Willi Münzenberg fue uno de los hombres clave de la guerra de propaganda que Moscú libró contra el nazismo en la década de 1930. Primero desde Berlín y luego en el exilio en París, desde un minúsculo y atestado despacho del 83 del bulevar Montparnasse, Münzenberg controlaba una inmensa red conectada con la Komintern –la Internacional Comunista, fundada por Lenin en 1919–, que incluía organizaciones de ayuda, periódicos, revistas, teatros o estudios cinematográficos.
Muchos de los más valiosos intelectuales progresistas del momento –Thomas y Heinrich Mann, Gide, Malraux, Einstein, John Dos Passos o Bertolt Brecht, entre otros– trabajaron para alguna de las organizaciones de Münzenberg o cayeron bajo su influjo. Si los intelectuales habían jugado un papel decisivo en el affaire Dreyfus, a finales del siglo XIX, él supo convocarlos y utilizarlos bajo el estandarte de la cruzada antifascista. Si Hitler tenía a Goebbels, Stalin tenía a Münzenberg.
“El gran artista en revoluciones”
El pacifista francés Romain Rolland lo llamó “grand artiste en révolutions”. Nacido en la ciudad alemana de Erfurt en 1889, provenía de una familia muy pobre, y durante un tiempo desempeñó los oficios más diversos, desde aprendiz de barbero hasta obrero en una fábrica de calzado. En 1906 se afilió a la organización educativa de trabajadores Propaganda. Había comenzado su vida como revolucionario.
En 1914 se exilió en Zúrich para evitar ser movilizado. Su relación con el movimiento juvenil socialista suizo le permitió conocer a otro exiliado, Lenin, quien enseguida supo apreciar su talento para las actividades secretas. Cuando el movimiento socialista se escindió entre los partidarios radicales de Lenin y los reformistas, Münzenberg se decantó por los primeros.

Discurso de Lenin
En noviembre de 1917 fue expulsado de Suiza por actividades revolucionarias y regresó a Alemania, donde se unió al movimiento espartaquista. En enero de 1919, tras la firma del armisticio, los espartaquistas fueron salvajemente liquidados por las tropas del gobierno. Münzenberg se salvó de que se le aplicara la “ley de fugas” gracias a la ayuda de Karl Löw, un soldado comunista, futuro agente del espionaje militar soviético, el GRU.
Al año siguiente, participó en la fundación del Partido Comunista alemán (KPD) y fue nombrado presidente de la Internacional de la Juventud Comunista.
De Moscú a Weimar
En 1921 visitó por primera vez Moscú. La revolución bolchevique había sobrevivido a la brutal guerra civil. Lenin lo presentó a Karl Rádek, arquetipo de revolucionario de la vieja guardia bolchevique, que devino su mentor en el mundo del poder comunista. La guerra civil, la sequía y los desastres de la colectivización del campo habían provocado una espantosa hambruna en la región del Volga; Lenin puso a Münzenberg al frente de una organización para recaudar dinero y alimentos para las víctimas.
Del aparato de propaganda creado para esta ocasión nació todo el “trust Münzenberg” posterior. En 1924 fue elegido diputado del KPD en el Reichstag, puesto que ocupó hasta que Hitler llegó al poder en 1933. Su origen obrero le confería un gran prestigio. Así, Münzenberg se convirtió en una figura habitual del convulso y cosmopolita Berlín de Weimar, que autores como Christopher Isherwood popularizaron en sus novelas.

Willi Münzenberg (detrás, en el centro) entre los delegados en la III Internacional en Petrogrado, 1920
Su imperio propagandista no hizo más que crecer, hasta formar una especie de contrapunto a los medios de Alfred Hugenberg, el magnate de la prensa ultraconservadora. En 1926, disponía de dos periódicos obreros en Alemania. Uno de ellos, Welt am Abend (“Mundo de noche”), tenía una tirada de 202.000 ejemplares en 1930.
Münzenberg también financió con dinero de la Komintern a artistas como el pintor George Grosz o el director teatral Erwin Piscator. La famosa película de Serguéi Eisenstein El acorazado Potemkin se debió a la maquinaria de Prometheus, la productora de Münzenberg.
Su organización también permitía a los agentes soviéticos utilizarla como cobertura para sus actividades en el extranjero. La apertura de los archivos rusos a partir de 1991 reveló una vasta red de colaboración entre el servicio de información de la Komintern, el GRU, el NKVD y los “ojos de Moscú” en los partidos comunistas del mundo.
Entre sus colaboradores se contaba el checo Otto Katz. Auténtico maestro de espías, dotado de una gran capacidad para la seducción y de un cinismo genuino, Katz conocía a algunas de las celebridades más progresistas de Hollywood, donde fundó la Liga Antinazi con la novelista Dorothy Parker. Al final, Katz se ofreció para espiar al propio Münzenberg, lo que no le salvó de morir en la horca en el proceso de Praga de 1952.
¿Münzenberg contra Goebbels?
En 1933 los nazis llegaron al poder y Münzenberg tuvo que exiliarse en París. La capital francesa se había convertido en el centro de los que huían del nazismo. Uno de ellos, el húngaro Arthur Koestler, dejó en La escritura invisible un retrato de Münzenberg: “Un hombre más bien bajo, robusto, achaparrado, de constitución fuerte y espaldas poderosas, que daba la impresión de que chocar con él sería como hacerlo contra una apisonadora”.
La noche del 27 al 28 de febrero de 1933 ardió en Berlín el Reichstag, el edificio del Parlamento alemán. La policía detuvo a un joven sindicalista holandés, Marinus van der Lubbe. Con toda probabilidad había actuado solo. Pero los nazis culparon a los comunistas del incendio. Hitler, que apenas llevaba un mes en el poder, suspendió las libertades civiles y ordenó detener a miles de opositores de izquierdas. Entre ellos se contaba el secretario general de la Komintern, el búlgaro Gueorgui Dimitrov, y cinco de sus colaboradores.

