Rusia, 1905: el día en que el zar mandó disparar contra su propio pueblo

Domingo sangriento

El 22 de enero de 1905, el ejército disolvió a tiros una protesta popular en San Petersburgo que reclamaba mejoras políticas. Fue el detonante de la primera revolución rusa

Soldados a caballo esperan a los manifestantes frente al Palacio de Invierno en San Petersburgo

Soldados a caballo esperan a los manifestantes frente al Palacio de Invierno en San Petersburgo

Dominio público

A comienzos del siglo XX, Rusia vivía un proceso de dos velocidades. La sociedad y los medios de producción entraban en el mundo moderno; la autocracia que la gobernaba seguía anclada en el pasado.

Alejandro II decretó la emancipación de los siervos en 1861. Esta medida histórica tuvo un efecto no previsto: una intensa emigración del campo a la ciudad, creando un proletariado urbano desarraigado y favorable a seguir las consignas revolucionarias. Entre 1895 y 1905 hubo una media de 176 huelgas anuales. También se autorizó la creación de zemstvos, asambleas locales dotadas de una cierta autonomía de gobierno.

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Grupo de expatriados rusos en París, c. 1920

En 1881, Alejandro II fue asesinado en un atentado con bomba. Su sucesor, Alejandro III, y después el hijo de este, Nicolás II, optaron por un fuerte conservadurismo. Los zemstvos vieron limitados sus derechos. La resistencia al cambio aumentó el descontento entre el pueblo. Las autoridades eligieron la vía punitiva.

Tras el asesinato en 1902 del ministro del Interior, su sucesor, Viacheslav Pleve, creó un eficaz y despiadado estado de vigilancia de la oposición. Moriría en un atentado con bomba el 15 de julio de 1904, en una operación orquestada por un agente infiltrado por el propio Pleve dentro de la organización. Como sus compañeros habían comenzado a sospechar de él, el agente se había visto obligado a planificar el asesinato del ministro.

La guerra en el Lejano Oriente

Dos ministros del Interior asesinados en dos años no era una cosa para tomársela a broma. Pero es que, además, Rusia se encontraba en guerra contra Japón desde febrero de 1904. La guerra había comenzado con bravatas racistas contra los japoneses, a los que el zar llamaba “monos”.

Se dice que Pleve opinaba que era necesaria una “pequeña guerra” para calmar los ánimos del pueblo. Pero los japoneses atacaron primero, bloquearon Port Arthur y vencieron a los rusos en batallas que degeneraron en interminables carnicerías. Antes de que acabara 1904, se había llamado a filas a más de un millón de reservistas, con el consiguiente impacto entre obreros y campesinos.

Soldados japoneses cerca de Chemulpo, en Corea, en agosto-septiembre de 1904.

Soldados japoneses en 1904, durante la guerra contra Rusia

Dominio público

En diciembre de 1904, tras la celebración del primer congreso de zemstvos, sus delegados presentaron al zar, por mediación del nuevo ministro del Interior, el moderado Piotr Mirski, una propuesta para crear un Parlamento. Los zemstvos también querían formar parte del Consejo de Estado, que hasta aquel momento estaba formado por hombres designados por el monarca. En ningún momento discutían la autoridad del zar, y el Parlamento en el que pensaban solo tendría una función consultiva.

Los demócratas y liberales apoyaban las medidas, y la mayor parte de los ministros pensaban, como Mirski, que la propuesta “garantizaría la tranquilidad interna de mejor manera” que la mano dura.

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En un primer momento, Nicolás aprobó las propuestas, pero su tío, el gran duque Sergio, y el ministro de Finanzas, Serguéi Witte, le aconsejaron no modificar la composición del Consejo de Estado. El zar anuló el acuerdo y se publicaron una serie de leyes sobre el “orden político” que no suponían en realidad ningún cambio y no contentaron a nadie. El 2 de enero, Port Arthur capituló ante los japoneses.

