“¡Que gane la española!”: el apoyo de los ingleses a Catalina de Aragón ante el divorcio de Enrique VIII

Historia Moderna

Hija de los Reyes Católicos y mujer dotada de inmenso aplomo, Catalina de Aragón fue repudiada por su marido, Enrique VIII, pero muy estimada, en cambio, por el pueblo inglés

Catalina de Aragón defendiendo su causa ante el rey Enrique VIII. Mezzotinta coloreada de W. Ward, 1802, según R. Westall.

Catalina de Aragón defendiendo su causa ante el rey Enrique VIII. Mezzotinta coloreada de W. Ward, 1802, según R. Westall

Galería Wellcome Images / CC BY 4.0

En Inglaterra han ocupado el trono varias reinas que han gozado de la admiración, el respeto y hasta el amor popular. La más reciente fue Isabel II. Antes que ella, su propia madre apoyó lealmente a su marido, Jorge VI, durante los años aciagos de la Segunda Guerra Mundial. Victoria, que reinó durante la mayor parte del siglo XIX, disfrutó también de la consideración y el cariño de su nación. En el siglo XVI, Isabel I proyectó una admirable valentía personal, sobre todo, en vista de la posible invasión de Inglaterra por la Armada Invencible. Junto a esas soberanas, Catalina de Aragón, mujer de Enrique VIII, mereció también el amor y la admiración de su pueblo, y también su conmiseración por el infame trato recibido por parte de su marido, que ella sobrellevó con gran dignidad.

En la historiografía de Inglaterra, Catalina de Aragón ha sido considerada siempre como víctima y sujeto pasivo. Sus padres, Isabel la Católica y Fernando de Aragón, la enviaron a sus dieciséis años a Inglaterra para casarla con el príncipe Arturo, heredero al trono, apenas unos meses más joven que ella, con el fin de asegurar esa alianza internacional. Cuando el enfermizo Arturo falleció poco más tarde, Fernando de Aragón insistió en que Catalina se casara con el hermano menor de aquel, Enrique, el flamante heredero. La boda tuvo lugar en 1509, cuando Enrique se convirtió en rey. Comenzó entonces la triste historia ginecológica de Catalina, que, al año siguiente, dio a luz a un hijo varón que murió a los cincuenta y tres días. Nació después una niña, la futura María I, pero sus otros embarazos terminaron en abortos espontáneos.

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Tras veinte años de vida en común, y reconociendo al fin que Catalina nunca le daría otro hijo varón, Enrique VIII, en 1528, buscó un pretexto para anular su matrimonio. Lo consiguió a costa de proclamarse jefe de la Iglesia en Inglaterra, obligando al arzobispo de Canterbury a declarar nulo su matrimonio, lo que separó a Inglaterra de la autoridad papal. A partir de 1533, Catalina vivió tres años de exilio interior en una provincia rural, hasta su muerte a los cincuenta años.

La llegada a la corte

Catalina fue tratada con insólita desconsideración, sin que Enrique consiguiera tampoco lo que deseaba: Ana Bolena, su segunda mujer, no solo no le dio un hijo varón, sino que, con toda probabilidad, le fue infiel. La siguiente reina, Jane Seymour, alumbró al futuro Eduardo VI, que murió solo seis años después de subir al trono, y ella misma falleció por las complicaciones del parto. Así, las sucesoras fueron dos mujeres, María, conocida como la Sanguinaria por su cruel persecución a los protestantes, y su hermanastra Isabel, hija de Ana Bolena y una de las más célebres monarcas de Inglaterra.

Si, por un lado, Catalina fue una mujer enfermiza, su moral era fuerte, tal como atestiguó durante su regencia en ausencia de su esposo. Gracias a ello se granjeó las simpatías y el apoyo de muchos, aunque, a la hora de la verdad, pocos tuvieron el valor de desafiar a Enrique VIII, a quien empujaba no solo la ambición de asegurar a los Tudor como reyes de Inglaterra, sino también el deseo sexual por Ana Bolena, que se negaba a satisfacer a Enrique hasta que este se casara con ella.

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Catalina de Aragón 

Terceros

Nacida el 16 de diciembre de 1485, Catalina fue la quinta descendiente y la cuarta hija del matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Durante su infancia, se acordó con Enrique VII de Inglaterra su enlace con Arturo, príncipe de Gales. Así, la joven Catalina viajó a Inglaterra acompañada por un séquito de clérigos, diplomáticos y servidumbre, con doña Elvira Manuel como ama de llaves. El matrimonio entre Catalina y Arturo se celebró el 14 de noviembre de 1501, cuando ella tenía casi dieciséis años, y Arturo, quince y dos meses. Ambos habían alcanzado la pubertad, por lo que no se contempló que la pareja fuera demasiado joven para hacer vida marital.

Catalina había recibido una formación muy completa: estudió latín con la latinista Beatriz de Galindo, y, como los prometidos no hablaban una lengua en común, se escribían sus cartas de amor y conversaban en latín. La futura princesa de Gales, conocida como Kateryne of Spayne, llegó con sus acompañantes, vestidas con el verdugado, o guardainfante, un estilo que en Inglaterra no se llevaba. 

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Fue recibida con honores, boato y suma amabilidad. Enrique VII, padre de Arturo y del futuro Enrique VIII, le escribió una carta de bienvenida, e, impaciente, salió de la capital para recibir a la infanta por el camino. Los asistentes de Catalina se maravillaban ante la informalidad de la corte inglesa en comparación con lo reglamentada que era la de los Reyes Católicos, sobre todo, a propósito del comportamiento en las comidas, donde los ingleses eructaban ruidosamente sentados a la mesa. Notaban, además, que las mujeres inglesas se vestían extravagantemente, en tanto que las españolas llevaban ropas de un negro austero.

