El almirante Wilhelm Canaris no parecía el tipo de persona que se dejaría seducir por Hitler y el nazismo. Era un hombre cosmopolita (hablaba seis idiomas y había recorrido varios países de Europa y Sudamérica), admirador de la marina británica y la cultura mediterránea, devoto cristiano, no antisemita, de pequeña estatura y tez más morena de lo que marcaba el ideal ario (su familia era originaria de Italia, los Canarisi).
Además, era padre de una hija con discapacidad intelectual, una niña con una “vida indigna de ser vivida”, según la retórica eugenésica nazi. ¿Por qué, entonces, abrazó el nazismo hasta el punto de convertirse en uno de los hombres más prominentes del régimen?
Al igual que ocurrió con millones de alemanes, Canaris se sintió atraído por las promesas de orden social, fortalecimiento nacional y liderazgo carismático que ofrecía el nazismo. El almirante tenía más de cuarenta años cuando el partido nazi irrumpió con fuerza en la escena política alemana.
Canaris coincidía con Hitler en señalar a los bolcheviques como los culpables de la agitación social que se vivía en el país, a los políticos de la República de Weimar como los responsables de la inestabilidad económica y a las cláusulas del Tratado de Versalles como las cadenas que impedían el crecimiento y la expansión de Alemania. Como oficial de la Marina, Wilhelm esperaba que el líder nazi devolviera a la flota alemana al lugar preponderante que había ocupado en el pasado.
Marino por vocación
El futuro almirante nació en 1887 en Aplerbeck, un pueblo cercano a Dortmund (Alemania). Era hijo de una rica familia de industriales de la cuenca del Ruhr. Wilhelm recibió una esmerada educación, con institutrices inglesas y francesas, con vistas a que siguiera los pasos de su padre como empresario e ingeniero industrial. Sin embargo, la prematura muerte de este por una apoplejía permitió al joven Wilhelm seguir su vocación e ingresar en la academia naval de Kiel, principal base de la Armada Imperial alemana.
Wilhelm Canaris (de pie, segundo por la dcha.) con sus compañeros tras aprobar su bachillerato en Duisburgo, 1905
Canaris cumplió varios años de instrucción, en los que navegó principalmente por aguas de Sudamérica. Este destino le ayudó a perfeccionar el español, un idioma que le serviría mucho en el futuro. El estallido de la Gran Guerra le sorprendió a bordo del crucero SMS Dresden. Wilhelm había alcanzado el grado de subteniente y realizaba labores de oficial de inteligencia.
Su desempeño en la guerra fue muy destacado. Canaris combatió en la batalla de las Malvinas (diciembre de 1914), la más dura derrota que sufrió la armada germana contra la Royal Navy británica. Su buque fue el único que sobrevivió a la ofensiva. El SMS Dresden logró burlar con gran pericia las acometidas de los ingleses en una persecución que se alargó durante varios meses.
Finalmente, el buque sería capturado, y la tripulación, hecha prisionera en la isla chilena Quiriquina. Pero Canaris consiguió escapar. Gracias a su dominio del español y su aspecto mediterráneo, Wilhelm logró pasar desapercibido y navegar hasta el continente en un viejo bote.
Desde allí cruzó los Andes a pie y a caballo y llegó hasta Buenos Aires, donde embarcó hacia Europa burlando los controles ingleses bajo una identidad falsa, la de un hombre de negocios anglochileno llamado Reed Rosas. Esta impresionante hazaña le valió un ascenso y una reputación dentro del Almirantazgo que le cambiaría la vida: a partir de ese momento, el marino Canaris comenzó a ser requerido para labores de espionaje.
De espía a golpista
Reed Rosas volvería a hacer su aparición, poco después, en España. Bajo esa identidad, Canaris fue enviado a Madrid en 1916 con la misión de informar sobre los movimientos de los buques enemigos en el estrecho de Gibraltar y establecer una red de abastecimiento para los submarinos alemanes en los puertos españoles.
La misión duró más de un año, hasta que los servicios de inteligencia franceses empezaron a sospechar de él. Esta primera experiencia como espía fue agotadora para Canaris. En parte, por la tensión a la que estuvo sometido y, en parte también, por los frecuentes episodios de malaria que sufrió, enfermedad que había contraído en el trópico y le acompañaría toda la vida. Aun así, obtuvo su recompensa, ya que fue condecorado con la Cruz de Hierro a su regreso a Alemania.
Canaris (segunda fila, segundo desde la derecha) con otros oficiales en 1923
En 1918, con treinta y dos años, Wilhelm se encontraba pletórico. En lo profesional, disfrutaba del respeto de sus superiores y había sido nombrado comandante de submarinos. En lo personal, se había comprometido con Erika Waag, la hija de un rico industrial.
Canaris estuvo combatiendo victoriosamente hasta que ocurrió un hecho que le afectaría profundamente. A principios de noviembre, cuando regresaba con su flamante submarino UB-128 a la base de Kiel, contempló horrorizado cómo en la mayoría de los buques de la Gran Flota ondeaba la bandera roja de la rebelión. Los marineros se habían sublevado, tomando por las armas el control de la base. Pocos días después, el 11 de noviembre, Alemania firmaba el armisticio.
