“Yo soy jefe del síndrome de impostor”, con esa frase, Asier Etxeandia puso nombre a una de las emociones más incómodas del proceso creativo: la duda constante, el juicio interno, la sensación de no estar nunca a la altura de lo que se espera. Ni siquiera cuando todo parece ir bien.
El momento se dio durante su entrevista con Anne Igartiburu en su pódcast de YouTube, Mi latido de Más, en un ambiente distendido pero cargado de reflexiones profundas. “Hay gente que hace unas mierdas buenísimas y no tiene ningún síndrome de impostor. Es acojonante eso, ¿eh? Hay gente con una seguridad en sí misma que dices: ‘pero si eres una vergüenza’”, añade entre sarcasmo y resignación.
Etxeandia se mueve entre extremos: “Paso de tener una autoestima muy pequeña a tener un pedazo de ego que digo… con mis cojones esto, soy el mejor.” No lo dice con vanidad, sino como quien reconoce un mecanismo de defensa. En su caso, la sobrecompensación emocional funciona como un refugio frente a la inseguridad.
Anne le sigue el juego desde la empatía: “Hay un impostor que te obliga a juiciarte (sic, autojuzgarte) en todo momento. No somos suficientes, no me lo merezco, no soy suficiente… zasca, zasca, todo el rato.” Y Asier asiente. Conoce ese guion.
La vergüenza. Pues está bien, ya está”
Ese es uno de los momentos más honestos del diálogo. Porque lo que emerge no es solo la crítica a los demás, sino la batalla interna que libra uno consigo mismo, incluso cuando el público aplaude.
Asier reconoce que el castigo, la culpa y la duda han estado presentes en su vida y su profesión. “Somos expertos en eso, yo...”, dice en plural, como si hablara por toda una generación de artistas que han crecido entre expectativas familiares, autoexigencia y la necesidad de validación externa.
La herida como motor
Un actor que se atreve a mostrar la sombra
Y sin embargo, sigue. Desde el escenario, desde la música con Mastodonte, desde cada personaje que interpreta. El síndrome del impostor no lo ha vencido. “Vamos unos cuantos, oye”, comenta con humor mientras asume que no está solo.
Es en ese reconocimiento donde se asoma una suerte de redención: la herida no se oculta, se canaliza en arte, en verdad escénica, en canciones que —como él mismo dice— parecen escritas por alguien que sabe lo que necesita decirle a su mejor amigo para ayudarle a salir del pozo.
Asier Etxeandia no maquilla su vulnerabilidad. La convierte en materia prima. La lleva al teatro, al cine, a la música y a entrevistas como esta, en la que no tiene problema en decir: “Yo soy jefe del síndrome.”
Y aun así, sigue creando. Sigue brillando. Aunque a veces no se lo crea.