Incendio del Reichstag en febrero de 1933
En el juicio celebrado en septiembre en Leipzig, solo se pudo probar la culpabilidad de Van der Lubbe, que fue decapitado al año siguiente. Dimitrov dejó en ridículo todas las acusaciones. Estaba tan tranquilo que incluso se permitió regañar a los policías que lo custodiaban. Finalmente, se le declaró inocente, y, junto con sus colaboradores, fue recibido como un héroe en Moscú.
Mientras tanto, Münzenberg había contraatacado con una gran campaña de propaganda para demostrar que, en realidad, Hitler había organizado el incendio para desencadenar la represión en Alemania. Se organizó un contraproceso en Londres en el que participaron juristas, políticos y escritores eminentes como H. G. Wells, y se fabricaron pruebas falsas.
El Libro pardo sobre el incendio del Reichstag y el terror hitleriano, publicado en septiembre de 1933 por los colaboradores del “trust”, fue una obra maestra de la propaganda, además de una de las primeras denuncias de los crímenes nazis. El mundo creyó la versión de Münzenberg, no la de Goebbels. Fue, como escribió Koestler, “la única derrota que les infligimos a los nazis durante los siete años que precedieron a la guerra”.
¿Por qué Hitler dejó escapar a Dimitrov? La versión oficial fue que el poder judicial alemán todavía conservaba su independencia y no siguió las consignas nazis, algo realmente difícil de creer: Hitler podía haber maniobrado para asegurarse unos jueces más receptivos. Pero existen evidencias de un pacto entre Hitler y Stalin. Dimitrov estuvo todo el tiempo al corriente de ese pacto, por lo que pudo permitirse torear al tribunal a su antojo con sus respuestas ingeniosas.

Congreso antifascista en Berlín. Münzenberg es el tercero por la derecha
Ambas dictaduras se beneficiaron del trabajo “antifascista” de Münzenberg. En el curso de su campaña sobre el Reichstag, Münzenberg recibió órdenes de recopilar información comprometedora sobre la homosexualidad de Ernst Röhm, el líder de los “camisas pardas”, las SA. Los servicios secretos rusos proporcionaron esta información a la Gestapo para liquidar a Röhm y su gente a comienzos de 1934. El Libro pardo incluso vinculó falsamente a Röhm con Van der Lubbe, que ni siquiera era homosexual.
Hitler se libró de la amenaza que representaban los fanáticos de las SA, y utilizó el espantajo del peligro comunista para ganarse a las élites conservadoras.
La invención del antifascismo
Por su parte, Stalin consiguió captar a la opinión pública occidental a través de la propaganda desplegada por la Komintern. En 1934, la Internacional Comunista abandonó la retórica de la lucha de clases y pasó a pregonar la construcción de un “frente popular” para detener a Hitler. Münzenberg utilizó hábilmente la conciencia de quienes estaban convencidos de que Hitler era un peligro para la civilización con el fin de ganar adeptos a Moscú. El frentepopulismo encontró su máxima expresión durante la guerra civil española.
En 1936, Münzenberg inició una campaña de ayuda a la República española. También participó en la creación de las Brigadas Internacionales de voluntarios que lucharon en España. Pero su estrella comenzaba a apagarse. Stalin lo consideraba demasiado independiente. De hecho, pudo regresar vivo de Moscú gracias a la intercesión de Palmiro Togliatti, el comunista italiano.
En 1938 fue expulsado del KPD. El mundo estaba cambiando a su alrededor. Muchos de sus conocidos o colaboradores murieron en el Gulag. Su cuñada, Margarete Buber-Neumann, pasó directamente de los campos soviéticos a Ravensbrück, después de que la policía soviética la entregara a la Gestapo.
En 1940, en plena invasión alemana, el gobierno francés ordenó internar a los ciudadanos alemanes en campos. Münzenberg y su esposa, Babette Gross, quedaron separados. En el campo de Chambaran, en el sureste de Francia, el activista conoció a otro refugiado, Valentin Hartig. Dos días antes del armisticio, ambos consiguieron abandonar el campo y se encontraron con dos conocidos de Hartig, que prometieron ayudarles a escapar a Suiza. Es muy probable que tanto Hartig como estos fueran hombres del NKVD.
El 17 de octubre de 1940, no lejos de la aldea de Montagne, cercana a Grenoble, unos cazadores descubrieron el cuerpo de Münzenberg en avanzado estado de descomposición. Se encontraba al pie de un roble, con una soga al cuello. La policía determinó que se trataba de un suicidio. Hartig sirvió a los ocupantes alemanes en Francia. Es posible que Münzenberg, el gran rey de la propaganda, fuera finalmente víctima de una conspiración orquestada por su antiguo amo, Stalin, y su enemigo acérrimo, Hitler.