La economía catalana delante del espejo

La economía catalana delante del espejo
Economista

Quien más quien menos todos nos miramos al espejo. Lo hacemos a diario cuando nos afeitamos, nos peinamos, nos ponemos crema en la cara... Pero de vez en cuando nos miramos al espejo con detenimiento y apreciamos una imagen que nos muestra cómo hemos cambiado con el paso de los años. Si en vez de ponerse una persona delante del espejo se pusiera la economía catalana, ¿cómo se vería?

Un ejercicio tan elemental como este es el que he hecho en el libro Créixer o progressar , del que este diario publicó una crítica el 19 de octubre. Cojo una perspectiva temporal amplia, me centro especialmente en lo que llevamos del siglo XXI, que es cuando ha habido cambios más sustanciales. Y llego a la conclusión de que, mirándose la cara en el espejo, Catalunya no se gusta, no se ve bien. El conjunto de nuestra economía ha crecido más que los vecinos, para satisfacción de casi todo el mundo. Pero resulta que la lente con la que se mira el crecimiento no es la adecuada: crecer en valores absolutos de PIB es atractivo, pero olvida dos dimensiones básicas del hecho. La primera y más elemental es cómo se traslada este crecimiento a la población. Si una economía crece un 10% al mismo tiempo que le aumenta un 15% la población, resulta que se empobrece, que le baja el PIB por habitante. El crecimiento catalán no es tan estéril como el caso de este ejemplo, pero sí que se puede calificar de paupérrimo: una tasa de crecimiento del PIB/ h que, a remolque de un aumento espectacular del denominador, no para de bajar, y también de una productividad estancada. Si entre 1950 y 1975 el PIB por ocupado creció a una tasa del 4,7% anual, y entre 1975 y el 2000 a una tasa del 1,6%, desde el 2000 hasta el 2024 ha crecido al 0,5%. Nos hemos engordado con sectores exportadores de abajo valor añadido, como el turismo de masas, mientras perdíamos posiciones en sectores exportadores clásicos como el industrial, mucho más arraigado, arriesgado y difícil, pero que estaba en sintonía con la cultura del esfuerzo de este país. Una parte de la cultura del trabajo se ha ido a la cultura del entretenimiento y de la fiesta.

Aumento

Hemos crecido con sectores exportadores de bajo valor añadido, como el turismo de masas, en vez de clásicos como el industrial

Por eso choca el entusiasmo que genera el crecimiento del PIB sin considerar que se obtenga a base de puestos de trabajo de salarios bajos y de baja productividad. Crecer es atractivo porque lleva el signo más en su ADN, pero se tiene que poner en cuestión si no se traduce en mejoras perceptibles a nivel personal y familiar: ¿cómo mejora la calidad de vida de la población, con qué servicios públicos de educación, salud, transporte, con qué acceso a la vivienda, con qué respeto por el territorio y para el medio ambiente, con qué cohesión social?

Aunque la mayor parte del mundo político se acostumbra a rendir ante cualquier propuesta de proyecto que cree actividad y puestos de trabajo, no todo vale. No todo el crecimiento aporta progreso. Ubicados donde estamos, en el 2025, hay que pensar en ser selectivos de proyectos y en decrecer en algunos ámbitos. Quizá poco a poco, pero empezando desde ahora mismo.

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