En los albores de la historia de EE.UU. existió un encendido debate sobre el tratamiento que debía recibir el Jefe de Estado del país. Derogada la monarquía, pero aún acostumbrándose a nuevos usos, el cargo de presidente parecía exento de la pompa que requiere una responsabilidad tan alta. John Adams, que sería el segundo presidente de EE.UU., sostenía que el título del cargo debía de ser “Su Alteza el Presidente de los Estados Unidos de América y Protector de sus Libertades”, y el trato de “Excelencia” o “Alteza Serenísima” tuvo sus partidarios. Pero la voluntad de romper con el pasado colonial y la austeridad que, en algunos actos, definía a George Washington hizo que el debate se zanjara a favor del ya conocido “señor Presidente”.
Estados Unidos creyó así que dejaba atrás la condición hereditaria de los cargos y los privilegios. Y durante los casi dos primeros siglos de vida del país fue así, con una sola excepción: precisamente John Adams. Si la tradición se crea en el rechazo a las excepciones, fue un Adams el que creó el hábito de que, después de la presidencia, el político no debe aspirar a un nuevo cargo público. Adams padre fue presidente de 1797 hasta 1801, un cargo que, entre 1825 y 1829 ocupó su hijo, John Quincy Adams, que quiso continuar su carrera política tras dejar la presidencia. Se presentó y ganó el asiento de representante de Massachusetts en 1931, y permaneció en el Congreso hasta 23 de febrero de 1848, muriendo en el cargo. John Quincy no fue, por suerte, Adams II, pero sí mantuvo el honor de ser llamado presidente por haber detentado el cargo. Así que durante 17 años EE.UU. tuvo un presidente en el Ejecutivo y un presidente retirado, pero en el Legislativo.

Rose y Joseph Kennedy el 1 de noviembre de 1940.
‘Camelot’: La dinastía Kennedy
Desde entonces hasta la década de los 1960, la normalidad republicana se estableció en EE.UU. Pero las casas reales de la república estadounidense no se crearon en un día. Menos de 40 años después de la muerte de John Quincy Adams, y también Massachussets, un apellido que se convertiría en realeza política entraba por primera vez en el Congreso de EE.UU. En 1884, Patrick Joseph PJ Kennedy fue elegido congresista por Massachussets, y luego senador, ocupando cargos públicos hasta 1895. Convencido demócrata, su buena relación con el presidente (1893-1897) Groover Cleveland allanó al camino para que su primogénito, Joseph Patrick Kennedy, mantuviese una conexión cercana con la política en el arranque del siglo XX.
Kennedy Jr., el segundo de la saga, fue el menos político de los Kennedy, pero preparó a sus hijos para que hicieran carrera. También demócrata y católico, Joseph Patrick Kennedy fue embajador en el Reino Unido entre 1938 y 1940, un periodo clave en los acontecimientos futuros de la Segunda Guerra Mundial. También formó parte, en los años de 1930 y bajo la presidencia de Franklin D. Roosevelt, de las comisiones de Seguridad y Marítima.
Durante la Segunda Guerra Mundial la futura dinastía Kennedy sufrió un duro golpe con la muerte en combate de Joseph Patrick Jr, el primogénito de la saga y nieto del primer Kennedy metido en política. Así se inició una historia de tragedias que convirtió a los Kennedy en los residentes de una imaginaria Camelot, la de la dinastía maldita del rey Arturo.
El segundo hijo varón de Joseph Patrick Kennedy, John, fue senador por Massachussets y logró ocupar el cargo de presidente de EE.UU. De su trágica muerte en Dallas el 22 de noviembre de 1963 se ha escrito —y se ha especulado— mucho. Su hermano menor Robert, Fiscal General en tiempos de JFK, parecía tener cerrada la nominación demócrata en 1968 hasta que, como su hermano, fue asesinado. Un tercer hermano, Edward Ted Kennedy, quiso aspirar a la nominación presidencial en 1980, pero el incidente de Chappaquidick —una mujer murió tras accidentarse su coche, sin que Ted prestase ayuda— enterró sus posibilidades. Edward, eso sí, fue el más longevo en política de la dinastía. Como senador por Massachusetts entre 1962 y 2009, se convirtió en el ejemplo de servidor público demócrata.
La muerte de John John Kennedy, hijo de JFK, en un accidente de aviación en 1999, cuando su nombre comenzaba a sonar como la esperanza demócrata en la sucesión de Clinton puso un punto y aparte de 25 años en la saga política de los Kennedy y de Camelot. Como todo Arturo necesita su Morgana, en 2024 saltó al gran ruedo político Robert Kennedy Jr, hijo de Bobby Kennedy asesinado en 1968. Demócrata hasta 2023, se hizo independiente y se acercó a Donald Trump. A pesar de ser antivacunas y partidario de teorías sanitarias acientíficas —o quizá por ello—, Robert Kennedy Jr. es hoy en Secretario de Salud de la administración Trump. 140 años después, el bisnieto de PJ Kennedy es percibido por los demócratas como un virus en el corazón de Camelot.

