El Mediterráneo, una mina de secuestros para los piratas berberiscos de la Edad Moderna

Cautivos

El enfrentamiento entre el Imperio otomano y el Occidente cristiano disparó las ya existentes razias de la piratería en el mar y las zonas costeras

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La flota otomana de Barbarroja atacando un puerto del Mediterráneo

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Los astrólogos musulmanes habían vaticinado que el 29 de abril de 1453 sería un día nefasto para los cristianos. El sultán Mehmed II ordenó lanzar en esa fecha el ataque contra Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, que, finalmente, cayó en su poder.

La amenaza turca sobre la cristiandad romana cobró fuerza en 1480, cuando una de sus escuadras se apoderó de Otranto, en el sur de Italia, y ejecutó a buena parte de su población por negarse a abrazar el islam. Aunque los cristianos recuperaron la ciudad un año después, lo ocurrido fue una advertencia de lo que podía suceder.

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Eso explica que cuando, en 1492, los Reyes Católicos se apoderaron de Granada, poniendo fin a la existencia de un Estado islámico en la península ibérica, toda la cristiandad festejara el triunfo.

Al quedar la ciudad en poder de los cristianos, muchos musulmanes se marcharon al norte de África. Parte de ellos engrosaron las filas de los piratas berberiscos, asentándose en la costa norteafricana. Desde allí –en ocasiones, con la colaboración de sus correligionarios, que habían quedado en la península–, lanzaban ataques sobre las ciudades cristianas de las riberas del Mediterráneo. No era aquel un fenómeno nuevo, pero sí que ganó en intensidad. La costa del sultanato de Granada era ahora cristiana.

Vigilancia en los puertos

En los primeros años del siglo XVI, otra oleada de musulmanes se dirigió hacia Berbería; la nutrían quienes no habían aceptado el bautismo a que se les obligó, incumpliéndose lo acordado en las capitulaciones de Granada, para poder permanecer en ese reino. Los que aceptaron el bautismo forzoso, aunque estaban muy lejos de ser cristianos, se denominaron moriscos. Aquellos que se marcharon reforzaron también las filas de la piratería berberisca.

Sus incursiones implicaron que se construyeran numerosas torres de vigilancia para alertar a las poblaciones de su presencia. Los piratas saqueaban el territorio y buscaban apresar al mayor número posible de personas para conseguir dinero por su rescate o por su venta como esclavos. Conseguir cautivos era su principal objetivo, y este se llevaba a cabo también sobre embarcaciones cristianas.

Mapa del siglo XVII, del cartógrafo neerlandés Jan Janssonius, que muestra la costa de Berbería como

Mapa del siglo XVII, del cartógrafo neerlandés Jan Janssonius, que muestra la costa de Berbería como “Barbaria”

Dominio público

Pero en el mundo mediterráneo la piratería no era solo cosa de los berberiscos. También la practicaban los cristianos, muchos de ellos apoyados por reyes y príncipes que les daban patentes de corso. Tolón, en la costa francesa, y Civitavecchia fueron importantes centros de esa actividad.

Condenados a vivir

Para los piratas era de extraordinaria importancia conocer la categoría social de quienes caían en sus manos, con el fin de calcular cuánto podían exigir como rescate por su redención. En el caso de nobles de relevancia, las sumas podían alcanzar muchos miles de ducados. Eso hacía que, en ocasiones, los cautiverios se prolongaran durante varios años, porque se necesitaba un tiempo considerable para reunir la cantidad exigida.

Mientras se hacía efectivo el rescate, los cautivos eran utilizados como esclavos y empleados como mano de obra gratuita. Los más valiosos se destinaban al servicio doméstico, siendo criados o sirvientes de sus amos. A los que se daba menos valor se les sometía a duros trabajos en los campos o al acarreo de materiales para las obras de albañilería o de fortificación de las murallas.

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En ocasiones, se convertían en remeros de galeras, en las que atacaban a sus propios correligionarios. Eran los llamados galeotes. Sus condiciones de vida eran despiadadas: hacinados en los bancos, encadenados al remo y bajo la amenaza del látigo del capataz, que, con frecuencia, caía sobre sus espaldas. Si la galera en la que prestaban servicio era hundida, la muerte era casi segura.

En el caso de las mujeres, si eran jóvenes y bellas, podían alcanzar elevadas cifras al ser vendidas como esclavas y utilizadas sexualmente por sus dueños, algo que también ocurría con los varones jóvenes y atractivos.

Mercado de esclavos

Mercado de esclavos

Dominio público

Trinitarios y mercedarios

Aunque el apogeo de la piratería berberisca debe situarse en los siglos XVI y XVII, desde antes hubo órdenes religiosas que se dedicaban al rescate de cautivos. Tampoco faltaban particulares que se ocupaban de redimirlos, como algunos comerciantes y hombres de negocios que, conocedores de los mercados y acostumbrados a disponer de recursos suficientes, se convertían en valiosos intermediarios para ese tipo de operaciones.

