Poeta, dramaturgo, político, periodista, promotor cultural, historiador... Resulta imposible encasillar a Víctor Balaguer i Cirera (1824-1901), de cuyo nacimiento se cumplen hoy doscientos años, en una única categoría. Como poeta y dramaturgo fue un destacado miembro de la Renaixença catalana, actualizó los Jocs Florals medievales, fue reconocido Mestre en Gai Saber y se relacionó con Frédéric Mistral y el felibrige occitano.
Como político llegó a alcanzar la cartera ministerial de Ultramar en tres ocasiones y se erigió en uno de los máximos representantes del progresismo liberal catalanista. Como periodista colaboró en múltiples órganos de prensa, al tiempo que fundó y dirigió cabeceras como La Corona de Aragón o El Conseller.
Finalmente, como historiador fue responsable de una monumental Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón (1864), donde, con un aura más legendaria que historiográfica, puso en valor el devenir histórico de Catalunya.
Esta concepción del pasado se plasmó en el mapa de Barcelona cuando se le hizo responsable de dar nombre a las calles del recién construido Eixample. Se decidió entonces por los topónimos de los antiguos territorios de la Corona de Aragón (València, Mallorca, Sicília...) y las instituciones medievales catalanas (Diputació, Consell de Cent, Corts Catalanes...) y por rendir homenaje a los personajes más insignes (Roger de Llúria, Casanova, Villarroel...) de su historia.
La Biblioteca Museo Víctor Balaguer
Es imposible reducir la incansable labor cultural de Víctor Balaguer, su prolífica producción literaria o su laboriosa actuación política a una simple reseña biográfica. De ahí que la mejor forma de reconocer la trascendencia de la obra balagueriana sea a través de su legado: la Biblioteca Museo Balaguer, que fundó en 1884 en Vilanova i la Geltrú, la ciudad por la que repetidamente fue elegido diputado a Cortes.
La institución custodia su sólida y numerosa biblioteca, sus colecciones de arte y antropología, su correspondencia con las principales figuras políticas y literarias de su tiempo y muchos de sus objetos personales. El edificio, que también es depositario de obras pertenecientes al Museo del Prado, es un perfecto exponente del pensamiento multidisciplinar de su fundador e incluso, por su arquitectura y por el simbolismo de sus esgrafiados, de su condición de miembro de la masonería, donde llegó a alcanzar el grado 33. Un lugar, pues, de visita obligada a la hora de evocar una figura que fue protagonista y testigo de algunos de los episodios más significativos de la convulsa historia de España del siglo XIX.

La Biblioteca Museo Víctor Balaguer
Balaguer nació en Barcelona el 11 de diciembre de 1824, en el seno de una familia perteneciente a la burguesía liberal. Fue un poeta precoz, que, con solo catorce años, estrenó su primera obra dramática, Pepin el Jorobado. La pasión romántica, una condición que no le abandonaría nunca, le llevó en 1845 a dejar los estudios de jurisprudencia en la Universidad de Barcelona y viajar a Madrid a fin de relacionarse con el entorno literario de la capital.
La experiencia no debió de ser todo lo prometedora que esperaba, por lo que regresó a su ciudad natal. Allí, imbuido por el espíritu de la Renaixença, comenzó a publicar en catalán tanto en prosa como en verso, al tiempo que iniciaba una profusa colaboración en prensa.
Los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX fueron de una actividad literaria y periodística incesante. Para entonces, aun cuando ello significó la ruptura definitiva con su familia, había contraído matrimonio (1851) con Manuela Carbonell, una joven con quien había tenido un hijo que falleció pocos meses antes de la boda.
Desheredado por su madre, hubo de acogerse al amparo de su familia política e, instalado en las propiedades de su suegro en Sant Genís dels Agudells, cerca de Barcelona, desempeñar las más diversas tareas para mantenerse, siempre en el ámbito del periodismo y la literatura. Sin embargo, su intensa labor no tardó en dejar paso a la política.

