“El Prince of Wales será el mejor elemento disuasorio posible”. Así de rotundo se mostró Winston Churchill al defender el envío de este acorazado a aguas del sudeste asiático a finales de 1941. Con este despliegue, el primer ministro pretendía evitar un ataque sobre sus colonias en el sudeste asiático por parte de un Japón cada vez más agresivo con las potencias occidentales.
La confianza de Churchill parecía estar fundamentada. El HMS Prince of Wales era uno de los acorazados más modernos con los que contaba la armada británica. En mayo de 1941 había participado en un duro combate con el célebre Bismarck.
Al igual que sus potentes cañones de superficie de 14 pulgadas, la artillería antiaérea del Prince of Wales también era puntera. Estaba diseñada para abatir aviones que volaran a gran altura, como se esperaba que actuaran los bombarderos enemigos, pero con una eficacia más limitada para atacar aparatos en cotas más bajas.
El Prince of Wales lideraría la Fuerza Z. El principal escudero del acorazado iba a ser el crucero de batalla HMS Repulse, una nave no tan moderna ni tan blindada, pero con una notable potencia de fuego. Los navíos estarían al mando del contraalmirante sir Tom Phillips, apodado “Tom Thumb” (Pulgarcito) por su baja estatura y considerado por sus compañeros un mando de oficina con poca experiencia.

Churchill en la cubierta del Prince of Wales, en agosto de 1941
La formación se completaría con una escolta de destructores y, en teoría, el portaaviones HMS Indomitable aportaría cobertura aérea, pero encalló en las Bermudas el 3 de noviembre de 1941 y no pudo incorporarse a la expedición. La Fuerza Z llegó a Singapur el 2 de diciembre, la gran base naval británica en el sudeste asiático, conocida como la “Gibraltar de Oriente”.
El Almirantazgo recomendó a Churchill no arriesgar a la Fuerza Z sin un apoyo aéreo adecuado. Pero el primer ministro seguía confiando en la potencia de fuego y rapidez del Prince of Wales y del Repulse, así como en la cobertura que brindarían los aviones de la RAF presentes en Singapur y otras bases malayas.
Japón, desencadenado
El ataque a la base estadounidense en Pearl Harbor fue una pieza más de la gran ofensiva que Japón desencadenó por todo el Pacífico para ocupar las colonias de las potencias occidentales. Tokio se había enemistado con británicos y estadounidenses por sus políticas expansionistas en Asia y, en particular, por la invasión de China iniciada en 1937. Como parte de esta gran ofensiva, las tropas del emperador Hirohito desembarcaron al norte de la península malaya la madrugada del 8 de diciembre de 1941.
A media mañana del día 8, el contralmirante Phillips convocó una reunión de oficiales navales a bordo del Prince of Wales. Ningún oficial de aviación estuvo presente para coordinar la respuesta, ya que estaban centrados en contrarrestar los ataques japoneses contra sus aeródromos.
Aun sin esa coordinación, Phillips decidió hacerse a la mar aquella misma tarde con la Fuerza Z. Su intención era atacar al resto de fuerzas de desembarco japonesas que estaban completando el despliegue.
La previsión meteorológica indicaba cielos nublados y chubascos para el día 8 y 9, con lo que el contraalmirante creyó que, gracias a la rapidez de sus navíos, podría alcanzar al enemigo antes de ser detectado por la aviación japonesa. Para completar su ocultamiento, Phillips también decidió mantener un estricto silencio de radio y no responder a los mensajes enviados desde Singapur.

El contraalmirante japonés Sadaichi Matsunaga y el almirante británico Tom Phillips
El almirante inglés parecía haber tomado nota del error cometido por el alemán Günther Lutjens, capitán del Bismarck, quien, al abusar de las comunicaciones por radio, había permitido a la Royal Navy triangular la posición de su acorazado y darle caza.
No sería un avión japonés el primero en avistar a la Fuerza Z, sino el submarino I-65, que pronto transmitió la posición a los comandantes de la armada imperial en la zona.
El contraalmirante Sadaichi Matsunaga, oficial al mando de casi un centenar de aparatos de la 22.ª Flotilla Aérea, ordenó despegar a sus bombarderos Betty y Nell con base en Saigón para buscar a la Fuerza Z. Los japoneses también movilizaron cuatro cruceros ligeros que protegían a sus fuerzas anfibias en el golfo de Siam, y solicitaron el envío de refuerzos para contrarrestar la potencia de fuego británica.
A partir de aquí, comenzó un largo juego del gato y el ratón entre japoneses y británicos. Aunque el tiempo mejoró a última hora de la tarde, los barcos de Phillips pudieron ponerse al amparo de la noche y no ser descubiertos por los aviones de Matsunaga.
Un príncipe en serios apuros
Poco antes de la medianoche del 10 de diciembre, Phillips recibió un informe de Singapur que hablaba de un desembarco japonés en Kuantan, un pequeño puerto en la costa oriental malaya. Si el enemigo lo tomaba, podría atacar por la retaguardia a las tropas de la Commonwealth. Así que la Fuerza Z puso rumbo hacia allí para interceptar a los transportes nipones.
Aunque acercarse a la costa aumentaba el riesgo de detección, el contralmirante británico lo asumió, ya que pensó que los aviones británicos estarían atacando también a las fuerzas de desembarco. De todas formas, Phillips siguió con su estricto silencio de radio.

