Bombardeo y venganza en la Guerra Civil: la masacre del barco-prisión Alfonso Pérez en Santander

Una herida abierta

En un solo día, el 27 de diciembre de 1936, unas 250 personas fueron asesinadas en Santander. De ellas, más de 150 perdieron la vida en un vapor republicano fondeado en el puerto de la ciudad

Fotografía del vapor Alfonso Pérez publicada en la portada de ‘La Atalaya’ el 4 de marzo de 1920

Fotografía del vapor Alfonso Pérez publicada en la portada de ‘La Atalaya’ el 4 de marzo de 1920

PARES

El 27 de diciembre de 1936 es una fecha luctuosa en Santander. En una ciudad que se habría de acostumbrar a las tragedias (43 años antes explotó en puerto el Cabo Machichaco, que mató a casi 500 personas; en 1941, un incendio afectó a 400 edificios y dejó a la intemperie a 10.000 personas, más del 10% de la población), aquella víspera del Día de los Santos Inocentes subrayó en negro el calendario local. Esa mañana, la aviación franquista bombardeó la ciudad causando decenas de muertes. Pocos minutos después del raid, otros más serían asesinados en la trampa mortal de un barco-prisión: el Alfonso Pérez.

El vapor no estaba destinado, ni mucho menos, a quedar asociado a la muerte. El barco había sido forjado en los astilleros de Vancouver en 1919 con el nombre de War Chief, y movía 5.700 toneladas de registro con tres calderas de vapor y cuatro bodegas. Pasó a llamarse Alfonso Pérez en 1920, cuando Ángel Pérez y Compañía, una naviera asentada en Santander, lo adquirió y renombró. El naviero tenía por costumbre bautizar a sus barcos con el nombre de sus familiares; el Alfonso Pérez tomó el nombre de su hijo Alfonso, que moriría en Madrid en agosto de 1936.

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Especializado en rutas atlánticas, tan pronto viajaba a Cuba como llevaba carbón a Buenos Aires, para regresar con trigo a descargar en el puerto de Londres. Sin embargo, la crisis de 1929, sumada al descenso de la demanda en el flete de barcos, terminó por afectar a la naviera y a la propia nave, que fondeó en la bahía de Santander el 22 de febrero de 1932. Ya no volvería a hacerse a la mar, al menos, bajo ese nombre.

Barco-prisión en 1934

El Alfonso Pérez contempló, desde la paz del puerto de Santander, la agitada historia de la España de los años treinta. Tras la Revolución de 1934, con Alejandro Lerroux como presidente de un gobierno que integró a ministros de la CEDA, el Estado requisó el vapor para usarlo como prisión. El volumen de detenciones practicado en octubre de 1934 excedió la capacidad de las cárceles, por lo que el Ejecutivo optó por usar barcos como prisiones provisionales. Que estuvieran o no adaptados para albergar a seres humanos quedó como una cuestión secundaria.

Detenidos a raíz de la revolución de Asturias son trasladados desde el vapor Alfonso Pérez al Arantzazu-Mendi. Fotografía publicada en ‘La Voz de Cantabria’, 11 de diciembre de 1934

Detenidos a raíz de la revolución de Asturias son trasladados desde el vapor Alfonso Pérez al Arantzazu-Mendi. Fotografía publicada en ‘La Voz de Cantabria’, 11 de diciembre de 1934

PARES

El Alfonso Pérez no fue el único barco-prisión de esa etapa de la Segunda República; de hecho, fue una prisión de paso antes de que los detenidos (fundamentalmente, obreros asturianos, como atestiguaba La Vanguardia en 1934) fueran llevados a otras cárceles… u otras naves. En todo caso, el precinto se había roto: el Alfonso Pérez ya no sería tanto un vapor comercial como un barco fondeado permanentemente en la bahía de la capital cántabra para otro tipo de usos. Usos que nunca imaginó su propietario cuando lo compró apenas quince años antes.

Prisión en la Guerra Civil

Tras el estallido de la Guerra Civil, Santander se mantuvo leal a la República. Un hecho que causó cierta sorpresa, dado que la CEDA había obtenido en la circunscripción de Santander 77.000 votos en febrero de 1936 frente a los 61.000 del Frente Popular. Sea como fuere, la ciudad no fue un frente de guerra en julio, lo que no implica que la contienda no llegara a ella. Tan pronto como el 27 de ese mes, la Comisión de Justicia del Frente Popular comenzó a realizar “detenciones de prevención” entre la ciudadanía.

