Tarteso: los enigmas que todavía arrastramos

Antigüedad

La llamemos Tarteso, Tartessos o Tartesia, sabemos que esta cultura del suroeste de la península fue fruto de la interacción entre fenicios e indígenas, pero quedan puntos oscuros, sobre todo en torno a su desaparición

Investigadores del CSIC hallan las primeras representaciones humanas de Tarteso en el yacimiento del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz)

Primeras representaciones humanas de Tarteso  halladas por investigadores del CSIC en el yacimiento del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz)

CSIC / Europa Press

Más de un siglo ha transcurrido desde que el filólogo e historiador alemán Adolf Schulten publicara en nuestro país Tartessos. Contribución a la historia más antigua de Occidente (1924), la primera monografía en España sobre una de sus más enigmáticas culturas. Ciertamente, el tema no era nuevo; mencionado ya en la Baja Edad Media, había sido tratado por eruditos de la talla de Juan de Mariana (1536-1624) o Rodrigo Caro (1573-1647). Sin embargo, hasta entonces, con permiso del arqueólogo británico Jorge (George Edward) Bonsor (1855-1930), nadie había intentado un compendio tan exhaustivo del origen y desarrollo de dicha civilización.

El método de investigación empleado por Schulten fue esencialmente filológico. Desde el Antiguo Testamento hasta el poeta latino Rufo Festo Avieno (s. IV d. C.), el historiador alemán fue analizando al detalle cuantas referencias textuales había sobre Tarteso en las fuentes helenas, trufándolas de aquellos hallazgos arqueológicos que casaban con sus premisas, pero despreciando los que las contradecían. Lo que le valió profundas críticas.

Lee también

Así son los primeros rostros humanos descubiertos en la antigua Tartessos

David Ruiz Marull
Investigadores del CSIC hallan las primeras representaciones humanas de Tarteso en el yacimiento del Turuñuelo, en Guareña (Badajoz)

Deslumbrado por su compatriota Heinrich Schliemann, Schulten vio en Tarteso un reino, una nueva Troya, con una capital asentada en su río homónimo (el Guadalquivir). A partir de un sustrato indígena, pero con la influencia de las gentes provenientes del Mediterráneo oriental, ya fueran griegos, cretenses o tirsenos de Lidia, habría florecido una rica civilización asentada en las actuales provincias de Cádiz, Sevilla y Huelva. Sin embargo, afectado por cierto antisemitismo, no dio la importancia debida a la presencia fenicia, señalada por George Edward Bonsor.

Buscó la capital en el coto de Doñana, al igual que Bonsor. A la ciudad de Tarshish, mencionada en el Antiguo Testamento, que habría comerciado con Salomón e Hiram I de Tiro (s. X a. C.), y cuyos rasgos habrían sido recreados por Platón (427-347 a. C.) Con el nombre de Atlántida, dedicó Schulten la mayor parte de su vida, sin éxito. Sin embargo, un gran número de historiadores y arqueólogos se afanaron desde entonces en establecer el origen y evolución de dicha civilización.

Evolución de un concepto

Aceptada la existencia de Tarteso, tocaba establecer a continuación la cronología, los límites y las características materiales de su cultura, lo que abrió un enconado debate académico que aún perdura, aunque la mayoría de los autores aceptan unos trazos básicos.

Para Juan Maluquer de Motes, allá por los años cincuenta del pasado siglo, no había que buscar una ciudad, sino más bien una sociedad y su territorio, fruto de la acción fenicia y griega, pero también celta, sobre un sustrato indígena del Bronce Final, que habría dado lugar a una cultura distinta a la de sus vecinos.

La diosa Astarté en un bocado de caballo (s. VII aC), alzando dos sistros entre dos aves con alas.

El bronce Carriazo

José Luis Filpo Cabaña / CC BY-SA 4.0

Del mismo modo, amplió el marco geográfico de los tartesios tanto al oeste (Algarve y Alentejo) como al norte (Extremadura), más allá del área nuclear ya definida. El descubrimiento de los santuarios de Castro dos Ratinhos (Moura, Portugal, s. IX a. C.) Y de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz, s. V a. C.) Probó que estaba en lo cierto.

Esta compleja influencia, procedente del Mediterráneo oriental, fue definida en los siguientes decenios como orientalizante por Antonio García y Bellido y Antonio Blanco Freijeiro, y ejemplificada en el conocido como Bronce Carriazo (ss. VII-VI a. C.), fruto no ya de la importación, sino de talleres locales, así como en el tesoro áureo de El Carambolo (Camas, Sevilla, s. VI a. C.). Y si bien, en un principio, atañía a un concepto meramente artístico, muy pronto se metamorfoseó en el ejemplo material de un proceso de aculturación que dio lugar al denominado período orientalizante, dotado ya de un claro sentido social.

