“La Stasi no actuó como se presenta hoy en día; con el tiempo se han desarrollado una serie de clichés que no tienen ninguna conexión con la realidad”. Entrevistado en 2017, Wolfgang Schmidt, que entonces superaba los 75 años, se expresaba con convicción. Perteneció durante algo más de tres decenios al Ministerium für Staatssicherheit (Ministerio para la Seguridad del Estado). Alcanzó el grado de teniente coronel y trabajó en un departamento llamado Evaluación y Control de Grupos, encargado de analizar a los opositores al régimen en el interior del país.

Wolfgang Schmidt, antiguo agente de la Stasi, en una imagen de 2017
Schmidt fue, en efecto, un agente de la Stasi, el servicio secreto de la República Democrática Alemana (RDA). Una organización con una mala fama criminal y una contribución importante a la represión política. Pero él se sentía orgulloso. “Nuestras actividades eran comparables a las de cualquier otro servicio secreto, con las mismas estructuras, solo que en lugar de estar dividido en muchas agencias, como en EE. UU., en la RDA solo había uno”. La principal diferencia con los occidentales, explicaba, es que la Stasi, como el resto de los de la esfera socialista, se sentía responsable de la economía, de proteger las fábricas de los sabotajes y el espionaje.
Escudo y espada
Fundada en 1950, pocos meses después de la división de Alemania en dos estados, su modelo era el KGB soviético, cuyos integrantes hicieron de mentores para la Stasi. Su lema era ser “escudo y espada” del partido comunista, y se estima que, cuando tuvo lugar la reunificación en 1990, tenía 91.000 empleados a tiempo completo y entre 500.000 y dos millones de Inoffizieller Mitarbeiter, colaboradores informales. Estos eran personas en diversos sectores de la sociedad civil que suministraban información a la agencia, considerada entonces una de las más eficaces del mundo.

Celdas en el Memorial Berlin-Hohenschonhausen, antigua prisión de la policía estatal Stasi durante la era comunista.
“Hace algunos años estaba en una conferencia de servicios secretos donde había gente de la CIA, de la inteligencia británica, de la de Alemania del Oeste –rememoraba Schmidt–, y el antiguo jefe de analistas de la CIA dijo que la Stasi ganó la guerra de las agencias de inteligencia pero perdió la guerra fría”. Y seguía: “Teníamos gente en todos los puestos importantes. De los 180 agentes de Alemania del Oeste que había en el Este, 160 eran contraespías. Teníamos infiltrados en todas las células de la CIA en la RDA; también en la estación de escuchas de los estadounidenses”.
El descubrimiento en abril de 1974 de que Günter Guillaume, un asesor cercano a Willy Brandt, era agente de la Alemania Oriental contribuyó en gran manera a la dimisión del canciller de la República Federal de Alemania (RFA) dos semanas después.
Schmidt llegó a tener a su cargo a 54 trabajadores. “Nos encargábamos de la seguridad nacional de los aparatos centrales del Estado, así como de la supresión de actividades políticas clandestinas, lo que hoy se llama ‘oposición’”, relató. Ministerios, organizaciones de abogados, de jóvenes, la Iglesia, la gente de la cultura, de los medios, de la educación... eran sus objetivos.

Willy Brandt con Günter Guillaume (a la derecha), el 8 de abril de 1974.
En su oficina, Wolfgang Schmidt recibía informes de campo, de escuchas, materiales oficiales, prensa del Este y del Oeste, correo convencional y entregado en mano... Trabajaba con cuatro secretarias, a las que dictaba constantemente sus informes y evaluaciones, registraba nuevos nombres en el sistema y analizaba a los candidatos a entrar en el partido o en los órganos de dirección de la RDA.
Para establecer los sujetos a espiar había que determinar si eran o no enemigos del Estado. “Era una cuestión complicada, ya que, obviamente, se guardaban mucho de que se supiese; vivían una doble vida”. Como indicadores servían si una persona pasaba mucho ante edificios militares, si gastaba más dinero del que le permitía su sueldo, si procedía de una familia de nazis o si tenía conexiones en el Oeste; no digamos si les veían repartiendo panfletos.
La vida de los otros
La mala fama de la Stasi es merecida, aunque lo mismo se puede decir de prácticamente cualquier servicio secreto, como demostraron las revelaciones de Snowden en relación con la NSA estadounidense y su sistema masivo de espionaje a ciudadanos a través de las nuevas tecnologías. En total, la Stasi dejó cien kilómetros de estanterías llenas de archivos, miles de películas y audios, unos seis millones de fichas de personas, un millón de fotos. Es la síntesis de cuarenta años de espionaje, mucho efectuado sobre su propia población.

