Escuchaba hace unos días a un importante banquero (entre comillas), a la vez que en mi cabeza oía una voz en off (en paréntesis), con estos argumentos: “Los bancos son decisivos para el buen funcionamiento de la economía” (una economía muy bancarizada como la nuestra, un lastre del pasado frente a las economías modernas, más dependientes del mercado de valores). “A los bancos, pues, les tiene que ir bien a escala local”, (de lo contrario, por pequeños que sean, pueden generar una crisis sistémica que todavía sería peor para los contribuyentes, ya que se tendrían que rescatar). “Y por tanto, tienen que ser muy rentables”, (ni que sea al coste de retribuir con intereses reales negativos a los ahorradores), pensaba yo. Nada sobre su eficiencia, grado de competitividad, o sobre su incapacidad de traducir el ahorro en inversiones, que como mínimo emulen el crecimiento de la inflación. Especialmente en países como el nuestro, en el que actividades de crédito y préstamo se mueven más por consumo que por inversión. Cargar márgenes y hacer ganancias es lo que se llama el segundo negocio más antiguo del mundo (¡y ya sabemos cuál es el primero!).
Saliendo de la reunión, escucho un pequeño debate de expertos en torno al pago de impuestos. De nuevo escucho y oigo la voz en off... “¿En los países innovadores la fiscalidad es más baja y se anima a ganar dinero, como en Estados Unidos?”. (¿Quien lo dice quiere ir a vivir a EE.UU., sabiendo que tiene hijos para educar y que puede caer enfermo?). Añade el otro. “Y es que para ser competitivos tenemos que trabajar mucho más”. (¿Quien lo dice aspira a trabajar como chinos y aceptar el dumping social?). “Las ganancias de capital se tienen que gravar menos, y no más, si queremos ser atractivos al talento del capital humano y a la inversión financiera”, (está claro, si aumentamos, perderemos las bases fiscales; cierto). Y al cabo de un ratito dice: “Y el impuesto sobre el patrimonio se tendría que eliminar”, (no se quiere pagar ni cuando aumenta la ganancia ni cuando se acumula –patrimonio–, ni cuando se transmite). Aunque sabemos que las rentas de capital o las pillas cuando se producen o después resulta muy difícil identificarlas para tributar.
La gente no entiende qué quiere decir una sociedad civilizada
En el coche, por la radio, un tertuliano comenta que “la desigualdad aumenta en el país, pero que es intrínseco este efecto en el sistema capitalista”, y a la vez se manifiesta “contrario a gravar las herencias”. (¿Pero no es la meritocracia lo que legitima el capitalismo?), me dice mi pensamiento. Y llegado a casa, escucho en el TN a una persona que pronuncia un discurso en favor del libre mercado y la competitividad y que pide a la vez que se mantenga la rebaja del IVA sobre las actividades de hostelería y restauración, (claro –pienso yo–, ¿es un político de Baleares o un economista a sueldo de la patronal?).
Voy triste a dormir. La gente no entiende qué quiere decir una sociedad civilizada. Los jóvenes no quieren pagar impuestos por el poco dinero que tienen. Y los ricos no quieren para protegerse.
A menudo he pensado que es bueno saber de economía para no dejarse engañar por algunos argumentos económicos.