Busto de Víctor Balaguer
Amigo personal de Espartero, Prim y Pascual Madoz, Balaguer militó en las filas del progresismo. Desde ellas defendió el proteccionismo, que tanto favoreció a la incipiente industria catalana, se mostró partidario de la unión ibérica, se interesó en la asimilación de las colonias por parte de la metrópoli, combatió el esclavismo y llevó a cabo, a lo largo de su carrera como diputado, diversos proyectos relacionados con la instrucción pública.
Portavoz del catalanismo liberal
El detonante de tan fecunda carrera política no fue otro que el levantamiento progresista de 1854, durante el cual se unió a la milicia nacional de Barcelona. Desde ese momento, su carrera en el seno del Partido Progresista fue rápida y siempre en ascenso, lo que le llevó a instalarse en Madrid, dada su condición de diputado en Cortes.
Una vez en el Congreso, no tardó en erigirse en portavoz oficial del catalanismo liberal, si bien el fin del bienio progresista y su implicación en diversas intentonas revolucionarias le llevaron al exilio a Francia, donde residió entre 1866 y 1867. No fue hasta el triunfo de la Revolución de Septiembre cuando cruzó de nuevo los Pirineos para desempeñar una serie continuada de cargos públicos que ya no se detendría hasta el final de sus días.
Así, comisionado por Prim, viajó a Italia para notificar a Amadeo de Saboya su nombramiento como rey de España, y, tras el magnicidio de su mentor, su cercanía a Práxedes Mateo Sagasta le llevó a desempeñar la cartera de Ultramar (1871, 1874), la de Fomento (1872), la vicepresidencia del Congreso (1872) y la presidencia del Tribunal de Cuentas (1874-1875).

El asesinato de Prim, mentor de Balaguer
Paralelamente, no dejó de intervenir en los grandes debates políticos del momento, como la Constitución de 1876, la Ley de Imprenta de 1878, la mejora y ampliación de las líneas ferroviarias o la defensa constante del proteccionismo económico.
Solo el fallecimiento de su esposa, en 1881, consiguió frenar su intensa actividad. Sumido en una profunda depresión, se retiró durante una larga temporada a su residencia de Vilanova, la Casa de Santa Teresa, que había mandado edificar junto a la Biblioteca Museo, entonces en construcción.
A la sombra
No tardó en reintegrarse al ámbito político. Sin embargo, la ruptura con Sagasta por diferencias ideológicas pareció reducir su labor a la de defensor del proteccionismo catalán y le llevó a formar parte de un nuevo partido, la Izquierda Liberal, que en 1885 se fusionó de nuevo con los liberales.
Sus últimos años como político activo se centraron en las colonias. De nuevo ministro de Ultramar (1886-1888) y presidente del Consejo de Filipinas entre 1885 y 1890, organizó la Exposición General de Filipinas en el pabellón de Cristal del parque del Retiro de Madrid (1887) y la Exposición Regional de Manila (1895), al tiempo que intervino como jurado en la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Todo mientras impulsaba la creación del Museo Biblioteca de Ultramar en Madrid y del Museo Biblioteca de Filipinas en Manila.

Vista general de la Exposición Universal de Barcelona de 1888
No obstante, la sombra de la duda se cernió sobre él con motivo de la adjudicación del servicio de vapores de Ultramar a la Compañía Trasatlántica. Sensible a la crítica, decidió retirarse a frentes menos activos. Lentamente, su figura fue desapareciendo de la vida pública, y, aunque nunca se le olvidó como columnista, dramaturgo y poeta, en el ámbito político permaneció a la sombra de una nueva generación hasta su fallecimiento en Madrid el 14 de enero de 1901.
Dejaba tras él el recuerdo de un poeta romántico, un hombre carismático y un político comprometido, pero, sobre todo, un legado en forma de Biblioteca Museo que continúa dando testimonio de su obra y de su tiempo.