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Con la seguridad de la ciudad encargada a un militante del PSOE, Manuel Neila, los arrestos y traslados a diferentes penales, como el de El Dueso, dieron comienzo. Entre los detenidos figuraban religiosos, ciudadanos de Santander y la provincia y también veraneantes o estudiantes que habían acudido a la Universidad de Verano, actual UIMP, inaugurada por la República en 1932.

Según consta en los Archivos de Memoria Histórica ubicados en PARES, a las pocas semanas se resolvió que, “en cumplimiento de lo dispuesto en los apartados del bando publicado por el Comité de Guerra en 27 de julio último, esta Comisión de Justicia ha dispuesto que los detenidos en la prevención de la Guardia Municipal […] ingresen en esa cárcel provincial para su traslado al vapor ‘Alfonso B. Pérez’”.

Lista de prisioneros de la Comisión de Justicia del Frente Popular para ser trasladados al vapor Alfonso Pérez, 8 de septiembre de 1936

Lista de prisioneros de la Comisión de Justicia del Frente Popular para ser trasladados al vapor Alfonso Pérez, 8 de septiembre de 1936

PARES

Las órdenes tienen fecha de septiembre de 1936 y cifran en centenares los detenidos y trasladados. Hombres y también mujeres: la orden de 8 de septiembre de 1936 recoge el traslado al barco-prisión de Petronila Pombo Escalante, familiar del escritor y académico de la Lengua y premio Cervantes Álvaro Pombo. Este publicó en 2023 la novela Santander 1936, que recoge, entre otras circunstancias de la historia de la ciudad, la trágica jornada del 27 de diciembre.

La vida en el barco

En la misma orden se ordena el traslado al Alfonso Pérez de Ramón Bustamante Quijano, de 30 años de edad. Su testimonio de la vida en el barco-prisión quedó recogido en el libro A bordo del Alfonso Pérez, publicado en 1940 y reeditado recientemente en una edición coordinada por el doctor en Historia Contemporánea Alberto Vallejo.

El testimonio de Bustamante sirve para describir las condiciones de vida en el cautiverio. Distribuidos en las cuatro bodegas del barco, los centenares de presos –“detenidos de prevención”, pero sin acusación ni defensa, ni juicio a la vista– duermen en colchones permanentemente húmedos, con pocas posibilidades de salir a cubierta y sometidos a una dieta magra (pan viejo, sopa aguada y un arroz apelmazado) que pronto genera enfermedades.

La memoria oral de la ciudad corrobora el testimonio de Bustamante, que agrega cómo los médicos y estudiantes de medicina encarcelados eran los encargados de velar por la salud de los propios presos sin más útiles que sus manos. Era común tener que vaciar con los dedos los intestinos de los reclusos, con oclusiones digestivas provocadas por una dieta sobrada de arroz y escasa de agua.

Los detenidos –calificados de “retenidos” por el Comité de Seguridad, según el propio Bustamante– recibían en ocasiones visitas de familiares, que les llevaban una comida que no siempre llegaba a su destinatario, así como cartas breves y ocultas con que informarse de asuntos personales y de la evolución de la guerra.

El vapor Alfonso Pérez, rebautizado Cantabria, en una imagen de 1938

Vapor Alfonso Pérez

Terceros

Conviene recordar que, al inicio de la contienda, los medios de comunicación quedaron bajo el control del bando dominante en la zona y se convirtieron, para ambas facciones, en herramientas de propaganda. Ocurrió con El Cantábrico, por ejemplo, que en mayo de 1937 titulaba: “La gloriosa Aviación republicana bombardea, con precisión, al acorazado rebelde ‘España’”. El barco fue hundido, sí, pero no por la aviación, sino porque chocó con una mina.

El día más triste

Sobre las 13:00 horas del 27 de diciembre de 1936, el cielo de Santander se pobló de cazas nazis. Dieciocho en total. Fue un raid que, aunque afectó a instalaciones estratégicas, golpeó principalmente a diferentes barrios de la ciudad, en absoluto calificables como objetivos militares. Lo primero fue consecuencia de lo segundo: si no hubo “precisión” en el hundimiento del acorazado España y sí propaganda, en aquel bombardeo tampoco hubo “precisión” y sí sangre civil derramada.

Las víctimas del ataque franquista se cuentan en 69 o 70, según las fuentes, y ascienden a cien si se considera a los que murieron, pasado el tiempo, a causa de las heridas. El Barrio Obrero del Rey de la capital santanderina fue la zona más afectada. Un área alejada de los depósitos de combustible de Campsa, próximos a la bahía, presunto objetivo militar del ataque.