A renglón seguido, correspondió establecer si se trataba de una colonización foránea (fenicia), una sociedad autóctona con influencias externas o una mezcla de ambas. Al respecto, María Eugenia Aubet matizó que cuando la cultura local recibió tales influencias externas se hallaba ya madura y que las mismas no debieron de afectar al pueblo llano, sino solo a las élites dirigentes.

El tema sigue siendo objeto de controversia, pero el hallazgo de una larga serie de restos materiales, así como diversos congresos, como el celebrado en Huelva en 2011 (“Tartessos. El emporio del metal”), ha permitido establecer un cierto consenso a la hora de definir qué fue Tarteso. En este sentido, la utilización de la cerámica bruñida como fósil director ha servido para rastrear si este o aquel yacimiento formaron parte de dicha cultura.

Vista aérea del yacimiento de Casas de Turuñuelo

Vista aérea del yacimiento de Casas de Turuñuelo

Proyecto Construyendo Tarteso

De acuerdo con los investigadores Sebastián Celestino Pérez y Carolina López-Ruiz, “concebimos Tarteso como un espacio geográfico donde conviven dos culturas inicialmente muy diferentes (indígena y fenicia) que se van nutriendo recíprocamente en el transcurso del tiempo, dando lugar a esa nueva manifestación cultural que denominamos tartésica”. Algo que simplifica con acierto el arqueólogo Diego Ruiz Mata: “Fenicios y autóctonos construyeron Tarteso. Puede decirse que no hay fenicios sin au­tóctonos, y no hay Tarteso sin ambos”.

Fenicios e indígenas

¿Cómo pudo darse ese proceso? Según las fuentes clásicas, los fenicios de Tiro habrían llegado a la península entre los siglos XII y XI a. C., fundando la ciudad de Gadir (Cádiz), atraídos por la riqueza mineral de la denominada Faja Pirítica Ibérica y el posible acceso a las minas de estaño británicas (islas Casitérides), cuya ruta, según García y Bellido, conocían los navegantes de la región. Junto a los fenicios, no hay que descartar la llegada de otras gentes en busca de este El Dorado, como chipriotas y griegos. Ni contactos anteriores de origen micénico. Sea como fuere, tal fecha inicial suele ser cuestionada, pues los restos materiales no van más allá del siglo IX a. C.

Por lo demás, el marco geográfico encontrado por dichos navegantes era bastante distinto al actual. Se ha constatado la existencia de un amplio golfo y de un mar interior (lacus Licustino), colmatados por los aportes del Guadalquivir en los siglos posteriores, que dejaba la costa a unos 90 km más hacia el norte, lo que favorecería la penetración. Dicho período habría coincidido con la aparición de las estelas de guerreros en el suroeste peninsular, que nos hablan de un proceso de jerarquización social autóctono de clara influencia céltica, pero que no había devenido en ningún Estado, sino en el dominio de diversas élites guerreras sobre territorios concretos.

Lee también

El oscuro origen de los fenicios

Sergi Vich Sáez
Horizontal

A su llegada, los fenicios debieron de encontrarse con una rica sociedad caracterizada por una economía mixta agrícola-ganadera y minera que habría evolucionado con fuerza desde el período del Bronce Final (1225-1050 a. C.), como atestiguarían los hallazgos de la ría de Huelva (ss. X-IX a. C.), ya fueran el pecio de un barco con chatarra para exportar o los reiterados rituales funerarios en los que se amortizaban las armas y pertenencias de los difuntos.

El tema sigue en debate. Sin embargo, aquellas gentes carecían de la tecnología y los métodos para explotar de forma intensiva las grandes riquezas naturales que su país encerraba. Esos procedimientos fueron aportados por los recién llegados en un proceso que habría comenzado con el establecimiento de pequeñas factorías costeras, en progresivo contacto con una abundante población autóctona que, al parecer, los recibió amistosamente, a falta de restos que atestigüen lo contrario.

Estatuilla fenicia arcaica encontrada en la capital de Huelva

Estatuilla fenicia arcaica encontrada en la capital de Huelva

José Luis Filpo Cabana / CC BY 4.0

El objetivo fundamental de los fenicios sería la explotación de la riqueza metalífera de la región, en especial, la plata de la zona de Huelva. Pero muy pronto el comercio se ampliaría en favor de los productos agropecuarios. Porque, además de las mejoras en la explotación minera, los fenicios incorporaron la vid y el olivo, así como la gallina y el burro, a una economía preferentemente cerealista y ganadera, pero también el torno cerámico y el alfabeto, sin olvidar el culto a alguno de sus dioses, como Baal y Asherah.

Estos avances no deben verse como algo inmediato, sino como un proceso no uniforme que se fue dando a lo largo de los siglos desde la zona nuclear a la periférica, es decir, desde la atlántica hacia el interior.

