La estructura de una economía es una de las realidades sociales más difícil de cambiar. Y aunque, durante los últimos cincuenta años, la española ha vivido una transformación sin precedentes, aún debe dilucidarse hasta qué punto ha conseguido desprenderse de los lastres más pesados del pasado. ¿Es tan radical como parece el cambio de los rasgos esenciales de la economía española tal como fue engendrada por las largas décadas de la dictadura?
Franco legó una economía cerrada, de bajos salarios y magra productividad, con la industria anquilosada, de escaso contenido tecnológico, liderada por las multinacionales que invirtieron en el país, dependiente de la protección arancelaria, sostenida por crónicos déficits comerciales, y paraíso del turismo. Era el modelo fabricado por el Plan de Estabilización de 1959, un programa de desarrollo dictado por el amigo americano, en aquellos años más dueño del mundo de lo que lo fue nunca y desde luego de lo que es ahora. En el mapa dibujado entonces en Washington, a España le tocaba integrarse como despensa de mano de obra barata y lugar de esparcimiento de las clases medias europeas.
Era un sistema proteccionista, que combinaba legislación e intervención del Estado en las empresas y en el que se blindaron algunos sectores considerados estratégicos, bien privados, bien públicos, como la banca, las telecomunicaciones o la energía.
Desde la muerte del dictador, dos grandes tendencias han gobernado el mundo. La primera, la de la progresiva globalización, hasta el 2008, el año del cambio de rasante. La segunda, la de la progresiva emergencia de las tensiones geopolíticas y el cuestionamiento del mundo sin fronteras.
Brío exportador y algunas empresas punta frente a dependencia turística y alto paro
Los sectores estratégicamente protegidos contra los apetitos exteriores durante el franquismo, los bancos y empresas públicas de servicios, fueron grandes protagonistas del cambio. Especialmente los bancos mostrarían al mundo el renovado semblante de la economía española. Acometieron grandes fusiones que dieron lugar a bancos de talla europea y aspiraciones globales. Mientras, las empresas se embarcaron a la reconquista de Latinoamérica, movimiento ahora bastante desandado.
Ahora, como antes, siguen siendo los sectores referentes, puntos fuertes, de la economía española. Durante los años de la democracia, ya en plena burbuja, se les sumaría uno que ya existía y encarnaba parte de la rémora heredada, pero que se transformó y ganó dimensión, el de las grandes constructoras, una genuina creación de la nueva fase posfranquista. Agarradas a la pértiga de los contratos públicos y la burbuja, han saltado a lo más alto de los rankings mundiales y compiten con las grandes del mundo.
Pese a su transformación, la economía española creó una de las burbujas inmobiliarias y financieras más grandes de la economía mundial
Tras la muerte del dictador, España encaró a la vez el cambio democrático y la modernización económica. Ambas con la perspectiva de la integración en la economía internacional por la puerta del club de los vecinos europeos. Socios que llevaban décadas presentes en los mercados mundiales y, en algunos, casos eran líderes globales en sectores clave.
La meta de la integración con Europa, primero, y la convergencia, después, ocupó el frontispicio. La última, perennemente postergada, pese a los notables índices de crecimiento y ascenso de los niveles de vida. El otro pilar fue la creación y desarrollo por primera vez en España de un Estado del bienestar, con la sanidad universal, el reforzamiento del sistema de pensiones y el desarrollo de una administración fiscal para financiarlo, en lugar destacado.
Cuando hay crisis, siempre resurge la tentación de salir de ellas abaratando salarios y costes
Ambos objetivos ayudaron a asumir el sufrimiento que llevó aparejado. Como la traumática reconversión industrial, que cambió el paisaje de las ciudades españolas y marcó el inicio de una continua desindustrialización, que aún sigue. Y, sobre todo, el crecimiento exponencial del paro, nueva realidad crónica de la economía española y uno de sus rasgos diferenciales aún hoy en día.
El cambio removió profundamente las entrañas de la economía española y generó importantes conflictos sociales. Diversificó sus actividades, desató la eclosión de los servicios, internacionalizó sus empresas. Realidades que marcaron la vida de los gobiernos de Felipe González (1982-1996).
Los gobiernos de la derecha, el PP de José María Aznar (1996-2004), dieron un nuevo revolcón a la economía española. Como la privatización total de las empresas públicas, de la que surgió una nueva élite gerencial, en parte vinculada a las familias mas tradicionales del escuálido capitalismo español. Nuevos gestores que acabaron adquiriendo una importante autonomía e influencia política. Elemento relevante.
También dio aires a una de las claves más problemáticas de la política española, la hipertrofia madrileña a costa del resto del país. Una visión radial y centralizada de la economía que el franquismo inició, pero que ahora alcanzó cotas inusitadas.
Otro eje del aznarismo, la liberalización, especialmente en el ámbito del suelo y el inmobiliario. Territorio en el que el siguiente gobierno del socialista José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011), aplicó altas dosis de continuidad. Semilla –junto con los problemas generados por el euro y la especulación financiera– de la más grave crisis sufrida por la economía española en muchas décadas. Foco original de la desafección social y de las turbulencias políticas que hoy sacuden a España. En el ámbito internacional, momento de reflujo de la globalización y cuestionamiento del neoliberalismo.
Tras la crisis financiera, España debió pedir el rescate bancario; una recaída en las dinámicas de dependencia exterior que marcó también al franquismo
Origen asimismo de unas nuevas clases medias vinculadas a la propiedad y que recurren al sector privado para cubrir los servicios básicos. Sostén sociológico de un nuevo orden más conservador que el de la preburbuja.
Llegada la crisis con mortífera intensidad, los gobiernos de Mariano Rajoy (2011-2018) volvieron a recurrir a la receta clásica: reducir costes y salarios. La austeridad y la venta al mundo como un mercado barato, exportador y turístico. Y al final, el rescate bancario, de la mano de la entonces poderosa canciller alemana Angela Merkel. Un cruel estirón desde el pasado, recuerdo de las debilidades del modelo heredado y en buena medida presente. Pese a los muchos ejemplos de progreso y cambio.