Parte del armamento antiaéreo del Prince of Wales
Sin embargo, otro submarino japonés, el I-58, detectó de nuevo a la Fuerza Z y lanzó cinco torpedos contra el Repulse, aunque todos fallaron. En los navíos de la Royal Navy nadie avistó las estelas de los proyectiles en la noche. Pese a su fútil ataque, el sumergible transmitió precisas estimaciones del rumbo de sus enemigos.
Con estos datos y la llegada del amanecer del 10 de diciembre, los japoneses retomaron una búsqueda de la Fuerza Z con la mayoría de sus bombarderos Betty y Nell. Los buques de Phillips llegaron a Kuantan pero descubrieron que no había ninguna fuerza de desembarco japonesa. El informe de Singapur se había basado en datos sin confirmar.
El Prince of Wales y sus escoltas se alejaron de la costa, pero ya era tarde. A las diez y diez de la mañana, un avión japonés de reconocimiento avistó a la Fuerza Z. Los británicos también divisaron el aparato enemigo y fueron conscientes de que el ataque no tardaría en llegar. Phillips se mostró convencido de que la aviación británica estaba al tanto de los movimientos enemigos y aparecerían.
Media hora después quienes llegaron fueron los primeros nueve aviones Nell japoneses, armados con bombas. Muy pronto los proyectiles comenzaron a caer en torno al Repulse y al Prince of Wales.
Eran bombas de 250 kilogramos sin capacidad para perforar blindajes, pero los japoneses sabían lo que hacían. La intención de esta primera oleada no era hundir a sus enemigos, sino dañar a los cañones antiaéreos y herir o matar al mayor número posible de tripulantes presentes en las cubiertas.
Poco después llegó la segunda oleada con otros nueve aparatos, la mayoría Bettys equipados con torpedos. Estos aviones se aproximaban a unos 300 metros de altitud y luego descendían a apenas 35 metros para lanzar sus proyectiles. Ante estas tácticas, los principales cañones antiaéreos de la Fuerza Z eran ineficaces, por sus limitados arcos de fuego a cotas bajas.
Los británicos trataron de defenderse con su armamento menor, incluso las tripulaciones dispararon ametralladoras ligeras contra los aviones. Pero la abundancia de aparatos enemigos hacía difícil concentrar el fuego para que resultara eficaz. En total, los japoneses utilizaron 88 aparatos en el ataque, de los que 34 eran torpederos que demostrarían su letalidad.
Ante los problemas para defenderse, el capitán William Tennant, oficial al mando del Repulse, rompió el silencio de radio para pedir ayuda a Singapur poco después de las doce del mediodía. Phillips tardaría veinte minutos más en solicitar apoyo. El Prince of Wales aguantó el primer impacto de un torpedo, pero sería alcanzado en oleadas siguientes por otros tres proyectiles del mismo tipo.

La tripulación del Prince of Wales, que se hundía, abandona el barco
Aprovechando su gran velocidad, el Repulse pudo esquivar los primeros torpedos, pero fue alcanzado cinco veces en la última oleada. A las 12:25 h se dio la orden de abandonar el crucero de batalla, que se hundió en poco tiempo. Tres cuartos de hora después, el Prince of Wales también se iba a pique.
Los cuatro destructores de la Fuerza Z rescataron a 2.000 marineros y oficiales, pero 840 habían muerto en el hundimiento de los dos barcos principales, entre ellos el contralmirante Phillips. Los japoneses solo perdieron tres aviones y 18 tripulantes. Los atacantes no interfirieron en las operaciones de rescate, ante la llegada tardía de cazas Buffalo desde Singapur.
Así se consumó la derrota más importante de la Royal Navy en este conflicto. Churchill dijo años después: “En toda la guerra, nunca recibí un shock más directo”. El primer ministro también consideró que “Japón era el amo indiscutible, y nosotros en todas partes aparecíamos débiles y desnudos”, en referencia a la situación militar en el Pacífico.
El hundimiento del Prince of Wales certificó que la aviación era letal contra los acorazados, los grandes señores de la guerra en el mar hasta ese momento. Los nuevos reyes de las batallas navales iban a ser los portaaviones, como se iba a demostrar muy pronto en el frente del Pacífico con los enfrentamientos en mar del Coral, Midway, islas Salomón, mar de Filipinas o Leyte.