Con razón y corazón como lema de campaña y también como su divisa vital el socialista cristiano António Guterres llegó en 1995 a la jefatura del Gobierno portugués, tras los diez años del conservadurismo de Aníbal Cavaco Silva. Con el mismo estilo abandonó amargamente el poder en el 2002, consumido por el inicio de la interminable crisis lusa, tras anunciar que no quería llevar al país a un “pantano” político. Con ese estilo, Guterres ha alcanzado la cúspide política mundial como nuevo secretario general de las Naciones Unidos, tras su labor como alto comisario de las Naciones Unidas para Refugiados (Acnur).
Esos dos momentos opuestos de la biografía del sucesor de Ban Ki-moon, el del 2002, cuando cayó como primer ministro, y el del 2016, cuando asume su nuevo cargo en Nueva York, reflejan el alma dual con la que Portugal se asoma al mundo, la del país pequeño que con frecuencia se siente más encogido todavía, como si la España que le rodea fuese un gigante de tamaño brasileño, y bajo la sensación de que esa crisis que se llevó por delante al Gobierno de Guterres en el 2002, y que se agravó con el rescate financiero en el 2011, hubiese achicado todavía más su dimensión planetaria en la era de la globalización. Pero el vecino ibérico tiene, por su historia, una vocación de líder mundial, plasmada en la máxima de Camões, de que “si más mundo hubiese, allí llegaría”, que plasma la epopeya lusa, en competencia con España, por explorar el globo terráqueo en los siglos XV y XVI.
Guterres, en una conferencia de prensa en la sede de Ginebra de las Naciones Unidas, en diciembre pasado, cuando era director de Acnur, la agencia para los refugiados
Es esa ansia universal la que colma la designación de Guterres como secretario general de las Naciones Unidas, un nombramiento que si bien al principio parecía utópico, como los planes que trazó Enrique el Navegante en la costa de Sagres para descubrir tierras incógnitas, se ha hecho realidad fruto de una compleja negociación diplomática y de la tenacidad y capacidad de convicción de este político que, pese a la forma abrupta con la que tuvo que dejar el poder tras una dura derrota en las municipales del 2001, goza de una aura de respetabilidad en Portugal. Ese prestigio permaneció inmune al encarcelamiento por presuntos graves delitos de corrupción de uno de sus principales discípulos, José Sócrates, también exprimer ministro socialista de Portugal y cuya carrera hacia el poder se lanzó como miembro de los gobiernos de Guterres.
De esos ejecutivos formó parte el actual primer ministro de Portugal, António Costa, el segundo discípulo en el poder de este ingeniero electrónico, nacido en Lisboa el 30 de abril de 1949, en plena dictadura de Oliveira de Salazar, un régimen que Guterres no combatió en su juventud, orientada hacia la acción social católica, a través del grupo de la Luz, el colectivo al que también pertenecía uno de sus grandes amigos, el actual presidente de Portugal, el conservador Marcelo Rebelo de Sousa, el antiguo tertuliano líder de audiencia que ha regresado a la escena política. En esa posición de gobernante y a la vez comentarista, el presidente acogió con gran alborozo el nombramiento de Guterres, al proclamar que es “bueno cuando ganan los mejores”.
Marcelo, como conocen los portugueses a su jefe del Estado, vive desde este año en el palacio de Bélem, allí donde renunció intentar residir Guterres en el 2015, tras dos lustros al frente del Acnur. Era el candidato preferido de su partido, el socialista, para intentar recuperar la presidencia de la República, tras el decenio del conservador Cavaco Silva. Pero no quiso dar el paso, porque, como ha demostrado el tiempo si bien él nunca lo explicase claramente, estaba en una operación de mayor envergadura, la de tomar el relevo de Ban Ki-moon.
Aunque naciese y se criase en Lisboa, Guterres está muy vinculado familiarmente al municipio de Fundão, en el distrito del interior Castelo Branco, en la zona centro de Portugal. En 1972 contrajo matrimonio en Lisboa con Luísa Melo, en una ceremonia celebrada por el padre Vitor Melícias, miembro también del grupo de la Luz. La fe cristiana marcó la trayectoria política de Guterres que se afilió al PS en el año de su fundación, en 1973. Tres años después entró en la asamblea de la República como diputado, puesto que combinó con un cargo en la corporación municipal de Fundão hasta que se convirtió en primer ministro. Era el inicio de la escalada que le llevó a la ONU, pasando por la Acnur en la que, asegura, tomó contacto con las injusticias que ahora promete intentar combatir.