Burros, los todoterrenos del antiguo Egipto que no todo el mundo se podía permitir

Historia antigua

Fueron los mejores aliados de los egipcios para las labores agrícolas y el transporte de cargas, tal como acreditan distintos papiros y relieves

Burros en un detalle del relieve de una tumba en Egipto. Reino Antiguo, dinastía V (c. 2504-2347 a. C.)

Burros en un detalle del relieve de una tumba en Egipto. Reino Antiguo, dinastía V (c. 2504-2347 a. C.)

Heritage Art/Heritage Images vía Getty Images

La estrecha colaboración del burro con el ser humano comenzó hace más de cinco mil años, cuando fueron domesticados por primera vez en lo que entonces era la sabana del Sahara. Los hay de muchos y variados tamaños y razas, pero el típico pollino faraónico no parece gran cosa..., lo que no deja de ser engañoso. Con sus aproximadamente 2 metros de longitud, su 1,25-1,50 de alzada y sus 203-275 kilos de peso, se trata de un animal recio y resistente, capaz de cargar entre 80 y 100 kg, caminar por terrenos escarpados y pedregosos y hacerlo soportando grandes temperaturas.

Nadie mejor para apreciarlo que los egipcios, pues el valle del Nilo fue uno de los primeros lugares donde se domesticó. De hecho, sus primeros usos en Egipto se recogen en el delta, a mediados del IV milenio a. C., cuando desde las localidades de Maadi y Tell al-Farkha partían caravanas cargadas de productos egipcios. La tumba de diez de estos animales en Abydos, a finales de la dinastía 0, nos indica que eran un bien muy preciado que el propio soberano del Nilo quiso llevarse al más allá.

Trabajar como un burro

El burro, además, era muy importante para la economía agrícola egipcia debido a su capacidad tractora, que le permitía arrastrar un arado con menos gasto que un buey. Después de la siembra, los podían hacer caminar por los campos para que con su peso introdujeran la simiente en el blando suelo, tarea que compartían con otros rebaños. Una vez recogida la cosecha se los empleaba para cargar las gavillas hasta la era.

Y por lo que vemos en las escenas de las tumbas, no era un quehacer que les resultara agradable, porque a veces se necesitaban hasta cuatro personas para cargarlos. Quizá fuera su modo de quejarse del pluriempleo, pues, al poco tiempo, ya los tenían arrastrando un trillo para descascarillar el grano, una labor tediosa, pero no especialmente gravosa para un animal que en libertad puede recorrer hasta 30 km diarios forrajeando.

Burros cargados con gavillas, pintura mural en la tumba de Ankhtifi, Moalla, Egipto, Primer Periodo Intermedio, dinastía IX

Burros cargados con gavillas, pintura mural en la tumba de Ankhtifi, Moalla, Egipto, Primer Periodo Intermedio, dinastía IX

DeAgostini/Getty Images

Ya desde la época tinita, cuando aparecen como botín de guerra en la Paleta libia, entendemos su valor económico. Luego encontramos cifras concretas un tanto sospechosas en el templo funerario de Sahura (V dinastía), donde el soberano presume de que capturó más de doscientos mil en Libia.

A los grandes funcionarios del antiguo Egipto les gustaba hacer alarde de su riqueza en sus tumbas. Encontramos una cifra impresionante de pollinos en la tumba de Neferirtenef (V dinastía), sin duda, muy satisfecho de sí mismo con sus 2.300 borricos, cantidad que deja en mal lugar a los 760 jumentos de Rakhaefankh (V dinastía), pero que se queda en nada cuando la comparamos con los 12.017 asnos cuyo trabajo controlaba el enano Seneb, un destacado personaje de la corte de Khufu, o quizá de Djedefra.

Burros en un fragmento de relieve perteneciente a una tumba del Reino Antiguo egipcio, dinastía V (c. 2504-2347 a. C.)

Burros en un fragmento de relieve perteneciente a una tumba del Reino Antiguo egipcio, dinastía V (c. 2504-2347 a. C.)

Heritage Art/Heritage Images vía Getty Images

Un bien de lujo

Lógicamente, personajes de altura no se encargaban de gestionar sus hatos de burros; para eso estaban sus trabajadores. Los egipcios de a pie solo necesitaban uno o dos pollinos para trabajar sus tierras con algo de rapidez, pero no todos podían permitírselo. Esto generó un interesante comercio en el que estos animales eran alquilados, algo que no siempre resultaba un buen negocio.

Como nos cuenta la Sátira de los oficios: “Sale a buscar su yunta de burros, y muchos días transcurren mientras va detrás del pastor. Cuando ha transcurrido su tiempo regresa con él para disponerle un sitio en los campos. Cuando el día amanece, sale para empezar temprano. No lo encuentra en su sitio. Pasa tres días buscándolo y lo encuentra en el barro, pero no quedan ni sus cuartos traseros, porque ¡los chacales se lo han comido!”.

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Esta exageración literaria (el texto pretendía alentar a los aspirantes a escriba a estudiar) no dejaba de tener su parte de verdad, porque el alquiler no era barato; al contrario. Estamos hablando del equivalente a dos terceras partes del salario de un trabajador del poblado de Deir al-Medina. Además, como vemos en el texto, el arrendatario era responsable del bienestar del animal y tenía que reponerlo con otro de la misma calidad en caso de que le pasara algo. Todo ello se recogía previamente en un contrato.