Comenzó así un período revolucionario donde se produjeron varios levantamientos socialistas por todo el país. Canaris no tardó en ponerse del lado de los contrarrevolucionarios. A las órdenes del ministro de Defensa, Gustav Noske, ayudó a la formación de las tropas paramilitares (Freikorps), y se sospecha de su complicidad en el asesinato de los líderes de la Liga Espartaquista Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, durante la represión del levantamiento que protagonizaron en 1919 en Berlín.
Rosa Luxemburgo, una de los líderes de la Liga Espartaquista, en una imagen de entre 1917 y 1918
Menos dudas ofrece su participación en el fracasado golpe de Estado perpetrado en 1920 por el político de extrema derecha Wolfgang Kapp, con la complicidad de una parte de las Fuerzas Armadas. A pesar de que Canaris fue arrestado, se benefició de una amnistía del gobierno socialdemócrata de la República de Weimar, decidido a ganarse el apoyo de los militares y las fuerzas conservadoras para eliminar toda oposición comunista.
Rearme secreto
Desengañado de la política y recién casado con su prometida, con quien tendría dos hijas, Canaris se centró en su labor en la Marina. Comenzó a trabajar en la formación de la nueva flota naval que estaba creando la República, incluida una reserva secreta para sortear las limitaciones del Tratado de Versalles.
En 1924, Wilhelm fue enviado a Japón para colaborar en la supervisión de un programa secreto de construcción de submarinos. Fue el inicio de un período en el que estuvo involucrado en las negociaciones con diversos países para financiar el rearme secreto de la marina alemana.
Una de sus colaboraciones más provechosas fue con la España de Primo de Rivera. Gracias a los contactos que había hecho con empresarios locales, Canaris creó una fructífera red de espionaje y empresas tapadera para financiar la construcción clandestina de sumergibles en los astilleros españoles.
Junto a su labor como espía, Canaris estuvo también trabajando como capitán de un buque escuela. Allí conoció a un cadete muy especial, un joven hijo de artistas y amante de la música de quien se hizo amigo: el futuro líder nazi Reinhard Heydrich, famoso por su crueldad y feroz antisemitismo.
Reinhard Heydrich con su esposa
Maestro y alumno no tardarían en volver a encontrarse. En 1933, Hitler fue nombrado canciller de Alemania. Dos años más tarde, Canaris fue elegido director del Abwehr, el servicio de inteligencia militar alemán.
En la elección del almirante pesó su excelente hoja de servicios, las buenas conexiones diplomáticas y empresariales que mantenía, así como su pasado contrarrevolucionario y devoción por Hitler. Pero seguramente también influyó la relación casi paternal que había mantenido con Heydrich, en esos momentos, jefe de la Gestapo y del SD (el servicio de inteligencia de las SS). Aunque no está clara su intervención, es muy posible que este intercediera ante su superior Heinrich Himmler para la designación de su antiguo instructor.
Heydrich había comenzado a chocar con el Abwehr por la delimitación de sus competencias. ¿Creía el jefe del SD que Canaris, con su figura de “hombrecito apacible”, como lo llamaba, siempre acompañado por sus queridos perros salchicha (los llevaba incluso a la oficina), sería un manejable hombre de paja, un rival “amistoso” en sus disputas internas?
El capitán Conrad Patzig, anterior jefe del Abwehr, había advertido a Wilhelm sobre las injerencias que sufriría por parte de Heydrich. Pero este le restó importancia. Según le dijo, “sabía cómo lidiar con esos jóvenes del SD”. Sin embargo, parece que Canaris estaba más preocupado de lo que dejaba entrever. Como anotó en su diario, “sé que Heydrich es un fanático brutal, con quien será difícil lograr una cooperación franca y amistosa”.
Una reorganización necesaria
Canaris comenzó su labor en el Abwehr tratando de mantener una relación cordial con sus homólogos de las SS y del resto de departamentos de inteligencia del Tercer Reich (llegó a haber hasta siete simultáneamente). Intentó delimitar desde el principio las áreas de responsabilidad de cada organización, aun a costa de mantener una posición de subordinación en algunos ámbitos.
El marino firmó un acuerdo con Heydrich en el que se aseguró el monopolio sobre el espionaje secreto, manteniendo al Abwehr como el servicio dominante en cuestiones militares. A cambio, el SD se reservaba el derecho a intervenir en lo relativo a las actividades de contraespionaje en política interna.
Wilhelm Canaris (izqda.) y Reinhard Heydrich en 1941
Una vez delimitadas las competencias, Canaris reestructuró completamente la organización, ampliándola de forma notable. En menos de tres años, el Abwehr pasó de tener ciento cincuenta hombres a casi mil, con la particularidad de que únicamente uno de los jefes de sección pertenecía al partido nazi.
A este respecto, Wilhelm se benefició de su buena sintonía con Hitler. El canciller valoraba mucho los servicios secretos. Los consideraba un elemento indispensable para el mantenimiento del Reich, como lo demostraba el ejemplo de su admirado Imperio británico. Además, parece que respetaba mucho a Canaris.
En primer lugar, Canaris sabía escuchar, condición indispensable para tratar con el dictador. En segundo, era un patriota con gran sentido del deber. Y en tercer lugar, era un hombre de mundo, sobre todo a ojos de alguien más bien provinciano como Hitler. La dilatada experiencia de Wilhelm fuera de Alemania, llevando a cabo actividades diplomáticas, financieras y de espionaje, a buen seguro suscitó la admiración del canciller. Casualidad o no, cinco meses después de su nombramiento como jefe del Abwehr, Canaris fue ascendido a contralmirante.




