Corría 1656. Habían pasado trece años desde la derrota española en Rocroi. Con el Rosellón ocupado por los franceses y Portugal alzado en armas desde hacía más de una década, las tropas de Felipe IV tenían numerosos frentes abiertos.
A pesar de que la firma del Tratado de Münster pusiera fin a la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y de que se hubiera alcanzado un acuerdo entre las Provincias Unidas de los Países Bajos y España, la situación en Flandes distaba de ser fácil.
La derrota en la batalla de Rocroi fue un duro golpe para los Tercios
Un ejército francés de treinta mil hombres al mando de los mariscales de Turena y de La Ferté asediaba la ciudad de Valenciennes. Situada en los Países Bajos del sur (norte de la actual Francia), la plaza, a orillas del río Escalda, formaba parte de los dominios de los Habsburgo españoles.
En la ciudad, con una guarnición de apenas dos mil españoles y trescientos jinetes, auxiliados por una milicia local exigua, cuya formación y pólvora eran escasas, veían con creciente preocupación la toma de posiciones de las numerosas huestes galas. Estas se dividieron entre ambas orillas del río, hecho que dificultó su comunicación y acabó siendo decisivo en el desenlace.
Enfrentados por el control de territorios clave en Europa, la monarquía española y el reino de Francia, que aspiraban a expandir su influencia y asegurar sus fronteras, se vieron abocados a un conflicto armado: la denominada guerra franco-española (1635-1659).
Desde años antes de la batalla de Valenciennes, Flandes había sido un objetivo estratégico para la monarquía gala, al ser una zona vital para su defensa y expansión territorial. A pesar de haber logrado cierto éxito en algunas incursiones en territorio español, el dominio de la región seguía estando muy dividido, con la citada ciudad en el foco, como punto fundamental en las comunicaciones.
Recién llegado
Hijo ilegítimo de Felipe IV y la cantante y actriz María Calderón, conocida como la Calderona, Juan José de Austria, que ya había ostentado los cargos de virrey de Sicilia y, con posterioridad, de Catalunya, llegó a Bruselas en mayo de 1656 como gobernador de los Países Bajos.
Tras suceder al archiduque Leopoldo en el cargo, don Juan, como nuevo mando político y militar, se puso manos a la obra para cumplir las tareas que le habían sido encomendadas. Entre otras, preservar y expandir la religión católica, formar una junta de Hacienda para los asuntos económicos de aquellas provincias, hacer cumplir las leyes e impartir justicia y castigar las faltas y abusos de los soldados.
Juan José de Austria
Informado de la situación en Valenciennes, el nuevo gobernador convocó una reunión con sus consejeros militares: el marqués de Caracena, el príncipe de Ligne, el príncipe de Condé, el conde de Marsín y Fernando de Solís. Tras la misma, decidió acudir al socorro de la fronteriza plaza. Para hacer frente al nutrido ejército invasor, reunieron un total de veintidós mil hombres entre españoles, flamencos, valones, borgoñones, italianos, irlandeses y alemanes.
Uno de aquellos consejeros, el príncipe de Condé, era Luis de Borbón, príncipe de sangre real, par de Francia y general francés durante la guerra de los Treinta Años. Nacido en Fontainebleau, fue uno de los artífices de la victoria contra España en la batalla de Rocroi. Durante las revueltas de la Fronda, un movimiento de reacción frente a la creciente autoridad de la monarquía en Francia, fue condenado a muerte, y sus posesiones, confiscadas. Huyó a Flandes y se unió a las tropas españolas.
Toma de posiciones
De manera paulatina, el avance francés sobre la ciudad había comenzado el mes de mayo. Dividieron sus tropas en dos campamentos a ambos lados del río con el objetivo de iniciar el asedio. Pocos días más tarde, tropas españolas llegaron a las cercanías, apenas a una legua de distancia, y comenzaron a hostigar los convoyes de abastecimiento enemigo.
