Los ejércitos soviéticos que a finales de 1944 avanzaban por Europa central hacia el corazón del Tercer Reich estaban divididos en dos grandes ejes, separados por los Cárpatos. Al norte, a través de las llanuras polacas, en dirección a Berlín; al sur, hacia Viena y el sur de Alemania. La clave de bóveda de esta última ruta de avance era Budapest, la capital húngara.
Rivales por cuestiones territoriales desde antes de 1914, rumanos y húngaros habían ligado sus destinos al de la Alemania nazi. Tras la caída del régimen del mariscal Ion Antonescu en Rumanía, en agosto de 1944, el rey Miguel había firmado un armisticio con los soviéticos. Un ejército rumano de 350.000 hombres participó en la siguiente ofensiva soviética contra Hungría.
En el centro de la tormenta
Los húngaros habían sufrido 200.000 bajas luchando al lado de la Wehrmacht en Rusia, y la guerra se acercaba ya a sus fronteras. En Budapest, el regente húngaro, almirante Miklós Horthy, se mantenía en contacto con Stalin para pasarse de bando.
Miklós Horthy y Adolf Hitler en 1938
La iniciativa de Horthy no tuvo éxito. En primer lugar, el 10 de octubre los alemanes cercaron a varios cuerpos blindados rusos que se habían aventurado demasiado en el área de Debrecen, al noreste de Budapest. Le siguió una violenta batalla de blindados en la que los rusos perdieron 500 carros. El avance soviético hacia Budapest, por lo menos de momento, se detuvo.
En segundo lugar, Hitler estaba al tanto de las maniobras húngaras para cambiar de bando. Cuando el 15 de octubre Horthy declaró que abandonaba el bando del Eje, un comando de las SS al mando de Otto Skorzeny –que el año anterior había rescatado a Mussolini– entró en la fortaleza de Buda, donde se refugiaba el gobierno, y secuestró al hijo de Horthy, que fue trasladado al campo de Mauthausen.
Hitler le aseguró a Horthy que su hijo sería fusilado y las SS tomarían al asalto la fortaleza a menos que se rindiera. Horthy renunció a su cargo, buscó “asilo” en Alemania y fue sustituido por Ferenc Szálasi, el líder de la Cruz Flechada, la milicia fascista que tenía el apoyo de los alemanes. Las SS y los milicianos de la Cruz Flechada compitieron en atrocidades contra los judíos húngaros que todavía no habían sido deportados a Auschwitz.
La lucha en Hungría comenzó en octubre de 1944 y se prolongó hasta marzo de 1945, un mes antes de la caída de Berlín. Tras la pérdida del petróleo rumano, los alemanes necesitaban conservar a toda costa los campos petrolíferos del sur del lago Balaton para continuar la guerra.
Soldados húngaros a cargo de un Cañón antitanque en los suburbios de Budapest
Bajo el mando del Grupo de Ejército Sur de Ucrania, del general Johannes Freissner, se alineaban tres ejércitos alemanes, incluyendo el 2.º Ejército Panzer, y dos ejércitos húngaros. La mayor parte de las fuerzas húngaras continuaron al lado de los alemanes. Tanto el ejército como los funcionarios y los intelectuales temían las represalias soviéticas, tras conocer las atrocidades cometidas por el Ejército Rojo en Prusia Oriental.
“Si fallan, temo por su salud”
Los soviéticos buscaban crear un colchón defensivo con la conquista de los países desde los que los alemanes habían atacado la URSS en 1941: Polonia, Eslovaquia, Rumanía y Hungría. Cuando en octubre de 1944 Churchill sugirió una ocupación conjunta de Hungría, Stalin aceleró las operaciones para bloquear esa posibilidad.
