Cambio de rumbo

La pasada semana nos preguntábamos retóricamente hacia dónde se dirigía Europa. En esta hemos tenido nuevas señales de su dirección, en este caso en lo tocante al cambio climático: el martes se revertió la decisión de prohibir los vehículos de combustión a partir del 2035.

Motivos internos lo hacían inevitable. Porque pese al NextGen, el entusiasmo inicial sobre los coches eléctricos se ha ido diluyendo, frenados por sus precios y la ausencia de una red de carga suficiente. A ello hay que añadir la presión de la industria del sector, en particular de la alemana e italiana, que ha defendido la producción de vehículos de combustión temerosos de la competencia china en el mercado de los eléctricos. Y aunque es cierto que algo ha cambiado, hay que aceptar que la rutilante enseña del Green Pact, el vehículo eléctrico, ha sido hasta hoy un sonoro fracaso.

Reconocer que ya no somos los primeros de la clase exige adaptarnos

A los problemas internos hay que sumar algunos, no menores, procedentes del exterior. Primero, la pérdida de peso económico de la UE y, con ello, la lenta dilución de su capacidad para definir normas ambientales globales. Si ello pudo ser cierto hace un par de décadas, también lo es que hoy forma parte de la historia; y, al no poder imponer nuestras normas, ­necesariamente hay que adaptarlas a la nueva situación.

Segundo, la hegemonía china en las tecnologías vinculadas a la lucha contra el cambio climático y, entre ellas, su decidido impulso al vehículo eléctrico: este año, su matriculación en aquel país podría exceder los 10 millones de unidades, muy por encima del millón de hace escasamente una década. Y dada la guerra comercial EE.UU.-China, no extraña que una parte de su producción se desplace a los mercados europeos, donde ha sido preciso elevar aranceles, hasta cerca del 40%, para evitar la competencia de los coches eléctricos chinos a precios más que competitivos. En un contexto en el que esos vehículos nos superan en tecnología y costes, difícil es para la Comisión Europea continuar apostando por ellos en detrimento de la producción tradicional de vehículos de motor con la inevitable reducción del empleo que este proceso implica.

Finalmente, la decisión norteamericana de continuar apostando por sus reducidos costes de combustibles como fuente energética para sus automóviles también ayuda a comprender lo decidido. Si difícil es competir con los vehículos eléctricos chinos, tanto o más puede terminar siéndolo con los norteamericanos, dados sus costes energéticos y los nuevos aranceles impuestos por Trump.

Reconocer que ya no somos los primeros de la clase exige adaptarnos: lo resuelto el pasado martes no es más que un primer paso en el doloroso reconocimiento de una posición global secundaria. Y aunque es difícil aceptarlo, cuando sucede, lo peor es aferrarse a un pasado que no regresará. ¡Bienvenidos a este bravo, y menos amable, nuevo mundo!

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...