Fotografías de un agente de la Stasi disfrazado para trabajos de vigilancia en la RDA
Entre esa cantidad ingente de imágenes las había de entrenamiento, de auténticas vigilancias, de casas de personas que fueron espiadas, de gente que mandaba cartas desde determinados buzones de correo... Aparecen agentes y analistas jugando al fútbol, recibiendo medallas o haciéndose fotos juntos en su enorme cuartel general. Pero hay instantáneas que llaman la atención. Una es una fiesta de cumpleaños, en la que todos los participantes van vestidos como los grupos sociales a los que debían investigar. Un obispo, representando a las Iglesias, que servían de paraguas a la oposición. Otro de bailarina, como si fuera del mundo de las artes. Un médico, un futbolista, uno vestido de pacifista.
En otro conjunto extraño puede verse una ceremonia en la que, con una espada, arman caballero a un hombre arrodillado que lleva colgado un auricular de teléfono. En la RDA, solo una de cada diez personas tenía teléfono, y casi siempre en puestos ligados a las estructuras de poder, como directores de fábricas o altos funcionarios. La suposición más razonable es que se trataba de una ceremonia de iniciación en el equipo encargado de las escuchas telefónicas.
Al margen de este tipo de rarezas, hay curiosas muestras de la cotidianidad de los espías. Tras horas vigilando un buzón, ven un ratón en la casa donde están apostados y toman una foto relativamente poética. También hay espacio para testimonios de su trabajo, como cuando, en una especie de juego de espejos, al detectar a un espía occidental, se toman fotos recíprocamente.

Sede principal de la Stasi en Berlín
Estas imágenes están gestionadas, como el resto de los archivos, por la Bundesbeauftragter für die Stasi-Unterlagen, la oficina federal encargada de preservar e investigar los documentos de la Stasi. Organiza eventos por toda Alemania con la misión de divulgar detalles sobre la vigilancia en la antigua mitad comunista.
“Es una agencia de propaganda, dedicada a hacer ver obsoleta a la RDA y desacreditarla, para que nadie se sienta cercano a las ideas socialistas”, calificaba sin dudar Schmidt, evidentemente parte interesada. “Quieren legitimar Alemania del Oeste inflamando pasiones contra la Stasi, ya que, cuanto más oscura se presenta a la RDA, más brillante parece el otro lado”. Para él la RDA, que definía como el mejor estado, es la cabeza de turco de la historia.
La némesis de la Stasi
“La unidad de Alemania es nuestro objetivo, en defensa de la prohibición contra los que se preparan para la guerra otra vez, la juventud llama a la resistencia”. Herbert Wils (1931-2017) cantó esas estrofas a la guitarra y eso le valió un año largo de prisión, uno de los cuatro y medio que tuvo que soportar por su pensamiento político. Con él, otros miles de personas pasaron por la cárcel. Muchos más sufrieron la Berufsverbot, la prohibición de trabajar en su campo. Fueron expulsados de la administración pública, del servicio postal, de la enseñanza. Los motivos eran su oposición al militarismo, tener libros editados en la otra mitad de Alemania, pensar diferente. ¿Algo propio de la RDA? Esto ocurrió en los años cincuenta y sesenta en la Alemania Occidental regida por el canciller conservador Konrad Adenauer.

El canciller de la RFA Konrad Adenauer
La increíble historia de Wils fue el centro del documental Verboten-Verfolgt-Vergessen (“prohibidos, perseguidos, olvidados”), que Daniel Burkholz rodó en 2013. Cuenta la desconocida –por los propios alemanes– represión política en la RFA. Entre 1951 y 1958 se emprendieron 200.000 procesos contra comunistas e izquierdistas. Acabaron entre rejas 10.000 personas. En 1956 se prohibió el Partido Comunista, y miles más fueron vigilados, seguidos, espiados por motivos ideológicos. En 1972, el socialdemócrata Willy Brandt aprobó la Radikalenerlass, otra normativa que prohibía el acceso a la función pública de los “radicales políticos”, que afectó principalmente a izquierdistas. El último ejemplo tuvo lugar tras la reunificación, cuando miles de empleados públicos de la antigua RDA, como profesores y diplomáticos, perdieron sus puestos.

Manifestación contra las prohibiciones profesionales, el 28 de enero de 1977 en Berlín.
El historiador de la Universidad de Friburgo Josef Foschepoth se encontró durante una de sus investigaciones con una carpeta llamada “Censura de correo”. Intrigado por un concepto, la censura, que solamente relacionaba con la RDA, comenzó a tirar del hilo y descubrió que, entre 1951 y 1989, año de la caída del muro, Alemania Occidental fue un fenomenal estado policial que tenía poco que envidiar a su vecino comunista. Todo el correo y las comunicaciones telegráficas y telefónicas con Alemania del Este, así como algunos internos en el Oeste, eran intervenidos, censurados, vigilados.
Una violación de la Constitución alemana en la que participaban los funcionarios de correos y aduanas, el Ejército, la policía, jueces y políticos. Foschepoth estimó que habría, como mínimo, 7,5 millones de fichas secretas en los archivos del servicio secreto alemán actual, que es la continuación del de la RFA. El espionaje masivo a la propia población deja de ser una característica específica del Este para convertirse en un tema central de la cuestión alemana.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 586 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a [email protected].