Bush padre e hijo, en unan foto de 2010.
Los Bush, una saga sin prensa pero con éxito
La réplica conservadora a los liberales —en el sentido noble del término— la dieron los Bush. El primero de ellos en entrar en política fue Prescott Bush, senador por Connecticut entre 1952 y 1963. Con una carrera política en paralelo a la de Dwight Eisenhower —y por tanto, a la de su vicepresidente Richard Nixon—, su saga tuvo más acierto, o quizá solo más suerte que la Kennedy.
La cercanía con Nixon allanó el camino de su hijo George H.W. Bush. Tras hacerse con un asiento en el Congreso representando a Texas, Nixon le nombró embajador estadounidense ante la ONU en 1971, cargo que ocupó hasta la llegada de Jimmy Carter en 1977. El estallido del Watergate le atrapó como miembro de la Convención Nacional Republicana. En un inicio defendió a Nixon, pero la acumulación de pruebas movió su postura a la de simple defensor de los republicanos. Tras tres años fuera de la primera línea política, en 1980 fue recuperado por Ronald Reagan. Reagan, gobernador de California entre 1967 y 1975, necesitaba un hombre de partido para fijar su candidatura, un tanto heterodoxa por su pasado como actor. Fue presidente entre 1981 y 1989, con George H. W. Bush como su vicepresidente y heredero.
Asociada a los Kennedy
Los Stevenson, una dinastía menor
Desde 1875 hasta 1981 los Stevenson ocuparon cargos públicos en Estados Unidos, pero no se establecieron como una dinastía. Los tres varones Stevenson, abuelo, padre e hijo, compartieron nombre, Adlai, y siempre merodearon el poder, sin detentarlo. Adlai I fue congresista y también vicepresidente con Grover Cleveland, el mandatario cercano al patriarca Kennedy. Su hijo Adlai II gobernó Illinois y fue, como lo sería George W. H. Bush, embajador de Estados Unidos en Naciones Unidas. Su acción durante la crisis de los misiles, con Kennedy de presidente, cuando mostró en la ONU fotografías de misiles nucleares soviéticos instalados en Cuba, fue el punto álgido de la saga. Adlai III fue representante de Illinois en el Senado de 1970 a 1981. Aunque intentó hacer carrera mayor en 1976, aspirando a la candidatura demócrata, al menos como vicepresidente, pero Jimmy Carter prefirió a Walter Mondale. El tercero de la saga intentó volver al cargo de Gobernador de Illinois en 1982 y 1986, pero no convenció a los electores. En ese punto, dejó la política.
Bush padre —lo que permite adivinar que habrá un Bush hijo— fue un presidente de un solo término. Algo relativamente infrecuente, como relativamente infrecuente fue la victoria republicana en 1988: por primera vez desde FDR uno de los dos partidos gobernaría durante tres legislaturas consecutivas. Precisamente una dinastía menor, la de los Perot, robó los votos que Bush necesitaba para cerrar el paso a otra legislatura.
No obstante, solo pasaron ocho años hasta que un Bush, George W., nieto del fundador de la dinastía y con cinco años de experiencia como Gobernador de Texas (1995-2000), volvió a aspirar a la presidencia. Una muy polémica victoria en 2000 ante Al Gore, impugnada hasta la saciedad, y un triunfo más amplio en 2004 permitieron al tercer Bush en política superar a su padre y estas ocho años de la Casa Blanca, no exentos de envites y polémica.
Y cuando la saga parecía que continuaría de la mano de Jebb, hermano de George W. y nieto del fundador de la saga, un huracán naranja llamado Donald Trump rompió todas las piezas del tablero.

Hillary y Bill Clinton, en la jornada de votación de las presidenciales de 2016.
Los Clinton, una versión viable de los Kennedy
Desde la muerte de los hermanos Kennedy y la frustración de la presidencia de Jimmy Carter, el partido demócrata buscaba a un candidato sólido y lo encontró, en 1992, en la figura del Gobernador de Arkansas Bill Clinton, que ganó la presidencia ese año a George Bush padre con la ayuda, ya mencionada, de los votos que le robó a este el ultraconservador Ross Perot.
Las comparaciones entre Bill Clinton y JFK en su momento fueron incontables. Por apariencia y energía, por edad (Clinton accedió al cargo con 46 años; Kennedy, con 43), por demócratas. El empuje económico permitió a Clinton cerrar dos ciclos en la Casa Blanca a pesar de escándalos de faldas, algo que le apareja con JFK, pero sin la discreción del fallecido presidente. Dichos escándalos dificultaron pero no impidieron el crecimiento político de su esposa, Hillary Clinton, una primera dama tan activa que se vio obligada a cocinar galletas para que el mundo de principios de los 1990 se convenciera de su feminidad.
En el mismo 2001 en que los Clinton dejaron la Casa Blanca, Hillary optó y ganó un asiento en el Senado de EE.UU. por Nueva York. Compitió por la nominación demócrata en 2008, pero tuvo que dejar paso a un Barack Obama que reconoció su talento haciéndola Secretaria de Estado. En 2016, sin impedimentos de por medio, se convirtió en la primera mujer nominada a la presidencia de EE.UU., cosa que la revolución conservadora de Donald Trump evitó, poniendo fin a la saga de los Clinton. Su hija Chelsea, aunque participa de la vida pública con su propio podcast, nunca ha parecido interesada en la política.

Los Trump, en formación frente a la Casa Blanca.
Realeza implícita
¿Vive Estados Unidos en un periodo que se acerca los tres cuartos de siglo con similaridades, incruentas, a una Guerra de las Rosas? Véalo el lector de esta manera: entre 1952 y hasta 2004, solo en 1964 y 1976 no hubo un Nixon, un Bush, un Kennedy o un Clinton en el ticket electoral, republicano o demócrata.
La consolidación de esta realeza implícita dependerá del mayor de los hijos de Trump, Donald Jr. Mientras su padre, cuyo nombre ha estado en el ticket republicano en 2016, 202 y 2024, especulaba con un tercer mandato vetado por la Constitución, el mayor de los herederos de Trump no cerraba la puerta a aspirar a la presidencia en 2028. Si la consiguiera, sería el primer caso de transferencia de poder paternofilial en EE.UU. Queda mucho por llover y suceder pero, hoy y ahora, todo lo que suena a ficción tiene un punto de creíble.