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Eric Storm, historiador experto en nacionalismos: “Los populistas de derechas movilizan las ansiedades de los jóvenes con el discurso de que quieren defender la nación de las amenazas externas”

Entrevista

Profesor de Historia Contemporánea en Leiden, Storm quiere dejar claro que el nacionalismo no es innato ni inevitable, sino una construcción sociopolítica que surge históricamente en condiciones específicas

El historiador holandés Eric Storm, autor de ‘Nacionalismo. Una historia mundial’ (Crítica)

Foto: © Arash Nikkah

El holandés Eric Storm es uno de los grandes historiadores del nacionalismo, tras investigarlo durante veinte años. Su interés surgió –cuenta en Nacionalismo. Una historia mundial (Crítica)– cuando estudiaba la conmemoración de los trescientos años de la publicación del Quijote. El tricentenario fue celebrado por todo lo alto en España en 1905, con el objetivo de volver a unir a la nación tras la humillante derrota contra EE. UU. en la guerra de Cuba. “Me sorprendió la cantidad de esfuerzo y dinero que se gastó para conmemorar un libro sobre un héroe ficticio que lucha contra molinos de viento”, explica Storm.

La cuestión es que el nacionalismo ultraconservador está en auge. Viktor Orbán ganó las elecciones en Hungría en 2010, Narendra Modi en India en 2014, Rodrigo Duterte en Filipinas en 2016, Donald Trump en Estados Unidos en 2016, Jair Bolsonaro en Brasil en 2018… Mientras tanto, el Reino Unido votó en el referéndum del Brexit a favor de abandonar la Unión Europea para “recuperar el control”, restringir la inmigración y “proteger la identidad nacional británica”. Es curioso, apunta Storm, “que esta ola nacionalista se esté produciendo casi simultáneamente”.

Donald Trump durante la última campaña presidencial

WILL OLIVER / EFE

Uno de los temas más llamativos que aborda este profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Leiden (Países Bajos), que estudió dos años y medio en Salamanca, es lo que califica de “nacionalismo banal y cotidiano”, es decir, cómo muchos países procedieron a finales del siglo XIX a nacionalizar desde los tablaos de flamenco hasta la cocina, sin olvidar la arquitectura (teatros nacionales y monumentos “históricos”) y la naturaleza (creación de parques nacionales).

¿Qué le ha llevado a escribir una historia mundial del nacionalismo?

Básicamente, que no la había. Hay un libro parecido escrito por un experto en Ciencias Políticas que describe los sentimientos nacionalistas desde hace 6.000 años. En opinión de este experto, llevamos el nacionalismo en los genes, es decir, es como si estuviéramos predeterminados a convertirnos en nacionalistas. Pero el mensaje de este libro me molestaba muchísimo. Y también la falta de sensibilidad histórica. Es como si nuestros antepasados pensaran y actuaran de la misma forma que lo hacemos nosotros en el siglo XXI, cuando no es en absoluto así.

Otro de mis incentivos fue que hace unos diez años abrimos en la Universidad de Leiden nuevos programas y carreras en inglés para estudiantes procedentes de distintas partes del mundo. Gracias a los trabajos de los estudiantes, descubrí que el nacionalismo en América del Sur, en la India o África es muy similar al nacionalismo europeo.

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Todo ello me ha llevado a escribir una historia mundial del nacionalismo, en lugar de hacerlo por países o continentes, como si cada caso fuera único. En realidad, hay más similitudes que diferencias entre los nacionalismos. Pero quiero dejar claro que el nacionalismo no es algo que llevemos en los genes, sino una construcción cultural.

Tras veinte años estudiando al nacionalismo, sus postulados habrán evolucionado. ¿Qué hay de nuevo en el nacionalismo?

Lo que salta más a la vista es el auge del nacionalismo populista de derechas. Hablo de Trump, de Modi, de Abascal, de Le Pen… Este tipo de nacionalismo está más fuerte que nunca. En el fondo, todos los políticos son nacionalistas, incluso los de izquierda, porque defienden los intereses de la patria. Pero lo que hay son dos tipos de nacionalismo. El primero define a la nación por su cultura y lengua, incluso por sus raíces étnicas. Pero hay un segundo tipo que entiende a la nación como una comunidad de ciudadanos y que es más abierto y tolerante. Hay varias clases de nacionalismos que compiten entre ellos, aunque el que está claramente en ascenso es el nacionalismo ultraliberal de derechas.