Un bombardero Heinkel He 111 de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil

Un bombardero Heinkel He 111 de la Legión Cóndor durante la Guerra Civil

Bundesarchiv, Bild 183-C0214-0007-013 / CC-BY-SA

En el Alfonso Pérez, según recoge el relato de Bustamante y los testimonios posteriores de los supervivientes, se instaló el miedo. Minutos después del fin del bombardeo, una muchedumbre se dirigió al vapor con el ánimo de hacer justicia. Lo que lograron fue aumentar la dimensión de la tragedia.

Se ordenó a los prisioneros formar en el centro de las bodegas. Asustados por el tumulto, los presos no obedecieron: se desplazaron a los laterales y trataron de protegerse con los colchones. Por los accesos del casco a las bodegas empezaron a llover granadas y balas. Las explosiones, contenidas por las paredes metálicas, causaron decenas de muertos. Las balas, que rebotaban al azar, herían y mataban. Los responsables de la seguridad del barco dejaron hacer a los asaltantes durante unos minutos antes de frenar la masacre y evacuar a la masa.

En el interior de la nave, los muertos se amontonaban, mientras los médicos y estudiantes de medicina trataban de salvar vidas sin lograrlo. El horror siguió al horror. Esa misma tarde, una compañía miliciana vinculada a los socialistas se personó en el Alfonso Pérez con varias listas de nombres, a los que fueron convocando. Creyendo que se trataba de un recuento de víctimas, los presos acudieron a la llamada que les permitía subir a cubierta y salir de unas bodegas que albergaban más cadáveres que vivos.

Pero no fue así. Frente al pelotón de fusilamiento cayeron más civiles, religiosos y estudiantes. Así hasta 157, 156 según otras fuentes. Pudieron ser más. Una decena de presos fueron sacados del barco para trasladar los cadáveres a una fosa común. Al terminar la tarea, la milicia socialista quiso eliminar también a los enterradores. Solo lo impidieron las negativas y amenazas de los milicianos anarquistas.

La herida que sangra

El vapor tendría poco recorrido más. El escándalo de la matanza alcanzó dimensión internacional, y la República dejó de usarlo como barco prisión. En febrero de 1937 fue renombrado como Cantabria y se hizo de nuevo a la mar. Fue hundido en noviembre de 1938 cerca de las costas de Norfolk por el Nadir, un crucero franquista. Para entonces, Santander ya había caído y los muertos en el vapor ya no estaban en una fosa común. Hoy descansan en la catedral de la ciudad, donde les recuerda una placa, en una iniciativa que partió de la Iglesia, no de los vecinos.

El vapor Alfonso Pérez, entonces renombrado Cantabria, momentos antes de hundirse. Fotografía tomada desde el crucero auxiliar Ciudad de Valencia, noviembre de 1938

El vapor Alfonso Pérez, entonces renombrado Cantabria, momentos antes de hundirse. Fotografía tomada desde el crucero auxiliar Ciudad de Valencia, noviembre de 1938

Terceros

Sin embargo, la herida del 27 de diciembre de 1936 no se ha cerrado. En los últimos años, al abrigo de la Ley de Memoria, las asociaciones Héroes por la República y Desmemoriados han reclamado tanto al gobierno municipal como al autonómico un monumento que recuerde a las cien víctimas del bombardeo alemán. Una norma, por cierto, que decayó en Cantabria en noviembre de 2024. En el preámbulo del decreto se denuncia la ley –derogada con los votos de PP y Vox–, señalando que “resulta muy revelador que […] el asalto al buque-prisión Alfonso Pérez por parte de los integrantes de una ‘checa’ con un balance de 156 fallecidos, ocurrido el 27 de diciembre de 1936, ni siquiera aparezca mencionado en el preámbulo […]”.

Pronto se cumplirán noventa años de los hechos del 27 de diciembre de 1936 en Santander. Y no pasará mucho tiempo más hasta que nadie pueda contar, en primera persona, el horror que se vivió en la ciudad ese día. Con los años, víctimas y verdugos de ambos bandos se encontraron en la cotidianidad de una ciudad mediana de provincias. Y los estudiantes de medicina, ya médicos, que atendieron a los heridos en aquella jornada, en el Barrio Obrero del Rey o en el Alfonso Pérez, sanaron, pasados los años, a los verdugos, con compasión y sin bandos. Pero el ejemplo resultó insuficiente. Dos muertes no se anulan entre sí: noventa años no han bastado para concluir que lo que ocurrió aquel día en Santander es que fueron asesinadas cerca de 260 personas.

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