesinato, ninguna.

La única prueba contundente de homicidio sería que alguien hubiera presenciado lo que ocurrió ese terrible 14 de diciembre de 2024 en Montserrat. O si “algo” lo hubiera visto. Me refiero no a Dios sino a algo parecido, al ojo digital que está en los cielos, a los satélites que conectan con nuestros teléfonos móviles. He investigado un poco la cuestión y me dicen que es imposible que estos aparatos puedan detectar si Isak cayó o fue empujado. A ese punto de precisión no llegan. Pero no soy experto forense e igual me equivoco. Quizá una cámara celestial registró lo que pasó. El tema es que de momento semejante prueba no ha salido a la luz. Sin embargo, ahí tenemos a multitudes destruyendo el carácter de Jonathan Andic a la vez que se condena a él y a su familia a un infierno inimaginable. Como si fuera su merecido castigo por ser ricos. No sé ustedes, pero yo, en su situación actual, preferiría mil veces ser pobre si a cambio me dejaran en paz.

Imagínense si las circunstancias de la muerte de Isak Andic hubieran sido iguales pero el fallecido hubiese sido un pobre, o un desconocido que sufre para llegar a fin de mes, y el único testigo hubiera sido su hijo, también persona anónima. ¿Estaríamos hablando del tema con la misma fruición? Lo dudo. La narrativa del Edipo adinerado genera una atracción fatal. El factor envidia elimina la empatía y mata la bondad.

Me consta que no es verdad que Jonathan tuviera una mala relación con su padre

Tengo experiencia de la tiranía de la opinión pública en circunstancias muy diferentes, pero con un importante parecido social. Escribí un libro sobre Oscar Pistorius, el famoso y rico atleta sudafricano que mató a su novia en 2013. Lo que argumentaron el fiscal y la policía fue que la mató deliberadamente. Pistorius insistió en que fue un trágico accidente, que no sabía que era ella la que estaba detrás de una puerta cuando disparó. Recuerdo el furor mundial que la cuestión desató en las redes sociales. La mayoría estaba absolutamente convencida de que Pistorius la mató adrede. Pero ni la policía, ni ningún tribunal lo supo, ni lo pudo demostrar. Solo Pistorius sabe la verdad, igual que solo Jonathan sabe la verdad de lo que pasó con su padre.

Esto es, en ambos casos, irrefutable, ¿pero por qué dejar que la ignorancia de los hechos interfiera en la juerga de una entretenida conversación o, mejor, de un buen linchamiento? Viva el cotilleo, no importa la tortura mental a la que sometamos a personas que son, a fin de cuentas, iguales que nosotros. Pero así somos. Así es la condición humana. ¿Por qué me molesto en escribir estas palabras, entonces? Porque creo que la presunción de inocencia es un principio sagrado. Porque vale la pena tomar conciencia de nuestras debilidades y, por más difícil que sea, hacer el intento de mejorar.

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