Santiago Posteguillo publica ‘Los tres mundos’, la tercera entrega de su saga sobre Julio César: rigor histórico y épica en estado puro
Serie de Julio César
El autor más leído de novela histórica en español prosigue su serie sobre Julio César con ‘Los tres mundos’ (Ediciones B), obra hoy a la venta y que reconstruye con verosimilitud la guerra de las Galias
El historiador y novelista Santiago Posteguillo
A lo largo de dos décadas, Santiago Posteguillo, profesor en la Universidad Jaume I de Castellón, nos ha ido familiarizando con la complejidad de la antigua Roma a través de sus figuras más cruciales. Escipión el Africano, Trajano y, ahora, Julio César han revivido gracias a la imaginación de este historiador, que también se ha calzado las sandalias de una mujer, la emperatriz consorte Julia Domna, en dos obras.
Si en Roma soy yo (2022) seguimos las andanzas del joven abogado y tribuno militar Cayo Julio César y en Maldita Roma (2023) asistimos a su irresistible ascenso al poder entre secundarios de lujo como Cicerón, Espartaco o Cleopatra, Los tres mundos culmina la primera parte de la serie sobre el hombre que sometió a las Galias.
A este hito dedica Posteguillo la mayor parte de su novela, cuyas páginas combinan la épica de la vanguardia con la lírica de la retaguardia y consagran a Julio César como uno de los grandes estrategas militares de todos los tiempos.
'Los tres mundos', tercera entrega de la serie de Santiago Posteguillo sobre Julio César
Finalizada la campaña, el mismo procónsul, en busca de legitimidad y gloria, redactó sus impresiones en De bello Gallico, una especie de memorando que, lógicamente, Posteguillo ha tenido en cuenta a la hora de enrolarse en esta empresa, sorteando, eso sí, las contradicciones y omisiones del relato clásico gracias a su extraordinario manejo de las fuentes.
“La mayor parte, por no decir la casi totalidad de los hechos que se refieren en Los tres mundos son acontecimientos históricos admitidos como veraces por los historiadores o, al menos, citados en una o varias de las fuentes clásicas consultadas”, aclara el autor en las notas finales. Estas preceden, por cierto, a un glosario de términos latinos, griegos y egipcios, unos mapas históricos y una bibliografía con más de ciento cincuenta referencias, un detalle poco habitual en obras de ficción.
Botín y gloria
Durante su primer consulado (59 a. C.), Julio César logró sacar adelante importantes leyes judiciales y agrarias, pese a las zancadillas que le puso la facción optimate. De este modo, encaró su nuevo destino como gobernante de la Galia Cisalpina, la Transalpina, la Narbonense e Iliria con una razonable confianza, pero, sobre todo, con la urgencia de obtener botín y gloria.
Santiago Posteguillo presenta 'Los tres mundos'
Por delante tenía un mandato de cinco años que, en 55 a. C., le fue renovado por otro lustro más, con el fin de rematar lo que sus legiones habían comenzado en Bibracte (cerca de Autun, Francia), cuando mostraron sus dientes y el filo de sus espadas a la tribu celta de los helvecios, en la primera gran victoria que César se anotó en ese escenario.
Sin solución de continuidad, aquel mismo año, los germanos del caudillo Ariovisto –personaje que cerraba Maldita Roma– se sumaron a la liza. “El ejército germano –narra Posteguillo en Los tres mundos– no era una simple migración de guerreros con sus familias, sino una trituradora militar que había derrotado a los galos en varias batallas campales”. Su duelo al sol en los Vosgos (cerca de Mulhouse, Francia) confirmó, no obstante, que Roma era más fuerte.
Considerando el número de tropas y su desigual disciplina y organización, un atento seguidor de las gestas de nuestro protagonista valoró de esta manera la victoria: “Nada hay, pues, de extraordinario en los éxitos obtenidos por César en esta campaña, lo que no disminuye, por otra parte, la gloria que tiene merecida”. Ese seguidor se llamaba Napoleón Bonaparte, y sus observaciones, publicadas en 1836, las dictó durante su exilio en la isla de Santa Elena.
Estatua de Julio César.
El canal de la Mancha
Cuando a Santiago Posteguillo le preguntan por las virtudes de Julio César, suele aludir a su astucia política y su genio militar. Solo hay que enumerar las tribus que le salieron al paso y que, una tras otra, fueron sucumbiendo a sus estandartes: los nervios de Bélgica, los usípetes y los téncteros germanos, los eburones, los tréveros…
En Vidas paralelas, Plutarco habla de ochocientas ciudades tomadas por la fuerza y trescientas naciones sometidas, y calcula el número de bajas enemigas: un millón y medio de muertos y la misma cantidad de prisioneros. Plinio el Viejo sentenció que ese ultraje al género humano no debía ser incluido entre sus “títulos de gloria”.