Lee también

Fenicios: quiénes fueron los señores del Mediterráneo

Javier Cisa
El rey Luli de Sidón huye de su ciudad, atacada por Sargón II, en un barco de guerra fenicio

Y aquí viene lo más importante. Los fenicios no se contentaron con comprar y vender, sino que, tras los primeros tanteos, crearon verdaderos núcleos de población que no solo convivieron con los autóctonos, sino que se fueron mezclando con ellos a lo largo del tiempo. Tal proceso de fusión comenzó alrededor de los siglos VIII y VII a. C., coincidiendo con los primeros ejemplos de cerámica con torno, aunque carecemos de restos de núcleos poblacionales mixtos, a excepción del rico yacimiento de Tejada la Vieja (Escacena del Campo, Huelva), el único poblado tartésico amurallado que se conoce.

Fue Huelva, a poca distancia de Gadir y abierta a las minas de Riotinto, una de las mayores zonas exportadoras, aunque no se ha podido establecer si quienes trabajaban en las minas eran personas libres o esclavos.

Minas de Rio Tinto.

Minas de Riotinto

Josep Maria Franquesa

Así, fue la sociedad creada por tal proceso sincrético, esto es, la tartésica, de la que hablaron las fuentes griegas, y no de la anterior sociedad indígena.

Un misterioso final

Hacia el siglo VI a. C. Se constata una fuerte crisis en el núcleo tartésico original (Andalucía y sur de Portugal) en favor de la región extremeña del Guadiana, hasta entonces una zona periférica.

En esos años se dieron varios sucesos de índole político-militar que debieron de limitar la exportación de plata tartésica hacia los mercados orientales, provocando una crisis económica. Nos referimos, por una parte, a la anexión de Tiro, metrópoli de Gadir y gran exportadora de los productos tartésicos, al reino aqueménida de Ciro II (538 a. C.), y, por otra, a la batalla de Alalía (537 a. C.), en la que una flota etrusco-púnica venció a los foceos, lo que comportó la sustitución de Tiro por Cartago como potencia hegemónica en el Mediterráneo occidental y la prohibición a los buques helenos de navegar por las aguas tartésicas.

Lee también

El santuario tartésico que amenaza con cambiar la historia del sud de la Península Ibérica

David Ruiz Marull
Vista aérea del yacimiento arqueológico de La Bienvenida-Sisapo

Sin dejar de ser importantes, no parece que esos sucesos sean los únicos para explicar el final de la fase expansiva de Tarteso y el inicio de su decadencia. Quizá sea mejor hablar de un conjunto de causas, entre las que los fenómenos geográficos y climáticos tuvieron un papel desencadenante. Autores como el profesor Manuel Álvarez Martí-Aguilar nos hablan de las huellas dejadas por un tsunami en el golfo de Cádiz allá por el siglo VI a. C., mientras que en el siguiente se atestiguan fuertes inundaciones en el valle medio del Guadiana.

Fragmentos de cerámicas griegas del siglo V en la necrópolis tartésica de Medellín.

Fragmentos de cerámicas griegas del siglo V en la necrópolis tartésica de Medellín

JUNTA DE EXTREMADURA / Europa Press

Es cierto que estos fenómenos naturales no acabaron con la civilización tartésica, pues algunas regiones, como la zona de Huelva, se recuperaron poco después, como demuestra el santuario de la calle Méndez Núñez de la capital andaluza. Pero tales accidentes, junto con el cambio de interlocutor político –ahora los cartagineses– y la crisis económica pudieron provocar importantes cambios sociales y la ruptura del equilibrio político.

Todo ello derivó en una crisis que dio lugar a una nueva sociedad en la que las élites autóctonas tomaron las riendas en detrimento del elemento semita. Un proceso que, por lo demás, debió de desarrollarse con ciertas dosis de violencia y que dio lugar a la aparición de una nueva cultura: la turdetana, que perduró hasta la conquista romana. Prueba de todo ello sería la destrucción y amortización voluntaria de diversos santuarios a la orilla del Guadiana, como el de Casas del Turuñuelo (Guareña, Badajoz), hacia el siglo V a. C. Algo que, en el mundo antiguo, solo suele darse en momentos de gran convulsión.

Una arqueóloga trabaja en un nuevo hallazgo en el edificio tartésico de Casas del Turuñuelo, en el Ayuntamiento de Guareña, a 6 de junio de 2024, en Guareña, Badajoz, Extremadura (España). Los investigadores del CSIC han encontrado escenas de guerreros de los siglos VI y V a.C. grabadas en una placa de pizarra en el yacimiento tartésico de Casas del Turuñuelo.

Una arqueóloga trabaja en un nuevo hallazgo en el edificio tartésico de Casas del Turuñuelo, junio de 2024

Jorge Armestar - Europa Press / Europa Press

Sin embargo, la aparición de nuevos santuarios más hacia el interior habla, quizá, de una reinvención de la población de la zona periférica, que generó un principio de fusión con los pueblos meseteños del valle del Tajo. Con todo, el proceso aún no ha sido aclarado del todo, labor que queda en manos de una nueva generación de arqueólogos e historiadores.

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...