Datado entre mediados del siglo XII y comienzos del XIII, el ajedrez de la isla de Lewis (la parte norte de Lewis y Harris) se mostró por primera vez al público el 11 de abril de 1831 en la Sociedad de Anticuarios de Escocia, con sede en Edimburgo. Sin embargo, las circunstancias de su hallazgo y de su origen son bastante imprecisas.
Según la tradición local, un granjero llamado Malcolm MacLeod, residente en la aldea de Peighinn Dhomhnaill (hoy, Penny Donald), dio con el tesoro en la playa de Ardroil, junto a la bahía de Uig, en un punto frecuentado hoy por los turistas para admirar la réplica en madera de un rey realizada por el escultor Stephen Hayward. Otras versiones apuntan a que las piezas aparecieron entre las ruinas de un convento –Taigh nan Cailleachan Dubha, o casa de las mujeres negras–, o bien enterradas en una cámara subterránea de la Edad del Hierro, espacios que las habrían salvaguardado de los estragos del tiempo.

La playa escocesa de Ardroil, donde según la tradición un granjero halló el ajedrez de Lewis
Compuesto en la actualidad por 79 piezas de ajedrez, catorce fichas afines a las del backgammon y una hebilla de cinturón, el conjunto, adquirido por el comerciante Roderick Ririe, no tardó en disgregarse. Por suerte, el Museo Británico se hizo con el grueso de la colección (82 piezas) entre noviembre de 1831 y enero de 1832, gracias, sobre todo, a los buenos oficios de sir Frederic Madden, conservador adjunto del Departamento de Manuscritos del British.
Cautivado por su belleza y originalidad, Madden no dudó en mostrársela a un ilustre visitante, sir Walter Scott, quien la examinó durante una hora. El conservador del Departamento de Antigüedades y numismático Edward Hawkins cerró la compra por 80 guineas, veinte menos de lo que le pedía el vendedor, un relojero de Edimburgo que había estado en tratos con Ririe. Décadas después, el Museo Nacional de Escocia se procuró las once piezas que faltaban, que habían pertenecido al anticuario Charles Kirkpatrick Sharpe y a lord Londesborough.
Pocos peones para la batalla
El ajedrez de la isla de Lewis está compuesto por ocho reyes, ocho damas, dieciséis alfiles (obispos), quince caballos (jinetes), trece torres (guerreros) y diecinueve peones. El número de peones dista mucho de seguir la proporción del ajedrez moderno, cuyas reglas han variado enormemente desde las primeras partidas jugadas en la India hasta la actualidad.
Los reyes, algunos barbados y otros afeitados, con distintas coronas y una espada sobre sus rodillas, aparecen sentados sobre sus tronos, al igual que las damas, tocadas con corona y velo. Su altura oscila entre los 7 y los 10 cm, mientras que la de los peones se sitúa entre los 4 y los 6 cm.
Los alfiles están caracterizados como obispos, algunos de pie y otros sentados, y lucen báculos, casullas y mitras. Ese último elemento es el que ha permitido datar las piezas entre mediados del siglo XII y comienzos del XIII, ya que, antes de esa época, el tocado presentaba dos picos y después se hizo más alto. A su vez, los jinetes cabalgan monturas muy pequeñas, van armados con lanza y escudos y se protegen la cabeza con cascos.
Por último, las torres se encarnan en unos guerreros –“warders” o “hrokrs”– protegidos por un escudo, casco cónico (todos excepto dos) y cotas de malla hasta los pies. Cuatro de ellos (tres en el Museo Británico y el cuarto en el Museo Nacional de Escocia) muerden el escudo con rabia, y se han identificado con los “berserkers”, soldados de Odín poseídos de eso que los romanos denominaban “furor teutonicus”, que no temían a nada.

Rey y reina del ajedrez de Lewis. Museo Nacional de Escocia
Desde su primera exhibición, el hallazgo de ese ejército en miniatura, perfectamente equipado para el combate, suscitó el interés académico por la calidad de los objetos, destinados tal vez a un noble para su ocio personal y no deteriorados por el uso. Habían perdido la pátina de color que los recubría, de un rojo remolacha, pero la expresiva viveza de los rostros, la finura de sus tallas románicas, tanto de frente como en los dorsos, y el lujo de los materiales –la mayoría, hechos con marfil de morsa, y unos pocos, con diente de ballena– bastaron para que Hawkins valorara así ese milagro: “No hay en el museo objetos tan interesantes para un anticuario autóctono como los que ahora se ofrecen a los fideicomisarios”.
Pero ¿dónde habían sido manufacturados esos reyes, damas, jinetes, guerreros y peones, que, a falta de un caballo, cuatro guerreros y, sobre todo, varias docenas de peones, hubieran surtido cuatro o cinco juegos completos de ajedrez? La clave estaba en Noruega y, muy probablemente, en la ciudad de Trondheim (Nidaros hasta el siglo XVI), a unos 1.100 km por mar. No obstante, hay expertos que refutan esa tesis, como el islandés Guðmundur G. Thórarinsson, quien barrió para casa y fijó el origen en su propia tierra (esa fue también la valoración de Frederic Madden, pionero en su estudio).
En apoyo a la hipótesis de Trondheim, los especialistas recuerdan que esa ciudad fue uno de los principales focos del marfil de morsa, un lucrativo negocio que enriqueció también a muchos colonos de Groenlandia y cuyos usos iban desde la confección de juegos de ajedrez o crucifijos hasta su dación para pagar el diezmo a la Iglesia. El hallazgo de una reina en un templo de Trondheim, similar a las piezas encontradas en Lewis, así como la forma de los tronos, reforzaría la conexión noruega.
Ahora bien, ¿cómo llegaron hasta allí? No es tan extraño. A la sazón, Gran Bretaña estaba mucho mejor conectada con el mar del Norte que con el centro o el sur de Europa, hasta el punto de conformar “una especie de Commonwealth”, en palabras de la profesora de Historia Medieval Miri Rubin. De hecho, la isla de Lewis fue parte de Noruega hasta 1266, cuando el Tratado de Perth reconoció la soberanía escocesa sobre las Hébridas y la isla de Man, que, junto con las Orcadas y las Shetland, habían configurado el llamado reino de Mann y las Islas entre 1079 y esa fecha.

