“Tenemos noticia de que el teniente lord Louis Mountbatten, miembro de la Real Orden Victoriana y de la Marina Real, se ha comprometido en matrimonio con la señorita Ashley, ahijada del rey Eduardo, hija del coronel W. W. Ashley y nieta del difunto sir Ernest Cassel. Lord Louis se encuentra camino a Japón desde la India, con su primo, el príncipe de Gales. La señorita Ashley ha estado allí de visita, donde su anfitrión fue el maharajá de Jaipur, íntimo amigo de su difunto abuelo”.
Así informaba el diario The Times, en abril de 1922, del compromiso entre lord Louis Mountbatten, futuro virrey de la India, con la joven de la alta sociedad Edwina Annette Cynthia Ashley, cuyo abuelo materno, el banquero Ernest Cassel, fue uno de los hombres más ricos de Europa. La joven siempre estuvo muy unida a él; hacía años que poco o nada quería saber de su padre, Wilfrid, y mucho menos de su madrastra.

Boda de Louis y Edwina
La madre de Edwina, Amalia, hija única de Ernest Cassel, murió cuando ella tenía diez años. Hasta entonces, Edwina y su hermana Mary habían vivido en Broadlands, una mansión de arquitectura palladiana en el condado de Hampshire.
Las niñas tuvieron una infancia solitaria: su madre estaba enferma de tuberculosis y pasaba mucho tiempo fuera, en lugares entonces tan remotos como Egipto. Su padre, miembro del Parlamento, apenas estaba en casa. Las hermanas se criaron con niñeras, institutrices y amas de llaves, sin apenas ver a sus padres.
De la orfandad al amor
Ese distanciamiento pasó factura a Edwina. Como cuenta en sus memorias su hija, Pamela Hicks, “sus cartas de ese período demuestran lo ansiosa que estaba por ver a ‘su querida madre’ otra vez”. Sin embargo, aquel deseo no se materializó: cuando Amalia volvió a Broadlands, su salud estaba ya tan deteriorada que enviaron a las niñas con un familiar. Pese a los ruegos de ambas, no volvieron a verla. Fallecida en 1911, sus hijas tampoco asistieron al funeral.
Aquel acontecimiento forjó el carácter de Edwina, quien, tras la muerte de su madre, se dedicó a cuidar de su hermana pequeña. Las cosas se complicaron más cuando su padre volvió a casarse y llevó a Broadlands a una madrastra de cuento, que hizo la vida imposible a las huérfanas.
Entre otras cosas, despidió a su querida institutriz y les prohibió recoger flores del jardín. La situación se hizo insostenible, y Edwina, al cumplir los dieciocho años, optó por irse a vivir con su abuelo. Juró que no volvería a Broadlands mientras viviera su madrastra.
Fue en un baile, en Londres, donde conoció a su futuro marido: su alteza serenísima el príncipe Louis de Battenberg, bisnieto de la reina Victoria. En ese entonces Edwina era, en palabras de su hija, “una glamurosa heredera que acababa de aprender a estar de pie con las caderas ligeramente hacia delante; la pura imagen del chic de la alta sociedad”.

Retrato de la joven Edwina Ashley.
Ambos se prometerían unos meses más tarde en un lugar muy alejado de Londres: Mountbatten había sido invitado a acompañar a su primo David, el entonces príncipe de Gales, a una gira por la India británica, en 1921. Fue el primer contacto de los futuros virreyes con el subcontinente, la joya del Imperio, que ya había empezado su lucha por la independencia, liderada por Gandhi.
En interés de la apariencia
Los Mountbatten se casaron en 1922 ante más de mil invitados, entre los que se hallaba la familia real. Edwina era una novia elegantísima y una joven muy rica: su abuelo le había dejado el grueso de su fortuna, así como la mansión de Brook House.
La disparidad entre las rentas de los recién casados era monumental, pero pronto se vio que la alianza funcionaría: él aportaba el abolengo de una familia que se remontaba hasta Carlomagno, y ella, una fortuna que, entre otras cosas, les permitió dar las fiestas más sonadas de Londres.
Como escribe Pamela Hicks, en aquellos felices años veinte, los Mountbatten fueron la pareja, con mayúsculas, de la capital: “Esa fue una etapa muy extravagante en la vida de mis padres. Constantemente celebraban fiestas, a las que acudían reyes, reinas, toda la alta sociedad y personajes como Noël Coward y Cole Porter”.
Como tantos de su clase, los Mountbatten dormían en habitaciones separadas y, también, tenían vidas amorosas separadas. Sus obligaciones con la Marina hacían que él pasara mucho tiempo fuera de casa, lo que provocó que, en palabras de su hija, Edwina empezara a “coleccionar hombres jóvenes, despertando muchas miradas de desaprobación”.