Hasta que el sitio de Alesia acalló la rebelión de Vercingetórix, en el año 52 a. C., no solo galos y germanos intercambiaron golpes con los romanos. También lo hicieron los britanos, que recibieron la indeseada visita de sus barcos en dos ocasiones; la primera, en 55 a. C., y la segunda, un año más tarde. ¿El pretexto? La ayuda que los habitantes de esa isla “hostil y remotísima” –los adjetivos son de Catulo– habían prestado a los vénetos de la Galia.
Estatua de Vercingetórix en Alise-Sainte-Reine en Francia
Si la primera expedición fue, más que nada, de tanteo, la segunda, integrada por ochocientas naves, cinco legiones y dos mil jinetes galos de apoyo, tuvo cariz de conquista y culminó con la victoria de César sobre el caudillo britano Casivelauno. A este no le quedó más remedio que rendir su fortaleza y transigir con las condiciones que le impusieron: “Aceptar a Mandubracio como rey de los trinovantes [una tribu celta de Britania], con los territorios que poseía su padre antes de ser depuesto como rey, y no atacarlo; entregar trescientos rehenes y pagar tributo a Roma anualmente”, tal como expone Posteguillo.
Roma y Egipto
Pero Los tres mundos no se limita a recrear las peripecias del general romano en las Galias. El triángulo se completa con los vértices de Roma y Egipto, y en el escrutinio de sus hechos principales y en la semblanza de sus protagonistas el autor se siente igual de cómodo.
Desde luego, el padre de la trilogía “Africanus” se ha ganado el respeto de sus lectores por su habilidad como “pintor de batallas”, pero también por su talento a la hora de penetrar en las miserias, las intrigas y los juegos de poder de ese pueblo que alumbró nuestra civilización.
Con sus victorias en la Galia, sus expediciones a Britania y su cruce del río Rin, César había deslumbrado al pueblo romano
Así, mientras el procónsul Julio César se labra su prestigio militar más allá de los Alpes, en Roma, el magno Pompeyo y el acaudalado Craso, artífices del primer triunvirato junto con aquel, sostienen las riendas de la República, se miran de reojo el uno al otro y recelan de la fama que su socio está cosechando en los campos del honor. “César –relata Posteguillo–, con sus victorias en la Galia, sus expediciones a Britania y su cruce del río Rin, había deslumbrado al pueblo romano”.
Hambriento de popularidad, Craso trató de emularlo, y, a sus más de sesenta años, se embarcó como procónsul de Siria en una campaña contra los partos, “una empresa que nunca antes ningún romano se ha atrevido a hacer”, tal como el autor pone en sus labios. La batalla de Carras (53 a. C.) selló su desenlace, que fue también el del primer triunvirato. Y es que, aunque tuviera las dimensiones de Roma, ni siquiera ese pueblo era lo suficientemente grande para dos: sin Craso, la República fue testigo de un enfrentamiento inevitable, el que Julio César y Pompeyo libraron durante cuatro años.
Bustos de Pompeyo (izqda.) y Julio César
¿Y qué hay de Egipto? Los incondicionales de Posteguillo recordarán que, en el título anterior, la futura Cleopatra VII preguntaba a su tutor Filóstrato quién mandaba en Roma, a lo que este replicaba: “Esa es una pregunta de difícil respuesta, princesa”. Durante esa conversación, la hija de Ptolomeo XII, a quien esta había acompañado en su exilio, escuchaba por vez primera el nombre de Julio César, y, tras las explicaciones del filósofo, concluía que debía de ser un hombre “inteligente”.
Cuando Cleopatra VII se ciñó la corona en el año 51 a. C., aquel hombre inteligente aún no había osado cruzar el Rubicón a la voz de “alea iacta est” y seguía inmerso en su misión en las Galias. Sin embargo, tres años más tarde, al acecho de Pompeyo, César desembarcaba en Alejandría e imprimía un nuevo giro a la historia del Mediterráneo y del mundo. Remedando la frase con que sintetizó su victoria sobre Farnaces II del Ponto en la batalla de Zela, podríamos decir que llegó, vio… y se enamoró de Cleopatra.
Pero esa no es la trama de este exuberante tapiz. Con la paciencia de un artesano y el ímpetu de un loco por la historia, lo que Santiago Posteguillo ha radiografiado es un momento muy concreto en el devenir de tres civilizaciones, entre los años 58 a. C. y 53 a. C. Tres pueblos que lucharon por su supervivencia, sin ser conscientes de que, tarde o temprano, los tres cambiarían radicalmente o perecerían, incluso aquel que parecía predestinado a la inmortalidad, la Roma que latía con el corazón de Julio César.