Las torres del ajedrez de Lewis están representadas por guerreros. Algunos muerden el escudo (izqda.) y han sido identificados con ‘berserkers’. Museo Nacional de Escocia
Desde sus primeras incursiones en las Hébridas, allá por el siglo IX, los vikingos habían permeado su lengua, sus costumbres y hasta su arquitectura, que pasó de las típicas habitaciones circulares a los edificios rectangulares propios de esa cultura. El nombre de la isla en gaélico moderno, Leòdhais, parece remitir al nórdico Ljóðhús, “casa de la canción”, y una leyenda narra que los vikingos trataron de remolcar la isla hasta Noruega mediante una cuerda atada al arco natural de Rionn a’Roidh, a la altura de Eoropie, el pueblo más septentrional de Lewis.
El ajedrez vikingo
Lo que no conocemos, ciertamente, son los pormenores del “desembarco” del ajedrez en esas playas. Es posible que el conjunto formara parte del cargamento de un barco mercante que naufragó frente a la bahía de Uig, rumbo a la propia isla, a la de Man o a Irlanda.
Desde luego, el juego era muy popular en toda la región; así, los arqueólogos han localizado varios tableros de ajedrez en el monasterio de Whithorn, al suroeste de Escocia, y en la isla de Inchmarnock, en la costa oeste del país, donde apareció, incluso, una piedra grabada con la cuadrícula del hnefatafl, algo así como un ajedrez vikingo en el que el rey, custodiado por sus peones, debe alcanzar la esquina del tablero antes de ser capturado.
Las fuentes escritas abundan en ese entusiasmo. A principios del siglo XII, Kali, conde de las Orcadas, hijo de Kolr, se presentaba como “experto en ajedrez”, y un poema irlandés de mediados del XIII aludía a la herencia de Angus Mor, rey de las islas, que había recibido de su padre un juego de piezas de ajedrez de marfil: “A ti te dejó su posición, tuyos cada coraza, cada tesoro, sus sombreros, sus bastones, sus delgadas espadas, tuyas sus piezas de ajedrez de marfil marrón”.
Tras casi dos siglos de admirativo estudio, el ajedrez de la isla de Lewis volvió a la primera plana en 2019, cuando la casa de subastas Sotheby’s, en Londres, recibió para su valoración la pieza de un guerrero que un anticuario de Edimburgo había comprado en 1964 por cinco libras. Tras su muerte, la familia se interesó por la naturaleza de esa “pieza de ajedrez antigua de guerrero de colmillo de morsa” –tal como la catalogó su dueño–, que Sotheby’s vinculó, casi con absoluta certeza, con el ajedrez de Lewis. Vendido a un particular por 735.000 libras (unos 850.000 euros), es, hasta la fecha, el último trebejo acreditado de ese juego.

La última pieza del ajedrez de Lewis hallada hasta la fecha, un guerrero con un casco, fue subastada por Sotheby’s en 2019 por 735.000 libras
La puja, como es de rigor, se llevó a cabo con todas las garantías, y la pieza se sometió a un análisis de datación por radiocarbono que, curiosamente, sugirió que su manufactura era unos ochenta años posterior a lo que se creía. Sin embargo, los especialistas achacaron el desbarajuste a factores como el deterioro por los hongos de las raíces de las plantas o la contaminación de la muestra durante los siglos de su enterramiento.
Vida propia
En la cultura popular, la magia del ajedrez de Lewis se trasladó a la gran pantalla en Harry Potter y la piedra filosofal (2001), en la que el protagonista y su pelirrojo amigo, Ron Weasley, disputan una partida en el colegio Hogwarts con esas piezas, que se mueven solas. De igual modo, el videojuego Age of Empires II mostraba en su introducción el set del juego.
Tampoco ha faltado a su cita con el noveno arte, como atestigua La aventura del profesor Munakata en el Museo Británico, un manga de Yukinobu Hoshino. Finalmente, en su ensayo Ivory Vikings, la escritora estadounidense Nancy Marie Brown se atrevió a poner nombre a la artífice de ese ajedrez: Margarita la Habilidosa, una talladora islandesa a la que se ha adjudicado también la “maternidad” de un báculo de marfil presente en el Museo Nacional de Islandia, en Reikiavik.

Dos jinetes del ajedrez de Lewis, conservados en el Museo Británico
“Arrodíllate o agáchate de tal manera que puedas mirarlos a través del cristal, directamente, a la cara y a los ojos –recomienda el conservador del Museo Británico Irving Finkel–. Verás seres humanos a través del tiempo. Poseen una cualidad extraordinaria. Te hablan”. Aunque a la luz de las lagunas que rodean su discurso, quizá no nos enteremos de todo lo que nos dicen, el temple y la delicadeza de estas figuras de marfil de morsa no han dejado de sobrecogernos.