La vemos cada sábado al frente de Bailando con las estrellas con Jesús Vázquez. Un papel, el de presentadora, que ya ocupó en la edición del año pasado, y que ahora la ha devuelto una vez más a la pequeña pantalla de nuestro país. El caso es que muchos la ven sonreír entre focos y música sin saber que, detrás de esa imagen pulida de supermodelo, hay una historia de constancia, viajes y una familia que ha acompañado cada paso de su carrera. Porque Valeria Mazza no solo fue una de las grandes reinas de la pasarela hace unas décadas, sino que hoy, a los 53 años, sigue tejiendo una vida donde el éxito y la serenidad conviven con naturalidad.
Desde que en los 90 deslumbrara a Gianni Versace y se abriera paso en un mundo dominado por gigantes, la argentina no ha dejado de reinventarse. Ahora, alejada de los flashes de los desfiles, su escenario es el plató de Telecinco. Allí, entre los ensayos y el directo, comparte la misma energía que la llevó a desfilar junto a Naomi Campbell o Elle MacPherson. Y aunque su presente profesional la mantiene entre España y Argentina, su corazón sigue muy cerca de los suyos.
“Nunca tuve rutina”
Un matrimonio sólido y una familia que creció entre viajes y desafíos
Casada desde 1998 con el empresario Alejandro Gravier, Mazza lleva más de 25 años unida a quien define como su compañero de vida. Juntos han criado a cuatro hijos —Balthazar, Tiziano, Benicio y Taína— que hoy ya inician sus propios caminos entre Europa y América. “Nunca tuve rutina, viajábamos con los chicos y la niñera, de un lado para el otro”, contaba en una entrevista con MujerHoy en 2024. Frase que resume la dinámica de una pareja que hizo de los aeropuertos su segunda casa, pero también de la familia su prioridad.
Su boda, retransmitida por televisión ante millones de argentinos, marcó el inicio de una historia que, lejos de perder brillo, se consolidó con los años. Él, empresario y mano derecha en varios de sus proyectos; ella, un rostro global que supo equilibrar maternidad y carrera. Hoy comparten, además de hogar, una empresa de representación artística y varias iniciativas vinculadas a la moda y la tecnología. Un tándem profesional y personal que ha resistido el paso del tiempo y las fronteras.
Valeria Mazza junto a su marido y sus cuatro hijos, en una imagen de redes sociales.
“Claudia ya era Claudia”
Una rivalidad legendaria que marcó una época dorada de la moda
Pero si hay un capítulo que marcó su biografía mediática, fue su conocida rivalidad con Claudia Schiffer. A ambas las compararon desde el inicio, tanto que la prensa llegó a llamarla “la Claudia argentina”. Aquello no gustó a la alemana y, según reveló Mazza años después en su documental Un sueño dorado, Schiffer intentó apartarla de algunos desfiles. “Hablaba con diseñadores para que no estuviera en el desfile”, confesó sin dramatismos, como quien revisa una vieja cicatriz.
El episodio, más que una herida, acabó siendo un símbolo de su fortaleza. Lejos de alimentar el enfrentamiento, Mazza siguió su camino, convencida de que el talento no necesita comparaciones. “Claudia ya era Claudia cuando yo empecé”, se repite. Su respuesta fue trabajar más, sumar portadas –más de 500 en todo el mundo– y convertirse en la primera supermodelo hispanoamericana reconocida a escala internacional.
Valeria Mazza y Claudia Schiffer en una imagen de archivo,
Hoy, aquella joven descubierta a los 14 años en Paraná sigue frente a las cámaras, pero con otra mirada. “Estoy mucho más segura de mí misma. Me acepto y me siento bien”, decía en su charla con el medio antes citado. Todo en el marco de un presente se mezclan la televisión, sus proyectos empresariales y la madurez de quien ha aprendido a elegir los escenarios donde quiere estar. Sin nostalgia en el discurso, solo gratitud y una energía que, según ella misma, le viene de su familia y de no dejar de moverse.
A medio camino entre Madrid y Buenos Aires, la modelo que conquistó las pasarelas de Versace y Armani se confiesa satisfecha. Sigue siendo imagen de marcas, dirige su línea de perfumes y gafas, y mantiene su compromiso con causas sociales en hospitales y fundaciones. “Estoy donde quiero estar”, resume con serenidad.
