El denso humo de Al-Mazraa, la aldea siria engullida por las llamas y el fragor de las tribus beduinas, se elevaba como un sudario sobre el mundo. Mientras tanto, en Puerto Príncipe, el joven Jean Baptiste, con la marca de la violencia en su boca, intentaba encontrar refugio en la Escuela Argentina Bellegarde. Su mirada, pese a todo, conservaba la luz tenue de la esperanza, la misma que se había apagado en el corazón de aquella madre en Gopalganj, cuya pena por la pérdida de su hijo resonaba en cada rincón de Bangladesh.
En otro rincón del mundo, ajeno a la miseria, Lucas Assadi celebraba un gol en el Estadio Nacional, la euforia del fútbol desdibujando la realidad. La vida seguía su curso, indiferente: automovilistas desafiaban carreteras inundadas en Rawalpindi, mientras en Kut, el luto se cernía sobre un funeral colectivo. En São Paulo, una persona observaba curiosa la mercancía en la Rua 25 de Março, ajena a las guerras arancelarias de Trump. Y a miles de kilómetros, Katy Perry deslumbraba en el Kia Forum, su voz un eco de fantasía, mientras un niño con “The Open” rapado en el pelo observaba el golf en Irlanda del Norte, y Lucy Bronze anotaba un penalti decisivo en Zúrich. La vida, con sus contrastes brutales, seguía girando.