Estoy de viaje, camino de la reunión del consejo de administración de una compañía. Consulto la documentación en línea y veo, con admiración y a la vez preocupación, que el programa de gestión de los documentos me ofrece unas prestaciones nuevas. Además de poder tomar notas, subrayar y marcar páginas concretas, ahora tengo un ayudante de inteligencia artificial (IA). Su oferta es tentadora: me hace un resumen de las cuestiones de la reunión y me sugiere preguntas que puedo hacer en el consejo. ¿Qué debo hacer? ¿Ceder a la tentación y ahorrar horas de trabajo? Parece una manera fácil de aumentar mi productividad.Valoro la situación. Ganaré tiempo, sí. Pero ¿qué haré en el consejo? ¿Leer, como un loro, las preguntas de mi ayudante? Debería, primero, quizás evaluarlas, ¿no? ¿Tendré suficiente criterio para hacerlo? ¿Bastará la lectura del resumen para hacerme una idea de las cuestiones en discusión y de si las preguntas son las relevantes?
Al final decido no utilizar el ayudante. Juzgar por mí mismo cuál es la información relevante y por qué, es una tarea que no solo me lleva a las preguntas relevantes, sino que, además, es en sí misma la manera de interiorizar, y entender de verdad, la problemática de la empresa. Si me lo dan mascado, no pasaré de tener una visión superficial. De mensaje corto. De tuit o watsap. Como ocurrió con las redes sociales, la clave del impacto social y empresarial de la IA va a estar en cómo la usamos. Un uso irreflexivo nos puede llevar a un círculo vicioso que elimina la intervención humana. Contestar con IA una documentación que también se ha elaborado con IA, iniciando una cadena de empobrecimiento cognitivo e intelectual. Si las personas adoptamos una actitud pasiva ante esta tecnología perderemos el espíritu crítico y la creatividad, que han sido cruciales para el progreso de la humanidad.
Tecnología
Contestar con IA una documentación que también se ha elaborado con IA da lugar a una pobreza cognitiva e intelectual
Soy de una generación educada en la era de la televisión y recuerdo bien como mis padres, sabiamente, me dosificaron su uso. Los videojuegos fueron otra innovación que también tuvo importantes efectos en la sociabilidad y la cognición. En los últimos años los teléfonos inteligentes y las redes sociales están transformando cómo las personas aprendemos, nos informamos y socializamos. Si no se gestionan bien, estas innovaciones tienen un impacto demoledor en la capacidad de lectura y concentración de muchas personas, especialmente jóvenes. La IA abre un nuevo ciclo que acentúa estos riesgos. Ahora, ya no será necesario pensar.
El consejo ya terminó. Salvo algún ayudante de IA que pudiera tomar notas, la interacción humana ha dado sus frutos y las discusiones han sido ricas, espontáneas y matizadas. Mi próxima cita es con mis alumnos y el dilema de la IA me persigue. ¿La uso para las preguntas? ¿La utilizarán los participantes en las respuestas? Por suerte, en el IESE desde hace muchos años usamos el método socrático, y en el diálogo directo no hay IA que valga.