El Estado Mayor soviético (Stavka) creía que los alemanes destinarían más fuerzas a la defensa de Prusia Oriental, por lo que el 2.º Frente de Ucrania, del mariscal Rodión Malinovski (ascendido a mariscal tras su victoria en Rumania), contaba, además de con siete ejércitos combinados con un solo ejército blindado (la formación básica rápida del Ejército Rojo), con dos ejércitos rumanos y formaciones de partisanos búlgaros y yugoslavos. El plan soviético era demasiado simple y esquemático y las tropas soviéticas estaban exhaustas después de su avance por los Balcanes.
El 29 de octubre, Malinovski perforó el centro del frente, desplazando a las tropas húngaras que defendían la región al oeste del río Tisza. Pero, después de un rápido avance en dirección a Budapest, los soviéticos fueron detenidos por un contraataque de dos divisiones panzer y las defensas de la línea Attila.
Malinovski lanzó entonces un movimiento envolvente sobre Budapest desde el este y el norte, pero, nuevamente, un contraataque alemán, reforzado con carros pesados Königtiger, paralizó el avance.
Cañón antitanque alemán durante los combates en el interior de Budapest, en el invierno 1944-1945
Mientras, en Budapest, se habían vivido escenas de auténtica pesadilla. Los zapadores alemanes que colocaban cargas de demolición en el puente Margaret, sobre el Danubio, las detonaron accidentalmente. La población de la capital, que estaba deseando rendirse, con la esperanza de que los rumores sobre las brutalidades rusas no fueran ciertos, creyó que los alemanes estaban comenzando a demoler la ciudad antes de retirarse, como había sucedido en Varsovia.
Malinovski habría querido que la caída de Budapest coincidiera con el 7 de noviembre, aniversario de la revolución bolchevique. Para presionarlos, escribió a sus comandantes: “Camaradas, esfuércense para que podamos poner la capital húngara a los pies del gran Stalin. Fama y recompensas les aguardan; si fallan, temo por su salud”.
Budapest cercada
El Stavka reforzó a Malinovski con 200 carros y otros 40.000 hombres y detuvo el avance del 3.º Frente de Ucrania en Yugoslavia para apoyarle. El 23 de noviembre, Hitler ordenó que la capital húngara fuera defendida hasta el último aliento, y una semana después la declaró Festung (ciudad fortaleza), lo que significaba que la guarnición tenía prohibido abandonarla.
El 20 de diciembre, los dos frentes soviéticos habían comenzado a estrechar el cerco de Budapest. El frente estaba tan cerca de la ciudad que los refuerzos llegaban allí en tranvía. Los contraataques alemanes quedaron paralizados por el barro, pues la temperatura no había descendido lo suficiente para congelar el terreno y hacerlo sólido para los blindados pesados.
Hitler indicó que no importaba si Budapest “era destruida diez veces, si de ese modo podía defenderse Viena”. Su pérdida también reduciría el éxito de la ofensiva de las Ardenas, que había comenzado el 16 de diciembre.
Freissner fue relevado del mando por el general Otto Wöhler. Guderian, jefe del Estado Mayor del Ejército, se atuvo a las consignas de Hitler, mientras prometía a Wöhler la evacuación de las tropas. Eso creó una falsa sensación de seguridad: cines y teatros seguían abiertos hasta el último momento; Radio Budapest transmitía canciones de Navidad; los abetos lucían adornados con las tiras de papel de plata antirradar que lanzaban los bombarderos aliados.
Imagen de Heinz Guderian
El 26 de diciembre, los dos frentes soviéticos se dieron la mano en Esztergom, al noroeste de Budapest. La ciudad había quedado rodeada: entre 60.000 y 80.00 soldados alemanes y húngaros y casi un millón de civiles permanecían dentro. No había apenas víveres para alimentar a estos últimos; las reservas de vituallas habían caído en manos de los rusos al cerrar el cerco. Pero, según Guderian, la cuestión de dar de comer a la población era “irrelevante”.