El padre Gapón

Para cortocircuitar la influencia revolucionaria entre los obreros, Pleve había permitido algunos sindicatos bajo control policial. Uno de ellos estaba dirigido por el padre Gueorgui Gapón. Natural de la ciudad ucraniana de Poltava, inteligente y carismático, Gapón era un tolstoiano convencido que despreciaba la enseñanza escolástica y cuya labor pastoral se orientaba hacia los desfavorecidos. Sus sermones se convirtieron en llenos totales. Eso atrajo la atención de la emperatriz Alejandra Fiódorovna. Así fue como Gapón entró en contacto con el proyecto de “sindicatos policiales”.

Muerto Pleve, Gapón comenzó a actuar por cuenta propia. En el verano de 1903 creó una asamblea de trabajadores en las fábricas de San Petersburgo. Gapón no tenía una orientación política definida, aunque la tendencia general era la de la justicia social cristiana.

Retrato de Gueorgui Gapón

Retrato de Gueorgui Gapón

Dominio público

En diciembre de 1904, tras el despido de cuatro trabajadores de la factoría de armas Putílov, Gapón creyó llegada la oportunidad de presentar al zar un programa de reformas políticas aprovechando el descontento popular. Posiblemente contaba con apoyos discretos en la corte y en el ayuntamiento, además de su cercanía al poder.

Gapón convocó una huelga en la Putílov. La huelga se extendió por todas las fábricas de la ciudad. El 21 de enero, unas 200.000 personas secundaban el paro. Ese mismo día, la ciudad no tenía electricidad y el gobierno declaró el cierre de todos los espacios públicos.

Hacia el palacio de Invierno

Gapón decidió entonces entregar al zar una petición. Sus principales puntos eran mejores condiciones laborales, la transferencia de tierras a los campesinos y la desaparición de la censura. El documento afirmaba que el zar estaba obligado por Dios a satisfacer las demandas del pueblo. Sin embargo, los socialrevolucionarios y los socialdemócratas se negaron a adherirse a una protesta que consideraban apolítica.

A pesar de la presencia de tropas en las calles, entre 20.000 y 40.000 personas, según las fuentes, se dirigieron hacia el palacio de Invierno el domingo 22 de enero. Gapón encabezaba la marcha llevando un crucifijo. Familias enteras, cantando himnos religiosos o portando iconos, le seguían. En las aceras, la gente se persignaba al paso de los manifestantes. Incluso algunos agentes de policía se les unieron.

Manifestantes dirigiéndose hacia el Palacio de Invierno

Manifestantes dirigiéndose hacia el Palacio de Invierno

Dominio público

Al llegar al arco de Narva, la carga de la caballería introdujo el caos entre los manifestantes; muchos de ellos corrieron hacia los puentes o la avenida Nevsky. Hubo enfrentamientos en otros lugares de la ciudad. Frente a los jardines de Alejandro, un destacamento del Regimiento Preobrazhensky, formado en dos filas, disparó a quemarropa contra la multitud atónita. Los enfrentamientos se saldaron con al menos 200 muertos y 800 heridos, tiroteados, pisoteados por los caballos o por la gente que huía.

Gapón quedó malherido y solo salvó la vida gracias a un trabajador que lo arrastró fuera de la masacre. “¡Ya no hay Dios, ya no hay zar!”, exclamó al volver en sí. Aunque huyó al extranjero en un primer momento, regresó a Rusia en octubre de aquel año y se alineó con los socialrevolucionarios. Fue asesinado en 1906 por sus mismos compañeros cuando supieron que seguía manteniendo contactos con la policía.

La revolución se extiende

La noticia de lo que se conoció como el domingo sangriento se extendió por toda Rusia. El escritor Maksim Gorki escribió una carta abierta en la que calificaba al zar de “asesino del alma del Imperio ruso”. Cientos de miles de trabajadores y estudiantes se declararon en huelga, organizándose en muchos lugares en consejos asamblearios (sóviets).