La viuda de su hermano

Tras la muerte del príncipe Arturo en 1502, su hermano Enrique se casó con la viuda, una vez recibida del papa la correspondiente dispensa, ya que el derecho canónico prohíbe la unión de un hombre con la viuda de su hermano. Cuando, años después, Enrique VIII ideaba un pretexto para divorciarse, pretendió beneficiarse de esa prohibición, alegando que el papa no había tenido autoridad para emitir esa dispensa. Sin embargo, Catalina declaró que había acudido virgen a la cama de Enrique, ya que Arturo no había podido culminar el acto sexual.

Doña Elvira Manuel, la citada ama de llaves de Catalina, subrayó, en efecto, que no había sangre en las sábanas del lecho nupcial, tal como se había esperado. Otros testigos que vieron a Arturo desnudo aseguraron que era un muchacho débil y, probablemente, incapaz de llevar a cabo sus obligaciones matrimoniales. De hecho, el joven falleció solo setenta y siete días después de la boda.

Arturo alrededor del tiempo de su matrimonio, hacia 1501

Arturo alrededor del tiempo de su matrimonio, hacia 1501

Dominio público

Hay que tener en cuenta que ni Catalina ni Arturo sabían mucho de sexo. Posiblemente, Catalina creía que había perdido su virginidad, y solo tiempo después se enteró de que no había sido así, quizá al conversar con sus damas de honor. Dado que Catalina practicaba una moral severa, era difícil poner en cuestión lo que decía. Muchos creyeron que decía la verdad, pero, a la vez, todos temían la ira de Enrique, a quien no solo había que obedecer, sino también darle la razón.

Una revuelta y una guerra

Catalina se mostró caritativa con los pobres, destinando un considerable capital a actos solidarios. Era espléndida, le gustaba hacer regalos a todos. Quizá el acto que suscitó más admiración fue su intervención en favor de los conflictivos aprendices de los gremios de Londres, que, el 1 de mayo de 1517, provocaron disturbios contra los extranjeros que residían en esa ciudad. 

Los motines se sofocaron rápidamente, y algunos aprendices fueron detenidos y ejecutados, aunque ningún extranjero había perecido en los tumultos. Centenares de jóvenes fueron encarcelados, y Catalina medió en un proceso en el que cuatrocientos de ellos eran juzgados por el mismo Enrique. La reina se arrodilló y pidió al rey que perdonara a los amotinados. La decisión de ponerlos en libertad aumentó su popularidad.

Cuando Enrique VIII abandonó Inglaterra en 1513 para librar la guerra en Francia, dejó a Catalina como regente, pese a que su padre, Fernando de Aragón, había firmado un acuerdo con Luis XII, contra quien Enrique guerreaba. La absoluta fidelidad a Inglaterra y a su marido acrecentó el respeto de sus súbditos. 

Por otra parte, cuando Enrique estaba luchando, los escoceses, aliados de Francia, invadieron el norte de Inglaterra. Catalina movilizó a un ejército, y, poniéndose a la cabeza, consiguió derrotar a los escoceses en la batalla de Flodden Field, el 9 de septiembre de 1513. Actuando con decisión y resolviendo las complicaciones prácticas de la campaña, hizo gala de su misericordia para con el enemigo y, con marcada eficacia, atendió las diversas cuentas que había que pagar y licenció a los soldados. El 21 de octubre de aquel año, el victorioso Enrique volvió a Inglaterra, donde se reunió con su mujer.

El gran asunto del rey

Pese a la compasión general hacia Catalina, el temor ante la actitud de Enrique impidió que los personajes más influyentes se pronunciaran sobre lo que la historiografía ha dado en llamar “the King’s great affair”, el gran asunto del rey. Es decir, la cuestión de si los representantes de Enrique tendrían éxito persuadiendo al papa para que decretara que el matrimonio de Enrique y Catalina era ilícito y, por tanto, debía ser anulado para que Enrique pudiera casarse con otra mujer que quizá le diera un hijo varón.

Catalina suplicando en el juicio contra ella por parte de Enrique, por Henry Nelson O'Neil

Catalina suplicando en el juicio contra ella por parte de Enrique, por Henry Nelson O'Neil

Dominio público

En noviembre de 1528, se llevó a cabo un proceso en Londres ante un tribunal donde Catalina se defendió con consistencia, pero mostrando, a la vez, un gran respeto por Enrique. Aquel día, mientras caminaba hacia el convento donde iba a celebrarse el proceso, la gente, aglomerada en el camino, le lanzó palabras de ánimo. “¡Que gane la española!”, gritaban. El paranoico Enrique sospechó que Catalina amenazaba con rebelarse contra él, una posibilidad totalmente ajena a las intenciones de su esposa.

Desde luego, los ingleses no pretendían levantarse en armas contra su rey, pese a la obstinación de este en divorciarse de Catalina, pero pocos se confesaban favorables a la anulación del matrimonio. Fue en aquel momento cuando sir Thomas More, personaje de gran influencia y peso moral, dimitió como lord chancellor, el cargo civil más importante del reino, una decisión que le costó la vida.

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Finalmente, el papa se negó a declarar nulo el matrimonio. Le hubiera sido difícil reconocer que su predecesor se había equivocado al conceder la dispensa que permitió a Enrique casarse con la viuda de su hermano. Por otra parte, a esas alturas, el jefe de la Iglesia temía menos al rey de Inglaterra que a la reacción del emperador Carlos V, sobrino de Catalina.

En la tumba de esta en la catedral de Peterborough, cerca del castillo donde falleció, una placa reza en inglés: “Reina querida por el pueblo inglés por su lealtad, su piedad, su valor y su compasión”.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 688 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].

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