El primer ministro indio, Narendra Modi, en una vista a la Casa Blanca en febrero de 2025

Europa Press/Contacto/White House / Europa Press

Sorprende que escriba que el papel de los activistas nacionalistas, por muy numerosos que sean, está sobrevalorado…

Cuando en algún lugar del mundo se intenta crear un nuevo estado independiente, lo que hacen los estudiosos es fijarse en los activistas nacionalistas. Sin embargo, la experiencia demuestra que, aunque los partidarios de la independencia sean muchos, para lograrla es imprescindible una ventana de oportunidad internacional, como concluye el sociólogo Andreas Wimmer en Waves of War, un libro donde utiliza el big data y un sofisticado análisis estadístico.

Según Wimmer, factores internos como la fuerza del movimiento independentista –o la modernización socioeconómica– tuvieron, en el mejor de los casos, un impacto modesto. Los países que consiguieron independizarse aprovecharon una inestabilidad geopolítica generalizada o cambios sustanciales en el panorama internacional.

La última ventana de oportunidad que hubo fue tras la caída del muro de Berlín en 1989, cuando la disolución de la antigua URSS propició que aparecieran nuevos países, la desintegración de Yugoslavia o que Checoslovaquia se partiera en dos. Sin esta ventana, es casi imposible independizarse, como se pudo ver clarísimamente con el referéndum de Catalunya de 2017.

¿Cree que este movimiento pendular, que explica que suele acontecer más o menos cada cincuenta años, seguirá ocurriendo en el futuro?

El año 1989, la caída del muro de Berlín fue clave. Ahora estamos abriendo una nueva etapa con los nacionalismos ultraliberales. Pienso que ha habido un cambio muy brusco desde la elección de Donald Trump, como consecuencia, en parte, del crac financiero de 2008. Pero estoy de acuerdo con que no va a haber una vuelta atrás en esta nueva etapa que hemos abierto con Trump.

Guardias de la Alemania Oriental ante una parte del muro de Berlín caído

Propias

La tendencia es que volvamos a ser dominados por imperios. Hay tendencias imperialistas en China, Rusia, Estados Unidos y también en Israel. Parece que la ley del más fuerte será la que determine la geopolítica del futuro. El derecho internacional y las instituciones internacionales, en cambio, cada vez cuentan menos. Pero todavía es muy incierto saber cómo cambiaremos en el futuro.

¿Cuál sería su resumen de los nuevos vientos nacionalistas que soplan por EE. UU., Italia o la propia España? ¿Los nacionalistas de estos países tienen ideas muy diferentes a las de los nacionalistas que todavía no tienen un estado, o su argumentario es básicamente el mismo?

Bueno…, es una pregunta complicada. Creo que el nacionalismo catalán, al igual que el escocés o el kurdo, estuvieron dominados por ideas progresistas. Era un tipo de nacionalismo tolerante y no excluyente que se presentaba como moderno y avanzado. Pero estos nacionalismos tienen también la idea de que el mundo está dividido en naciones y que cada una de ellas tiene su propia cultura y su propio idioma, por lo que tienen derecho a un estado propio. 

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En este punto se parecen a los nacionalismos de derechas. Es decir, hay algunas diferencias, pero también semejanzas, como, por ejemplo, el discurso antiinmigratorio de una parte del independentismo catalán.

¿Por qué el nacionalismo de derechas tiene tanto éxito hoy día?

Hay un tema generacional. Las generaciones que guardaban todavía un recuerdo vívido de la II Guerra Mundial, el racismo indisimulado, el antisemitismo o la guerra civil española están desapareciendo, por lo que estamos perdiendo la memoria directa de estos horrores. Las nuevas generaciones han crecido en un mundo en el que los estados nación les parecen algo evidente y casi natural.

A estos jóvenes, defender los intereses de la nación les parece algo completamente lógico. Pero, debido a la inseguridad que ha generado en algunos aspectos la mundialización, las nuevas generaciones no se encuentran cómodas, algo que aprovechan los populistas de derechas para movilizar las ansiedades de los jóvenes con el discurso de que su intención es defender la nación frente a las amenazas que vienen fuera.

Eric Storm en la presentación del libro en Madrid

Foto: © Elif Kirankaya

Las redes sociales están ayudando muchísimo a los nacionalistas exaltados de derechas a crear este estado de ánimo, pero también los medios de comunicación comerciales (la Fox News en Estados Unidos sería un ejemplo claro), pues cada vez hay menos expertos en los platós de televisión y más tertulianos que lanzan sus opiniones.

Estos opinadores no reivindican generalmente la racionalidad y las mejores medidas, sino que apelan al sentimiento y al sensacionalismo. En cambio, las soluciones razonables no atraen a las nuevas generaciones. Todo ello ha creado un caldo de cultivo favorable al nacionalismo de derechas.

