El cielo del norte de Gaza se tiñó de gris cuando el humo comenzó a elevarse tras un ataque militar israelí. Desde el sur de Israel, la escena era sobrecogedora: una nube espesa que rompía la calma del horizonte, recordando la fragilidad de la paz en la región.
A miles de kilómetros, en Brasilia, un grupo de simpatizantes del expresidente Jair Bolsonaro se reunió con fervor. Con pancartas y banderas, exigían una amnistía total para él y otros condenados por actos golpistas. La manifestación reflejaba la persistencia de tensiones políticas en el país.
En Antananarivo, capital de Madagascar, la juventud alzó la voz. Estudiantes de medicina se enfrentaron a las fuerzas de seguridad durante una protesta que pedía mejores condiciones sanitarias y reformas constitucionales. Los escudos y porras no lograron silenciar su determinación, aunque sí dejaron una imagen de confrontación y resistencia.
Mientras tanto, en Kiev, Ucrania, la esperanza se cantaba en forma de himno. Cadetes, aún jóvenes, entonaban con orgullo el himno nacional antes de comenzar sus clases en un liceo militar. En medio de un país marcado por el conflicto, su canto era símbolo de identidad y fortaleza.
Y en Mánchester, Reino Unido, la política se mezcló con el arte. Durante la Conferencia del Partido Conservador, un delegado observaba el “mosaico Maggie”, una obra compuesta por cientos de fotografías de asistentes que formaban el rostro de Margaret Thatcher. Era un homenaje visual a la ex primera ministra, que evocaba tanto admiración como debate.





