Capital del horror
El asedio de Budapest solo es comparable en magnitud y horrores al de Stalingrado o al de Varsovia. Cada casa había sido convertida en un fortín. La infantería soviética se abrió paso calle a calle por una ciudad aplastada por los bombardeos. No había agua, gas o electricidad. Las cloacas se atascaron. Un corresponsal de guerra alemán escribió: “Un hedor nauseabundo de cadáveres en descomposición se extiende como una nube de moscas sobre las ruinas”. La destrucción era tan espantosa que, como escribió el novelista Sándor Márai, “algunas calles había que adivinarlas”.
Los intentos alemanes de enviar vituallas por el Danubio o mediante un puente aéreo fracasaron o fueron muy limitados a causa del mal tiempo, la escasez de gasolina o la falta de aeródromos. La mayor parte de los fardos lanzados en paracaídas cayeron en manos de los rusos.
Panorama de Budapest en 1945, poco antes de acabar los combates
Planeadores pilotados por adolescentes del NSFK (Cuerpo de Aviadores Nacionalsocialistas) aterrizaban en el parque Vérmezo llevando suministros. Tras evacuar Pest, en la orilla oriental, los zapadores alemanes volaron los grandes puentes de arcos sobre el Danubio, matando a cientos de civiles que huían por ellos.
La Cruz Flechada prosiguió la matanza de judíos. Los que estaban bajo protección de sedes diplomáticas neutrales también fueron asesinados. Una banda de la Cruz Flechada, bajo el mando de un sacerdote, asaltó el hospital judío y mató a los pacientes, las enfermeras y todos lo que se encontraban dentro, incluso a oficiales húngaros que se interpusieron.
Última resistencia
Desoyendo a Guderian, Hitler ordenó trasladar a Hungría al IV Cuerpo Panzer de las SS desde el norte de Varsovia –donde defendía la ruta hacia Berlín– para romper el cerco de la ciudad. La Operación Konrad, desencadenada el 1 de enero de 1945, cayó sobre el 3.er Frente de Ucrania, pero enseguida quedó frenada.
En un esfuerzo sobrehumano, el día 18, el IV Cuerpo Panzer de las SS consiguió alcanzar el Danubio. Los alemanes habían implicado ya cuatro divisiones panzer, pero no hicieron más progresos. El 27, Hitler ordenó suspender el socorro de Budapest, pero no modificó su orden de resistir hasta el final.
Dentro de la ciudad, unos 34.000 defensores y 300.000 civiles estaban encerrados en una bolsa de no más de 5 km de ancho en la zona de la colina del castillo de Buda, donde se encontraban los edificios gubernamentales. Tras comerse los últimos caballos muertos, no había nada que llevarse a la boca.
Hitler envió las Hojas de Roble para la Cruz de Hierro al jefe de la guarnición, general de las SS Pfeffer-Wildenbruch, pero este decidió desobedecerle. La noche del 11 de febrero, los alemanes intentaron perforar las líneas enemigas y evadirse hacia el noroeste. Los soviéticos estaban alertados. La acción degeneró en un baño de sangre: solo 700 de los 28.000 hombres consiguieron llegar a las líneas alemanas.
El Castillo de Buda y el Puente de las Cadenas semidestruidos. Fotografía tomada el 3 de febrero de 1946, ya en la posguerra
Tras haber sufrido casi 80.000 bajas mortales en una frustrante batalla de indecible ferocidad, los soviéticos se entregaron a una orgía de crueldad y pillaje. Mataron a cientos de los heridos alemanes, incluso aplastándolos con los tanques. Mujeres y niñas fueron violadas por la soldadesca, a veces, en presencia de su familia.
No se libraron del saqueo ni las embajadas neutrales. Los servicios de información de Stalin detuvieron a cualquiera considerado sospechoso de ser un espía o colaboracionista. La noticia de estas atrocidades confirmó a los alemanes, incluso a los que ya sabían que la guerra estaba perdida, que había que resistir hasta el último aliento.


