Las peores pesadillas de la Unión Europea comienzan a hacerse realidad. Y en todas ellas aparece China, el país del que depende el suministro de buena parte de los minerales críticos, la tecnología y los materiales que nuestra industria necesita. La razón es que el Gobierno chino ha empezado a utilizar su posición de dominio en el mercado de las tierras raras y los semiconductores como arma de presión política y económica ante otros países, amenazando con imponer restricciones a su exportación.
Todo comenzó en octubre, cuando China anunció que a partir del 1 de diciembre restringiría la exportación de tierras raras y equipos para su procesamiento. Afortunadamente, después de varias semanas de incertidumbre para la industria europea, la UE se ha acabado sumando al acuerdo firmado por China y Estados Unidos para suspender 12 meses las limitaciones a la exportación de estos minerales, esenciales para sectores estratégicos como la electrónica, la defensa o el automóvil.
No se acaban de poner en marcha los planes para reducir la dependencia de China
Algo similar ha ocurrido con los semiconductores. Durante varias semanas, Pekín prohibió a Nexperia, uno de los mayores proveedores del mundo, la exportación a la UE de determinados componentes de estas piezas, que se utilizan en los sistemas eléctricos de los coches. Aunque finalmente se ha llegado a un acuerdo para reanudar las exportaciones, la industria automovilística europea ha vivido momentos de enorme preocupación, ante la posibilidad de agotar las existencias y tener que paralizar la producción de las fábricas.
Aunque la UE haya conseguido suspender las restricciones a la exportación de ambos productos, me temo que estos son solo los dos primeros capítulos de la estrategia china para controlar las cadenas de suministro de la industria. Espero equivocarme, pero la sensación es que Pekín podría volver a limitar en cualquier momento la exportación de nuevos materiales estratégicos, lo que le permitirá estrangular la economía europea y forzar a Bruselas a negociar la modificación de aquellas políticas que no resulten de su agrado.
Estoy convencido de que el futuro de la UE depende en gran medida de su capacidad para reforzar la autonomía estratégica del continente. La Comisión Europea es consciente de ello, pero la realidad es que todo avanza muy despacio y no se acaban de poner en marcha los planes previstos para reducir la dependencia de China, como diversificar proveedores, desarrollar proyectos de colaboración con otros países e impulsar inversiones para producir los recursos que necesitamos dentro del territorio comunitario.
La industria europea no puede seguir esperando. Necesita estabilidad para acometer nuevas inversiones y eso supone tener garantizado el suministro de aquellos materiales y tecnologías que resultan esenciales para su actividad. Solo de esta forma, este sector estratégico podrá recuperar el pulso perdido durante las últimas décadas y volver a convertirse en el buque insignia de la economía europea.