Transformar un país

Transformar un país
News Correspondent

Permítanme iniciar con una admisión: siempre me he sentido más a gusto en la posición de proponer que en la de objetar. Por esa razón, me animo a exponer algunas reflexiones.

Existían directrices –como usar casco, abrocharse el cinturón de seguridad o abstenerse de fumar en interiores– que tiempo atrás nos molestaban. Las considerábamos excesivas. Hasta que captamos su propósito y razón de ser… y hoy se han vuelto tan instintivas como el acto de respirar. Al entender la justificación de una norma –y al ser su acatamiento requerido– la mente se ajusta y la disposición acaba transformándose en una costumbre.

Convivencia

La virtud cívica no es una prerrogativa nórdica ni una cualidad heredada; la diferencia no se encuentra en las personas sino en la calidad de las instituciones gubernamentales.

La coexistencia opera de manera similar. La civilidad no es una prerrogativa escandinava ni una característica hereditaria. Todos provenimos del mismo ancestro primate. La distinción reside no en los individuos, sino en la calidad de las estructuras que los dirigen. Son estas las que establecen el “la” moral y ciudadano, al cual, eventualmente, toda la nación se ajusta.

Las naciones más cívicas alcanzan ese estatus de forma intencionada, no por accidente. Ponen énfasis en un sistema judicial ágil, predecible, justo y autónomo; sostienen fuerzas policiales honestas y efectivas; aseguran la operatividad de servicios fundamentales y fomentan administraciones y gobiernos que son claros, productivos y rendidores de cuentas.

Cuando las normativas benefician a todos, los ciudadanos las acatan. Cuando solo favorecen a unos pocos, prolifera la cultura del “sálvese quien pueda”. En entornos corruptos, la obediencia se percibe como candidez. En comunidades íntegras, es la conducta habitual.

La noticia alentadora es que una nación puede experimentar una transformación en el transcurso de una sola generación. Las iniciativas de concienciación sobre el uso del cinturón de seguridad o las campañas antitabaco son ejemplos claros de esto. Cuando hay un objetivo común, regulaciones sensatas y aplicables, una comunicación fluida y, de manera crucial, la conducta ejemplar de quienes están al mando, una comunidad puede evolucionar más velozmente de lo que solemos pensar.

El factor crucial reside en las élites. Si exhiben cinismo e impunidad, cualquier conversación sobre civismo pierde su fundamento. Sin embargo, cuando demuestran un compromiso manifiesto —dimisiones ante controversias, excusas públicas, asunción de responsabilidad— se refuerza la noción de que la equidad y la obligación no son meros conceptos. Todas las colectividades humanas operan bajo un principio similar: imitan las acciones de quienes las dirigen. La conducta ejemplar debería constituir la principal estrategia gubernamental. El deber primordial de cualquier funcionario público. Ya que noblesse oblige : aquellos en posiciones de liderazgo deben ser los precursores en marcar la pauta. Y la aplicación diligente e imparcial de esa ejemplaridad representa la única vía genuina para el cambio.

No le demos más vueltas: la transformación cívica comienza siempre desde la cúspide, se propaga hacia las bases y, con el transcurso del tiempo, llega a ser la cultura de una nación. Cualquier país puede ser un modelo si así lo decide. Porque el civismo no es un prodigio. Es una determinación. Son solo conceptos.

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