El 3 y 4 de julio de 2025 nos dejaron postales llenas de emoción, lucha y memoria.
En California, el humo y el fuego pintaron el cielo mientras el bombero Kai Montes, del Servicio Forestal de EE. UU., se enfrentaba con valentía al incendio llamado Madre. Con el rostro decidido y rodeado de llamas, luchaba por proteger la carretera 166 y todo lo que hay más allá de ella.
Muy lejos de allí, en Ucrania, un grupo de soldados regresaba a casa. Viajaban en autobús, con miradas cansadas pero aliviadas, tras ser liberados en un intercambio de prisioneros con Rusia. Era un momento de reencuentro, esperanza y cicatrices invisibles.
En Srinagar, en la región de Cachemira, los musulmanes chiítas salieron a las calles para participar en una procesión de Muharram. Era el octavo día del mes sagrado, y la comunidad se unía en una expresión profunda de fe y recuerdo, preparándose para la Ashura.
Mientras tanto, en Liverpool, el estadio de Anfield se convirtió en un altar improvisado. Flores, camisetas y mensajes rodeaban una fotografía de Diogo Jota. El futbolista portugués había fallecido trágicamente en un accidente en España junto a su hermano André Silva. La tristeza se sentía en cada rincón del lugar.
En Alemania, la creatividad florecía en los campos. Desde el cielo, un laberinto de maíz mostraba la figura de una cosechadora, como un homenaje a la agricultura y al arte que puede nacer de la tierra misma.
Y en Estonia, la música y la danza llenaban el estadio Kalev de Tallin. El Festival de Canto y Danza reunía a cientos de personas que, con trajes tradicionales y voces al unísono, celebraban su cultura con orgullo y alegría.