Más allá de esos particulares, las órdenes de los trinitarios y los mercedarios concentraron esas maniobras. La primera fue fundada a finales del siglo XII; según sus estatutos, debía emplear la tercera parte de sus bienes y recursos en las misiones de redención. Además, se dedicaban al intercambio de cautivos, realizando las gestiones necesarias para que los musulmanes en manos de cristianos pudieran intercambiarse por cristianos en poder de los musulmanes.

Por su parte, la orden de los mercedarios fue fundada en 1218. A los votos de castidad, pobreza y obediencia sumaba la redención de cristianos cautivos, aunque ello supusiera poner en peligro su propia vida. En numerosas ocasiones, se ofrecieron como voluntarios para ser canjeados por ciertos cautivos cuyas familias no podían pagar el rescate.

A lo largo del siglo XVI, la actividad de trinitarios y mercenarios fue en aumento. Entre los siglos XVI y XVII, trinitarios y mercedarios intervinieron, directa o indirectamente, en la redención de más de cincuenta mil cautivos. Para que estas órdenes pudieran llevar a cabo su labor recibían numerosas limosnas.

Redención de cautivos en Argel

Redención de cautivos en Argel

Dominio público

En la España de la época era bastante común que, para conseguir una redención lo antes posible, los familiares empeñaran sus bienes o pidieran préstamos para reunir la suma exigida. Si, por falta de medios, eso no era posible, llegaban a pedir limosna en calles y plazas o a la puerta de las iglesias.

El proceso de la redención era complicado. Había que obtener los recursos para llevarla a cabo y negociar el precio con los berberiscos. Una vez acordado, era preciso recabar garantías de que la liberación se ejecutaría sin problemas. Todo ello dejó una abundante documentación, a veces muy detallada, que hoy nos permite conocer la realidad del cautiverio.

El control del Mediterráneo

Una vez concluida la Reconquista, la monarquía hispánica comenzó a desarrollar una política de ocupación de enclaves, que, sin embargo, no impidió que la piratería berberisca continuara siendo un azote de las poblaciones cristianas de la ribera del Mediterráneo. A finales del siglo XV se tomó Melilla (1498), y en las primeras décadas del XVI plazas como Mazalquivir, Bugía (Béjaïa), Trípoli y Orán. Y junto a esas conquistas, se sufrieron descalabros como el acaecido en la isla de Djerba (Los Gelves), frente a Túnez.

Lo cierto es que esa política de controlar los núcleos berberiscos no fue ajena a un enfrentamiento de mayor entidad política, que tenía como objetivo el dominio del Mediterráneo por parte de los musulmanes, encabezados por los sultanes otomanos, y los cristianos, con la monarquía hispánica al frente.

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Los puntos de la costa norteafricana desde los que se practicaba la piratería eran también bases navales para los otomanos. Sus barcos –en muchas ocasiones, verdaderas armadas– los utilizaban como lugares de aprovisionamiento o de refugio en caso de necesidad, y suponían una ayuda estratégica de gran importancia en la lucha que mantenían con las potencias cristianas por el control del Mediterráneo.

Los berberiscos contaron, pues, con el apoyo de las flotas del sultán, algunos de cuyos almirantes colaboraron con los gobernantes de Argel o de Túnez. Un caso paradigmático fue el nombramiento, por el sultán Solimán I, de Jeireddín Barbarroja como almirante de sus flotas.

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El almirante otomano Barbarroja

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Jeireddín había desarrollado sus actividades piráticas con su hermano Aruj, quien, desde Argel, se había enfrentado a Carlos I. Muerto Aruj, Jeireddín, haciendo gala de un gran olfato político, cerró acuerdos con el sultán, convirtiendo Argel en una provincia más del Imperio. Eso le dispensaba la protección otomana frente a los españoles.

Los caminos a Lepanto

Las campañas de Barbarroja fueron una amenaza constante para los cristianos. En 1534 saqueó Nápoles con una poderosa flota, amenazó Roma y se apoderó de Túnez, cuyo bey, Muley Hasan, se había hecho vasallo de los españoles.

Al año siguiente, Carlos I organizó una expedición y recuperó el control de la plaza. Perdida de nuevo, en 1560, los españoles trataron de recuperarla, pero el intento se convirtió en un desastre sin paliativos, que se sumaba al de Argel de 1541.

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En 1565, la isla de Malta, que Felipe II había entregado a los caballeros hospitalarios, fue atacada por el sultán, y el monarca español no dudó en enviar a los tercios de infantería, obligando a los turcos a levantar el asedio.

La culminación de esos enfrentamientos tuvo lugar en 1571, en la conocida como la batalla de Lepanto. La escuadra de la Santa Liga –la coalición cristiana que, encabezada por España y al mando de don Juan de Austria, formaban el papado, Génova y Venecia– infligió una grave derrota al almirante Alí Bajá. Miguel de Cervantes, uno de sus soldados, se refirió a ella como la más alta ocasión que vieron los siglos. Poco después, se convertiría en cautivo de los berberiscos. Pasaría cinco años en Argel hasta su liberación.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 674 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

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