Da la impresión de que a partir de ciertas interpretaciones que han coincidido en la actualidad, turismo e industria están enfrentados. No solo eso, sino que el progreso de la industrialización dependería del decrecimiento del turismo. Comprenderíamos esta visión si se tratara de un destino en franco monocultivo turístico, si estuviéramos al borde del agotamiento o de la degradación de los recursos, o nos halláramos en la fase de declive definitivo del ciclo de vida del destino. Ninguno de estos extremos se da cita en el caso de Barcelona.
Efectivamente, hay que impulsar políticas industriales, del mismo modo que hay que hacer lo propio con las turísticas. Ambas son complementarias. La primera, desde hace más de 200 años viene liderando el desarrollo y ha protagonizado la mayor parte de los atributos de la sociedad del bienestar; la segunda, desde hace solo 60, la complementa añadiéndole el marchamo del ocio y genera, a su vez, un efecto multiplicador de dinamización de la producción, la alimentación, el textil, el comercio, el ocio, el transporte, la construcción, la digitalización…: el sector turístico gestiona los clientes que vienen al territorio y estos se convierten en consumidores de productos y servicios locales. Además de esta riqueza paralela creada, como resulta ser un sector resiliente, hace de cojín en los ciclos depresivos de la economía. Por otra parte, sin turistas, o con un número mucho menor de ellos, difícilmente se podría mantener la riqueza cultural, artística y patrimonial. De este modo, el turismo se ha convertido en el principal atractor de la inmigración en los últimos veinte años; las barreras profesionales son bajas y facilitan las primeras ocupaciones en destino, aunque hay que reconocer que los salarios son bajos.
En positivo
Gracias al desarrollo de la oferta turística, cultural y de ocio, los expats conocen Barcelona y desean instalarse aquí
No se nos ocurriría imaginar el hub tecnológico en el que se ha convertido la ciudad, ni la larga permanencia del MWC, ni la presencia de las cinco mil sedes de empresas internacionales solamente por el poderío industrial del entorno. Gracias al desarrollo de la oferta turística, cultural y de ocio, los expats conocen Barcelona y desean instalarse a vivir aquí. Claro que existen externalidades negativas de consideración que hay que tener en cuenta como consecuencia de la ocupación del territorio por parte de los visitantes y buscar modelos de convivencia que eviten las fricciones y generen siempre relaciones positivas y enriquecedoras entre los residentes y los turistas. Para ello, hay que seleccionar los turistas, reducir la presión sobre las zonas más visitadas y crear nuevas centralidades –la Sagrera está a la vuelta de la esquina–.
No podemos enfrentar industria y turismo. Son capaces de crecer en armonía a beneficio de ambos y de la riqueza general de la ciudad. Y menos escudándonos en el diferencial de productividad. No es verdad que la industria sea más productiva que el turismo: lo que ocurre es que se mide a través de los parámetros de la primera cuando debería efectuarse a través de otros indicadores.