En febrero, el gran duque Sergio murió en un atentado con bomba delante del Kremlin. No fue el único. Se calcula que unos 3.600 oficiales del régimen murieron o resultaron heridos a lo largo de 1905. En Bakú, los azeríes, ayudados por los cosacos y las fuerzas del orden, aprovecharon para masacrar a los cristianos armenios. En la Polonia rusa, en el Báltico o en Georgia el movimiento insurreccional, con un fuerte componente nacionalista, se prolongó en algunos casos hasta 1908.

Las noticias de la inapelable derrota de la flota rusa en Tsushima en mayo de 1905 afectaron a la moral de la Flota del Mar Negro. La tripulación del acorazado Potemkin se sublevó en protesta por el mal estado de las raciones. Los marinos mataron al capitán y a los oficiales. Seguidamente se dirigieron a Odesa, donde se había convocado una huelga. Sin embargo, los amotinados se negaron a colaborar con los huelguistas y solo bombardearon brevemente el puerto.

El Potemkin acabó buscando refugio en el puerto rumano de Constanza, donde la tripulación lo hundió parcialmente. El motín fue inmortalizado en 1925 por la película El acorazado Potemkin, de Serguéi Eisenstein, cuya icónica escena de las escaleras de Odesa era una pura invención artística.

Mejoras a regañadientes

El motín de la Flota del Mar Negro demostraba hasta qué punto se habían erosionado los apoyos del régimen y forzó al zar a terminar la desastrosa guerra en el Asia oriental. En septiembre de 1905, Rusia y Japón (también exhausta por la guerra) firmaron el tratado de Portsmouth.

Entonces Nicolás II pudo centrarse en la situación interna. Se comenzó a discutir una propuesta para convocar una asamblea consultiva (Duma), con capacidad legislativa. Sin embargo, la forma de elección censitaria, limitada a las personas con propiedades (lo que en algunas ciudades suponía solo el uno por ciento de los varones adultos), desacreditó la medida entre la oposición.

Aquel otoño una huelga general paralizó el país. En vista de la situación explosiva, el presidente del Consejo de Ministros, Witte, advirtió al zar de que si no aceptaba las reformas o nombraba a un dictador que aplastara la revuelta, el Imperio caería. Todo menos hacer las cosas a medias.

El manifiesto proclamado por el zar el 30 de octubre de 1905 limitaba el gobierno autocrático, aunque evitaba hablar de una constitución, y garantizaba unas libertades civiles fundamentales. Sin embargo, Witte ordenó al ejército que disparara a matar contra los revolucionarios armados.

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La espiral de violencia llegó a su clímax en diciembre, cuando las tropas aplastaron al sóviet de Moscú, matando a un millar de revolucionarios y huelguistas. A comienzos de 1906, Witte declaró el estado de sitio y trasladó buena parte del ejército destinado en las fronteras occidentales del Imperio para patrullar por las calles y campos. Muchos socialistas, entre ellos Lenin, partieron al exilio.

Esta “vuelta al orden” convenció a Nicolás II de que podía mantenerse en el poder con unas mínimas concesiones, sin llevar a Rusia a una verdadera monarquía constitucional. La legislación le permitía disolver la Duma a su antojo y gobernar con decretos de emergencia. Nada se había modificado sustancialmente desde antes de 1905, salvo el ansia de su pueblo por los cambios para conseguir más libertad. Los atentados terroristas continuaron, cobrándose la vida de cientos de oficiales, policías y civiles.

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El sucesor de Witte, Piotr Stolipin, intensificó la represión (a la soga del verdugo se la conocía como la “corbata de Stolipin”). También restringió más el censo electoral para asegurarse el control de la Duma. Sin embargo, su programa económico, con repartos de tierras entre los campesinos, fuertes inversiones estatales en la industria y desarrollo del ferrocarril, hizo crecer la economía rusa.

El 14 de septiembre de 1911, un revolucionario disparó a Stolipin a la salida de la ópera de Kyiv. El ministro murió cuatro días después, no sin antes dejar por escrito un último consejo: “Sería fatal para Rusia y para la dinastía que en los próximos años se embarcara en una guerra, sobre todo por razones que el pueblo no entenderá”. Es justo lo que ocurriría en agosto de 1914.

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