El luto que obligaba a las españolas a ir de negro de por vida

Color y vestuario

Hasta no hace mucho, el respeto a los difuntos implicaba todo un ritual en la vestimenta y la obligación de aislarse del exterior, sobre todo, en el caso de las mujeres

Una familia de Ourense, los Parada, vestida de luto el día del fallecimiento de la madre del clan, 1911.

Una familia de Ourense, los Parada, vestida de luto el día del fallecimiento de la madre del clan, 1911.

EFE/JOSÉ PACHECO/jgb/ Cedida en depósito por Xulio Garcia Bilbao

En 1964, el cineasta Manuel Summers dirigió la película La niña de luto, una comedia costumbrista y con buenas dosis de humor negro que narra las vicisitudes de una pareja de novios, Rocío y Rafael, encarnados, respectivamente, por los actores María José Alfonso y Alfredo Landa.

Tras años de noviazgo, los protagonistas acababan por romper su relación, ya que los sucesivos períodos de luto de la novia les impedían celebrar la boda. Lo curioso es que el argumento no era fruto de la imaginación del director y guionista. Por el contrario, no solo estaba inspirada en un hecho real, sino que reflejaba y condenaba una realidad entonces vigente en muchos rincones de España: la estricta observación del luto tras la muerte de un familiar.

El negro como protagonista

El luto era la manifestación pública del duelo por el que atravesaba una familia, y, como primera medida, implicaba vestir totalmente de negro. Un atavío que eximía de toda frivolidad en la indumentaria y se regía por un riguroso calendario que señalaba los períodos de luto a guardar según el grado de parentesco con el difunto.

Así, hablamos de cinco años por el marido o la esposa, tres por los padres o los suegros, y uno por los hermanos o abuelos. Satisfechos esos ciclos, se pasaba al “alivio de luto”, por el cual el vestido podía ser en tonos grises o violetas y, en casos excepcionales, con detalles en blanco. Lógicamente, en familias numerosas se daba el caso de tener que encadenar un luto con otro; de ahí que muchas personas acabaran por pasar buena parte de su vida vestidas de negro.

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Ni siquiera los más pequeños se libraban. Es frecuente ver en antiguas fotografías color sepia a niños enteramente de negro. Sin embargo, si el difunto era un menor de siete años, los dolientes debían vestir de blanco, puesto que, al morir sin pecado, se consideraba que habían adquirido la condición de ángeles.

Aislados del mundo

Pero la costumbre iba más allá de vestirse de negro. Hasta bien entrada la década de los setenta del siglo XX, durante el luto, los afectados debían apartarse de toda vida social, siempre que no fuera para recibir visitas de pésame o acudir a la iglesia.

Por supuesto, no se debía asistir a espectáculos, se suprimían todas las celebraciones familiares como las bodas, se prescindía de la radio o la televisión, si era el caso, e incluso el papel de cartas y las tarjetas de visita debían ir orlados de negro.

Una mujer y sus dos hijas en Arenas de San Pedro (Ávila), años treinta.

Una mujer y sus dos hijas en Arenas de San Pedro (Ávila), años treinta.

Efe/Archivo Serrano/ct

Los más estrictos cerraban puertas y ventanas –en los edificios de pisos se solía cerrar una de las hojas de la puerta de entrada, para señalar que en la escalera había un difunto– y se apartaban los colores claros de tapicerías y cortinajes para optar por el negro o el gris. Igualmente, las mujeres de la familia solo podían lucir joyas llamadas “de luto”, realizadas en azabache, ónix o amatista.

Eran las mujeres, precisamente, las más afectadas por la observancia del luto. Mientras los varones seguían acudiendo al trabajo y, por tanto, mantenían un cierto contacto con el exterior, ellas debían permanecer en casa, prácticamente recluidas, al menos durante los primeros seis meses desde el fallecimiento.

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Los hombres, en cambio, no precisaban vestir de negro, sino que manifestaban su luto luciendo una simple corbata negra, una cinta de ese color en el sombrero o un brazalete en la manga de abrigos o americanas. En las primeras décadas del siglo XX, además de vestir de negro, las mujeres debían cubrirse durante las primeras semanas de duelo con la “pena”, un espeso velo negro que, desde el sombrero, les cubría el rostro.

El resultado, obviamente, era un ambiente opresivo y luctuoso que iba más allá del dolor lógico tras la pérdida de un ser querido. La mejor expresión de ello la ofreció Federico García Lorca en La casa de Bernarda Alba, con las palabras que la matriarca dirige a sus hijas tras la muerte de su esposo: "En los años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta de que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas”.

El luto, un asunto de Estado

Lo cierto es que, pese a seguir vigente en el siglo XX, la costumbre de vestir de luto remitía a una tradición secular que, en nuestro país, arrancó con los Reyes Católicos. Hasta el siglo XV, el color tradicional del luto era el blanco. Sin embargo, después de fallecer el príncipe Juan, se promulgó la Pragmática de luto y cera, que regulaba las normas de comportamiento tras el fallecimiento de un familiar.

En ella se decretaba el negro como color de luto, el número de cirios que debían acompañar al cadáver –un máximo de ocho, dado que la cera era un bien escaso y preciado– y la recomendación a las viudas de tapizar sus habitaciones de negro. Asimismo, se prohibían las manifestaciones exageradas de dolor, así como el acompañamiento de plañideras a sueldo.

Siglos después, en 1729, Felipe V lanzó una nueva pragmática que redujo el luto en la corte a seis meses y restringió el uso del negro en el interior de las casas. Más tarde, los excesos románticos del siglo XIX volvieron a magnificar el duelo con detalles como poner de moda guardapelos con cabello de los difuntos, vestir eternamente de negro al enviudar, como señal de amor eterno, o, tras la invención de la fotografía, la costumbre de retratar a los fallecidos.

Vicente Carretero visita a su madre durante un descanso en una carrera ciclista, c. 1934. Muchas mujeres vestían de luto de por vida.

Vicente Carretero visita a su madre durante un descanso en una carrera ciclista, c. 1934. Muchas mujeres vestían de luto de por vida.

EFE/Casariego/esl

La modernidad fue, lentamente, suavizando el luto. Los avances de la psicología a lo largo del siglo XX proporcionaron las herramientas necesarias para sobrellevar el duelo, y ya no fue necesaria la manifestación pública del mismo. Ciertamente, continúa siendo una señal de respeto hacia el difunto y su familia vestir de negro o de colores oscuros en las exequias, pero ahí queda todo. España ya no viste de negro.

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