Se habla cada vez más de salud mental. Políticos, jóvenes, trabajadores, madres solteras… todos tienen —con toda razón— un lugar en la conversación. Pero hay un colectivo olvidado en este debate: los empresarios. Los emprendedores. Los que crean empleo, impulsan la innovación y sostienen el tejido económico de este país.
¿Quién cuida de su salud mental? Vivimos tiempos volátiles. Las decisiones de líderes internacionales como Trump sacuden las bolsas, alteran los flujos de inversión, generan miedo e incertidumbre. En este entorno económico tan frágil, los empresarios —desde el autónomo con una tienda hasta el CEO de una startup tecnológica— no sólo cargan con la responsabilidad de su negocio, sino con la de sus empleados, proveedores, familias… y con su propio bienestar, que suele ser lo último en la lista.
La salud mental del empresario es un tema tabú. Hay una presión cultural que obliga a mantenerse fuerte, positivo, “visionario”. Pero detrás de muchos trajes de éxito hay heridas no sanadas, miedos que se arrastran desde la infancia, una necesidad de demostrar que uno vale, que uno puede. Cuando el clima político o económico se tambalea —como está sucediendo ahora— esas heridas se activan y generan sufrimiento. Pero no hay espacio para hablarlo. No hay lenguaje para expresarlo. No hay entornos donde procesarlo.
Los empresarios necesitan ayuda. Y no me refiero a subvenciones o créditos blandos. Me refiero a un espacio interno de sanación emocional. A un lugar donde puedan mirarse con honestidad, entender sus patrones, soltar cargas que no les pertenecen y reconectar con lo que verdaderamente les mueve. Porque el verdadero motor de una empresa no es el dinero. Es el alma de quien la crea.
No es casualidad que, en tiempos inciertos, los empresarios más resilientes no son los que más dinero tienen, sino los que más paz interior han cultivado. Porque cuando todo fuera parece desmoronarse, lo único que puede sostenerte es lo que has construido dentro.
Veturián Arana, fundador de SAAMA Internacional