Llamarlos por su nombre

Es normal que los egipcios tomaran afecto a sus burros y les pusieran nombre. Un óstraco de Deir al-Medina nos proporciona unos cuantos ejemplos: “Los burros de Sennefer: Tamytiqueret, hija de (?) Kyiry. / Paunshu, hijo de Tamytiqueret. / Pashaiu, hijo de Pasab. / Paankh, hijo de Pakheny. / Paiu, hijo de Ramsés”. Este último nombre puede ser tanto una burla afectuosa como una muestra de respeto hacia el faraón, pero lo interesante es que se mencione la ascendencia de cada animal, lo que claramente indica que se prestaba atención a sus cualidades y se sabía que podían transmitirlas a sus descendientes.

Otro detalle de las representaciones de burros en pinturas y relieves es que siempre aparecen acompañados por alguien que los vigila, convenientemente armado con un bastón para vencer la resistencia de estos animales. En la tumba de Ti (V dinastía) vemos un claro ejemplo junto con un diálogo muy esclarecedor: “¡Oye! ¡Os voy a dar un porrazo justo en las ancas!”, les dice un arriero a sus jumentos, mientras vemos a uno de sus compañeros retorciéndole la oreja y levantándole una de las patas delanteras a uno de ellos. Si, al precio que andaba el burro, Seneb podía permitirse perder uno o dos por malos tratos, una persona normal en modo alguno.

Transporte de trigo sobre un burro, detalle del fragmento de un fresco de la tumba de Iti conservado en el Museo Egipcio de Turín, Primer Periodo Intermedio, dinastías IX-X

Transporte de trigo sobre un burro, detalle del fragmento de un fresco de la tumba de Iti conservado en el Museo Egipcio de Turín, Primer Periodo Intermedio, dinastías IX-X

DeAgostini/Getty Images

En cualquier caso, igual que para nosotros, el burro era para los egipcios el paradigma de las tareas pesadas. Así lo vemos en otro óstraco del poblado de los trabajadores, donde uno de ellos le canta las cuarenta a su jefe, diciéndole exactamente lo que piensa de él: “Soy como un burro para ti. Si hay trabajo, ¡que traigan al burro! Y si hay forraje, ¡que traigan al buey! Si hay cerveza, nunca me pides que vaya. ¡Solo me llamas si hay trabajo que hacer!”.

Asnos y jueces

Los egipcios también veían en el pollino el ejemplo perfecto de pocas luces y escasas entendederas. Salta a la vista en el papiro Erótico de Turín, donde vemos nada menos que a un asno actuando desenfadado como ¡juez de un tribunal!

Quizá sea el aspecto ligeramente ridículo que tiene un adulto sobre un asno al pasitrote, que hace que el jinete vaya dando saltitos no muy elegantes, lo que explique que no existan representaciones de egipcios montando en burro. Como mucho, vemos algún animal con una especie de cojín en la grupa, pero sin jinete, y tenemos asimismo un trío de imágenes donde un par de ellos, en paralelo, cargan con una silla donde se sienta un señor con posibles.

Tal vez los egipcios no quisieran aparecer representados junto a un animal con un importante componente sethiano (de Seth, el dios del mal). En cualquier caso, está claro que solo se trata de un tabú iconográfico, porque cuando la necesidad apretaba, los egipcios montaban agradecidos sobre la grupa de su burro. De hecho, así fue como mataron a Mekhu (VI dinastía) durante el ataque a su caravana en el desierto.

La relación entre el burro y Seth se aprecia ya en los textos de las pirámides, pero, sobre todo, en los ataúdes de Asyut, en el Reino Medio, donde el determinativo del dios es un animal sethiano con cabeza de burro, así como en la escena novena del papiro Dramático del Rameseo, donde el grano es equiparado con Osiris y los burros que lo pisan con Seth.

El dios del mal

Varios son los elementos que, según el modo de pensar de los egipcios, relacionan a los asnos con el dios del mal. En primer lugar está su hábitat natural, las zonas semidesérticas, es decir, la Tierra Roja (desheret), el mundo del caos donde reinaba el dios del mal. Obviamente, solo con eso ya quedaban estigmatizados, pero es que además Seth se identificaba con los ruidos estridentes, y pocas cosas hay menos melodiosas que un rebuzno. Así se explica que conozcamos representaciones de los faraones Amenhotep II (XVIII dinastía) y Seti I (XIX dinastía) cazando onagros en Siria-Palestina, y de Horus alanceando uno de ellos en el templo de Edfu.

Carga de la cosecha en un burro. Relieve de la tumba de un oficial del Reino Antiguo egipcio, dinastías V-VI, 2450-2150 a. C.

Carga de la cosecha en un burro. Relieve de la tumba de un oficial del Reino Antiguo egipcio, dinastías V-VI, 2450-2150 a. C.

Prisma/Universal Images Group vía Getty Images

Puede que esa estrecha relación con el dios del mal convirtiera al burro en un instrumento perfecto para la fabricación de medicinas, pues el animal estaba cargado con una gran energía que podía canalizarse para expulsar la enfermedad del cuerpo. Así, conocemos remedios entre cuyos componentes se encontraban los dientes, los excrementos, el hígado, la grasa, el tuétano de la mandíbula, los pelos, el casco, la sangre, la orina o los testículos de un burro. Está claro que los asnos eran un animal todoterreno del que los egipcios sacaban todo el partido posible.

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