Incluso sus compatriotas, los holandeses, que tradicionalmente se percibían como cosmopolitas y trotamundos, parecen rendidos al tipo de nacionalismo que propone la ultraderecha. ¿Qué explicación encuentra a que en pueblos históricamente acostumbrados a ganarse la vida en otros lugares (como los holandeses y españoles) pueda catapultarse en las urnas el chovinismo más excluyente?

La explicación, seguramente, es similar a la que podría hacerse en aquellos países en los que triunfa la ultraderecha: la influencia de las redes sociales, el estar volviéndonos cada vez más individualistas y menos empáticos, la búsqueda de soluciones fáciles para problemas complejos como si el mundo fuera un videojuego... Culpar a los extranjeros de lo que está pasando es mucho más fácil que afrontar el cambio climático o intentar mejorar el Estado de bienestar.

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Es llamativo el énfasis que pone en su libro en las formas más banales de nacionalismo…

Originariamente, pensaba titular mi libro “La nacionalización del pueblo”. Lo que quería enseñar es que el nacionalismo, es decir, el mundo dividido en estados nación, cada cual con su propia cultura e identidad, es algo que damos por supuesto, aunque se trate de un fenómeno bastante reciente. La imagen más típica, quizá, es la de un mapamundi donde cada país tiene su propio color. En teoría, parece como si cada uno de estos países tuviera una cultura única y homogénea, diferente a la de los demás, incluso en su vida diaria.

Esto era lo que me interesaba investigar: la influencia de las ideas nacionalistas en el turismo, el folklore, las exposiciones universales, la gastronomía típica, los bailes, la arquitectura, el paisaje…. La imagen de Holanda, por ejemplo, son los pueblos pesqueros y los tulipanes, aunque ello no tenga nada que ver con nuestra vida diaria.

El historiador Eric Hobsbawm (1917-2012) en un acto en Girona en 2008

Propias

En su libro desliza el término “comunidades imaginadas”, acuñado por Benedict Anderson.

A principios de los ochenta, Benedict Anderson y Eric Hobsbawm definían a las naciones como “construcciones sociales” basadas en “tradiciones inventadas”. En un primer momento se barajó la lengua como el origen de naciones como Francia, aunque antes de la formación de muchos estados nación la identidad social era mucho más importante que la territorial. Y lo mismo la identidad religiosa, es decir, si se era católico, protestante, judío o musulmán. Incluso en el siglo XIX hubo mucha resistencia contra los nuevos estados nación, por la obligatoriedad del servicio militar y, también, por el aumento que hubo en los impuestos para sufragar a estos ejércitos tan grandes.

Por eso, muchos campesinos huían o se automutilaban para escapar del servicio militar que se instauró para defender la patria. En muchos lugares de Europa, se procedió a nacionalizar a las masas porque la gente en el campo prefería el Antiguo Régimen.

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Sorprende que Internet, en lugar de conducir a una aldea global y promover la empatía con otros pueblos, haya avivado los sentimientos nacionalistas, el proteccionismo y la xenofobia. ¿Por qué?

Las empresas tecnológicas pretenden que pasemos el máximo de tiempo posible en redes sociales como Instagram, Facebook o Tiktok para poder ganar más dinero con los anuncios. Para mantenernos enganchados, juegan con nuestras emociones. También crean burbujas informativas para que algunos grupos de personas compartan las mismas ideas, gracias a los algoritmos. Esto fomenta la radicalización y la polarización, además de provocar que la gente casi ya ni hable entre sí sobre algunos temas.

Apunta al final del libro que queda por ver si las tendencias proteccionistas se acentuarán en los próximos años o si los ciudadanos se hartarán de los nuevos nacionalismos ultraliberales y de derechas, percibiendo que lo único que hacen es enfrentar a las personas mientras los problemas urgentes siguen sin resolverse. ¿Es usted optimista sobre este asunto?

Me estoy haciendo más pesimista. Lo que veo es que vamos hacia una mayor polarización. Pero nunca se sabe: no hay que perder la esperanza. Igual Trump nos ayuda a cambiar de rumbo y acabamos uniendo nuestras fuerzas contra el cambio climático para que no haya tantos incendios como ha habido este verano en España. 

Lo ideal sería poder luchar juntos contra los problemas que son de verdad importantes, pero en el fondo soy pesimista, porque las redes sociales y los medios de comunicación comerciales lo que fomentan es que hablemos de identidades nacionales, en lugar de resolver asuntos como la vivienda, el incremento del coste de la vida y el cambio climático. Pero estos temas les parecen muy aburridos a las redes. Las empresas tecnológicas prefieren que hablemos de otras cosas en lugar de intentar mejorar el mundo.