Los profesores Monzón y Chaves definen la economía social como aquella que “agrupa a organizaciones que, con independencia de su forma jurídica, priorizan las personas y el fin social por encima del capital, combinando actividad económica con solidaridad y gestión democrática”. Ante los principales retos a los que nos enfrentamos (cambio climático, incremento de las desigualdades, deterioro de la democracia y una nueva revolución tecnológica) la economía social debe situarse en el centro de las políticas y reivindicarla como el modelo del futuro.
El Sistema Europeo de Cuentas (SEC) distingue entre las organizaciones de la economía social que operan dentro del mercado y las que lo hacen fuera de él. Las que actúan en el mercado producen y venden bienes o servicios a precios suficientes para cubrir sus costes. Son cooperativas, mutualidades o sociedades laborales que compiten en los mismos espacios que las empresas convencionales, pero con una lógica distinta: la propiedad es colectiva, la toma de decisiones es democrática y la distribución de beneficios responde a criterios de participación, no de capital. El mercado es una herramienta que sirve para sostener su actividad y promover empleo estable, equidad, cohesión territorial, reforzar vínculos comunitarios y satisfacer las necesidades de sus integrantes. Su éxito se mide, pues, mediante una combinación tanto de resultados económicos como de impacto social. Las que operan en el sector de no mercado (asociaciones, fundaciones o entidades del tercer sector) centran su actividad en la misión social. Prestan servicios o
desarrollan proyectos en aquellos ámbitos en los que la empresa privada no ve negocio y el Estado no logra cubrir. Tradicionalmente dependen de subvenciones y donaciones, pero en los últimos años muchas han creado actividades mercantiles complementarias para reforzar su sostenibilidad. Esta evolución refleja una madurez del sector: la convicción de que la independencia económica no está reñida con el compromiso social. En la práctica, la frontera entre ambas dimensiones (mercado y no mercado) es cada vez más porosa. Cooperativas que gestionan proyectos sociales, fundaciones que ofrecen servicios profesionales, asociaciones que compiten en licitaciones públicas: el ecosistema se ha hibridado, y en esa mezcla reside parte de su fuerza.
Valor colectivo
Es posible enlazar rentabilidad y sentido de la comunidad; el ecosistema se ha hibridado, y en esa mezcla reside su fuerza
La economía social demuestra que es posible enlazar rentabilidad y sentido de la comunidad, que la eficiencia debe tener rostro humano y que la innovación no siempre consiste en una nueva tecnología, sino en una nueva forma de organizarse para generar valor colectivo. Pero nos alerta que la viabilidad es condición necesaria para la transformación y la generación de impacto.
La economía global necesita un cambio estructural, y la lección es clara: no se trata de sustituir el mercado, sino de transformarlo desde dentro y ponerlo al servicio de las personas y el planeta. Y ahí, la economía social (de mercado o no) sigue siendo uno de los modelos más prometedores del futuro.