Lord Louis Mountbatten y lady Edwina Ashley a bordo del transatlántico RMS Olympic c. 1925
Al principio, aquella situación causó desazón a Mountbatten, quien, según su biógrafo Philip Ziegler, “era monógamo por naturaleza”. Sin embargo, se impuso el sentido práctico: para mantener el matrimonio a flote, ambos aceptaron las correrías del otro.
A su manera
Con el tiempo, los numerosos amantes de Edwina se convirtieron en uno fijo: el teniente coronel Harold “Bunny” Phillips, un hombre encantador con un carácter impredecible. A su vez, Louis tuvo una larga historia con la francesa Yola Letellier. Ambos eran adorados por las dos niñas, y, en ocasiones, todos coincidían bajo el mismo techo, formando “una familia poco convencional”, como describió Pamela.
Viajera incansable, durante toda su vida adulta, Edwina fue una mujer muy independiente. Pero ¿fue una adelantada a su tiempo o, sencillamente, podía permitírselo?
Para su nieta, India Hicks Mountbatten –entrevistada por esta periodista para Historia y Vida–, ambas cosas son posibles: “Creo que fue ferozmente independiente, porque su riqueza se lo permitía, aunque tampoco quería vivir sujeta a las reglas que sometían a las mujeres: ella hizo lo que quiso, pero tenía una inteligencia y una educación que le permitían ver las perspectivas de otra gente”.
Su nieta destaca el cambio dramático que se produjo en la vida de Edwina durante la Segunda Guerra Mundial: “Ahí podemos hablar de una segunda etapa, en la que encontró su camino y puso sus habilidades al servicio de otros”.

Edwina Mountbatten durante la Segunda Guerra Mundial
Y es que, con el estallido de la guerra, la frivolidad abandonó la vida de los Mountbatten, que se dedicaron a combatir al fascismo. Mientras él ascendía en la Marina, Edwina servía en organizaciones humanitarias, demostrando que detrás de aquella figura sofisticada había una mujer brillante y una trabajadora incansable.
Misión en la India
Cuando acabó la contienda en 1945, el mundo ya no era el mismo, y los Mountbatten, tampoco. Apenas dos años después, él recibiría la misión por la que es recordado en la historia: dirigir la retirada británica de la India. De este modo, en marzo de 1947, los Mountbatten, acompañados por su hija Pamela, partieron hacia Delhi.
Al poco de llegar, fueron coronados virreyes en una fastuosa ceremonia. Se iniciaba así una nueva y frenética etapa en la que Edwina (de la que Churchill dijo que era “más inteligente que su marido”) desempeñó un importante papel. En parte, por su estrecha amistad con Jawaharlal Nehru, destacado miembro de la lucha por la independencia.
Abogado, educado en Inglaterra, Jawaharlal era hijo de Motilal Nehru, un próspero abogado afincado en Delhi que, en 1919, decidió unirse al movimiento de desobediencia civil, liderado por Gandhi. Como su padre, Nehru también quedó deslumbrado por la figura del Mahatma, al que conoció cuando tenía veintisiete años, en una reunión del Partido del Congreso, donde Jawaharlal empezó a tener cargos hasta convertirse, en 1929, en su presidente.

Mahatma Gandhi (centro) con los virreyes de la India, lord Mountbatten y su esposa Edwina, en 1947
Por ese entonces, ya estaba casado con Kamala Kaul, procedente, como los Nehru, del estado de Cachemira. El matrimonio tenía una única hija, Indira, nacida en 1917.
Amor platónico
Mountbatten, el nuevo virrey, estableció pronto buenas sintonías con los líderes del país, en especial, con Nehru. Pero fue Edwina quien forjó una profunda relación con él, que ha sido objeto de todo tipo de especulaciones.
Como cuenta Philip Ziegler, tras el asesinato de Gandhi, Mountbatten instó a Nehru a residir con ellos en el palacio del Gobernador, donde la seguridad podría ser garantizada. Aquella convivencia derivó en una estrecha amistad con los Mountbatten.

Nehru, Edwina Mountbatten y su hija, Pamela, en 1948
Después de unas cortas vacaciones en la maravillosa región de Simla, la amistad se transformó en abierta adoración por Edwina. “Así empezó una relación que duraría hasta la muerte de ella: intensa, amorosa, romántica, generosa, idealista e, incluso, espiritual”, escribe Ziegler. “Si hubo un elemento físico de algún tipo, habría sido de menor importancia”, añade.
Su nieta, India Hicks, es aún más clara al respecto: “Mi madre mantiene, de forma absoluta, que los dos, Nehru y mi abuela, estaban en un momento de sus vidas en el que el lado físico de una relación no era, ni por asomo, lo importante, que era el aspecto intelectual y emocional. Definitivamente, hubo un enamoramiento, pero mi madre dice que no fue una historia física. Mis abuelos tuvieron siempre un matrimonio inusual, y Nehru fue un verdadero caballero, que respetó la relación”.
El último viaje
India Hicks subraya el papel de Edwina en aquella fase de la India: “Fue la primera virreina que, en los banquetes, decidió tener más indios que europeos en la mesa. Hoy parece algo muy obvio, pero nunca se había hecho y causó gran conmoción y críticas”. La influencia de Nehru sobre su abuela también fue balsámica: “Se convirtió en alguien con quien era mucho más fácil convivir: forjaron una colaboración muy potente, que, probablemente, ayudó”.
Tras años de batallas políticas, Jawaharlal Nehru se convirtió en el primer ministro de la India independiente. Los Mountbatten volvieron a Inglaterra, rodeados de elogios: el primer ministro laborista, Clement Attle, incluyó a Edwina en las felicitaciones.
Mientras él se dedicó a saborear las mieles del éxito, ella siguió trabajando para causas humanitarias. Murió en 1960, mientras dormía, en Borneo, donde colaboraba con la organización de emergencias médicas St John Ambulance. Tenía 58 años. Su relación con Nehru siguió hasta el final: en el funeral de Edwina, que por expreso deseo de ella fue en el mar, él envió dos destructores indios para acompañarla en su último viaje.