El mariscal de La Ferté se había instalado, con diez mil soldados, al oeste del Escalda. Los trabajos del ejército francés terminaron a principios de julio, una vez se hubo completado la doble trinchera que, a modo de anillo, rodeaba toda la villa. Desde los dos flancos del río, empezó el bombardeo de la ciudad a cargo de cincuenta y cinco cañones.
Las tropas hispánicas situaron su campamento al sur de la plaza. La noche del 15 de julio cruzaron el Escalda por la ribera este, donde estaban apostadas las tropas del mariscal Turena, con cerca de veinte mil hombres en total. Mientras la artillería disparaba sobre el emplazamiento galo, con el fin de ocultar cualquier ruido y desviar su atención, las columnas avanzaban en absoluto silencio.
En realidad, se trataba de una maniobra de distracción. El propósito principal era el campamento de La Ferté, hacia donde marchaba el grueso de la tropa. Así, cerca de cuatro mil españoles se enfrentaron con los hombres de Turena, al tiempo que las milicias y los defensores de la ciudad realizaban frecuentes salidas para dificultar los trabajos de los zapadores franceses.
Vista de la batalla, por David Teniers II
Una vez al otro lado del río, el ejército tomó posiciones. En cabeza, los tiradores y granaderos, seguidos por los infantes de don Juan José y Caracena y por los tercios valones del príncipe de Ligne. Muy de cerca, los hombres de Condé y el conde de Marsin completaban el grueso de la milicia. Tras ellos, cerrando el avance, los zapadores rellenaban trincheras y socavones facilitando el despliegue de la caballería.
Tres salvas fueron la señal para iniciar el ataque. Los soldados de La Ferté estaban preparados, y los primeros cruces de disparos se produjeron a muy corta distancia. La caballería, encabezada personalmente por Condé, consiguió rodear a parte de los hombres de La Ferté, el cual reunió unos escuadrones de caballería y encabezó una carga en plena noche para auxiliar a sus soldados.
Por su parte, Turena, mientras trataba de contener a los hombres de los tercios, se dio cuenta de que el ataque principal era contra el otro campamento. Cuando reaccionó, los refuerzos enviados ya no fueron capaces de socorrer a las tropas de La Ferté. No pudieron hacer nada. Herido en una pierna, el mariscal de La Ferté fue capturado mientras sus tropas huían en completo desorden.
Al llegar a la ciudad, las fuerzas hispánicas fueron recibidas con muestras de alegría, y en agradecimiento se ofició una misa Te Deum. Así, para cuando los tercios llegaron al campamento de Turena, este había tenido tiempo de retirarse. No obstante, la debacle había sido completa. Doce mil franceses murieron en el campo de batalla y siete mil fueron hechos prisioneros, incluidos más de setenta altos mandos, frente a seiscientas bajas en el otro lado.
Tanto para tan poco
A pesar de que España mantuvo el control de la ciudad y rechazó el asedio, la batalla de Valenciennes no tuvo un impacto decisivo en la guerra. No obstante, reafirmó la resistencia del imperio en Flandes y contribuyó enormemente a elevar la moral de los tercios allí destacados. Si bien la ciudad siguió bajo control hispano, las fuerzas francesas, aunque derrotadas, seguían suponiendo una amenaza en la región.
Los efectos de la batalla fueron limitados –solo en términos de cambios territoriales inmediatos–, sin que modificaran significativamente el equilibrio de poder. De hecho, Francia continuó ampliando su influencia en Europa, especialmente, en las décadas siguientes.
Entrada triunfal de Juan José de Austria
El conflicto en Flandes fue un tema crucial en las negociaciones que, finalmente, terminaron con la Paz de los Pirineos en 1659, firmada en la isla de los Faisanes, sobre el río Bidasoa, en la frontera franco-española.
Valenciennes se erige como un claro ejemplo de la complejidad de los conflictos en la Europa moderna. Las victorias tácticas no necesariamente conducen a cambios decisivos. En consecuencia, en contextos dinámicos y cambiantes, las estrategias a nivel operativo no siempre se traducen en logros duraderos o en la resolución definitiva de un conflicto.


