Helen Levitt cartografía el alma de Nueva York en el KBr

Fotografía

Cuando no se habían inventado los móviles, los niños jugaban en la calle, y allí estuvo Levitt para registrar ese milagro. El Centro de Fotografía KBr de Fundación MAPFRE en Barcelona le rinde homenaje

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1940

Helen Levitt. Detalle de ‘Nueva York’, c. 1940

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

A Helen Levitt (1913-2009) le gustaba mirar. De pequeña, esta oriunda de Brooklyn contaba los días que restaban hasta el sábado para vibrar en la oscuridad de una sala de cine con los gags de Charles Chaplin, las acrobacias de Buster Keaton o las aventuras de Pearl White. La vida, siempre lo supo, estaba entre los vagabundos y los niños que esquivaban los tranvías o se aupaban a sus estribos.

A los veintiún años se compró su primera cámara, una Voigtländer de segunda mano. Era la época del New Deal de Roosevelt, un rayo de esperanza para un país que había naufragado tras el crac del 29. A través de su objetivo, la joven captó las horas muertas de los barrios obreros y el trajín de los trotacalles. Otros fotógrafos y documentalistas, simpatizantes de la izquierda como ella, habían fundado la New York Film and Photo League, y en una de sus reuniones, Levitt conoció a un joven que apuntaba maneras, Henri Cartier-Bresson, recién llegado de un viaje por México. “Me hizo ser ambiciosa”, dijo de él.

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1939

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1939

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

Animada por su ejemplo, se compró una Leica III, y compaginó su vocación artística con las clases a menores en una escuela de East Harlem. A juzgar por ese trabajo y, sobre todo, por sus fotos, cualquiera pensaría que le encantaban los niños, pero no, o “no más que a cualquier persona”, como enfatizó en una entrevista para la revista New Yorker en 2001: “Sencillamente, estaban en la calle”. Esa fue su verdadera vocación, patear los barrios de Spanish Harlem, el Lower East Side, Hell’s Kitchen, East Bronx o Brooklyn, con su mezcla de latinos, negros y gitanos, en busca de un rostro, una mirada, un gesto.

Naturalmente, en esa búsqueda no estaba sola. Admiradora del trabajo de Walker Evans, que ya había puesto imágenes a los textos del novelista James Agee en Elogiemos ahora a hombres famosos, se decidió a presentarle una selección de sus fotografías. Fue el principio de una hermosa amistad, cuajada de buenos consejos, y también de un breve romance. Evans la introdujo en su círculo, y con sus nuevos compinches –el citado Agee y la pintora y cineasta Janice Loeb– acabaría rodando un cortometraje documental, In the street (1948), que comenzaba con esta cita: “Las calles de los barrios pobres de las grandes ciudades son, por encima de todo, un teatro y un campo de batalla”, metáfora que podría acompañar a cualquiera de sus instantáneas.

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1939

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1939

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

La fotógrafa gastó muchas suelas de zapatos para contar el tiempo perdido y recobrado de los habitantes de la ciudad que nunca duerme. Nueva York fue, en efecto, el principal escenario de sus andanzas, y cuando uno mira una fotografía de Levitt, parece escuchar las bocinas de los vehículos, el murmullo de los ríos, el chischás de las espadas de juguete de los niños o el rasguear de sus tizas sobre el suelo, una de sus primeras fijaciones. Todo le resultaba interesante.

Viaje a México

Aun así, hubo un momento en que la Gran Manzana se le quedó pequeña y buscó otros estímulos. Siguiendo los pasos de su primer mentor, cruzó la frontera hacia México, y a lo largo de cinco meses de 1941 recorrió la capital del país y sus alrededores. En enero del año siguiente publicó seis fotografías sobre su experiencia en el periódico PM’s Weekly, y la crítica advirtió el viraje: frente a la nostalgia y la alegría de Nueva York, a veces forzada o camuflada bajo una máscara de Halloween, frente a su indolencia y su espíritu lúdico, su mirada se había clavado en la indigencia y la amargura de sus huéspedes mexicanos. Tras regresar a su “zona de confort”, ya no volvió a salir de ella, pese a sus sueños recurrentes de conocer algún día París.

Helen Levitt. ‘Ciudad de México’, 1941

Helen Levitt. ‘Ciudad de México’, 1941

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

Profeta en su tierra, el Museo de Arte Moderno (MoMA) no tardó en abrirle sus puertas. Ya en 1940 expuso su primera fotografía –tres niños enmascarados en una escalinata–, dentro de la muestra colectiva “Sixty Photographs: A Survey of Camera Esthetics”. Tres años después, la misma institución le consagró una exposición individual, “Helen Levitt: Photographs of Children”, que incluía cincuenta y seis fotografías de niños tomadas tanto en Nueva York como en México. Y en 1946 su amigo James Agee le dedicó el ensayo introductorio de A way of seeing. Photographs of New York, que no vería la luz hasta 1965.

¿Fue tal vez un reconocimiento prematuro? En absoluto. Basta con ojear los pies de foto de este artículo para constatar que su trabajo más reseñable data, precisamente, de esa primera etapa. “En un extraordinario período de cinco años, entre 1938 y 1942, Levitt realizó la mayoría de las imágenes que la hicieron famosa”, explica Joshua Chuang, comisario de la muestra del Centro de Fotografía KBr de Barcelona. 

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1945

Helen Levitt. ‘Nueva York’, c. 1945

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

No es que con los años perdiera el toque lírico ni la ternura para retratar la ambigua realidad del mundo que la rodeaba, sino que, interesada en otras disciplinas, no le importó aparcar la cámara durante largas temporadas. Si hubiese sabido dibujar, es posible que se hubiera dedicado a ese arte, y, de hecho, en los años cincuenta estudió pintura en Provincetown y Nueva York. Tampoco descuidó su pasión por el cine, que, al fin y al cabo, había dado forma a su imaginación, trabajando como montadora o responsable de fotografía en diversos documentales, caracterizados todos por su compromiso social.

Bajo tierra

En 1959, una beca Guggenheim le devolvió a la senda del octavo arte, solo que en esta ocasión echó a andar con el ánimo de experimentar con el color. Su segunda “casa”, el MoMA, exhibió esa labor en un pase ininterrumpido de diapositivas, ensalzadas por su capacidad expresiva.

Helen Levitt. ‘Nueva York’, 1971

Helen Levitt. ‘Nueva York’, 1971

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

Y de nuevo en marcha, esta flâneuse de Nueva York bajó los escalones del cuarto piso de su casa en Greenwich Village para descender otras tantas escaleras hasta el metro, un palpitante decorado que ya había sondeado en su juventud junto a Walker Evans. Los pasajeros –parejas, familias o seres solitarios– se prestaron a su discreto escrutinio, ya fuera en los vagones o en los andenes, de pie o sentados, y, sin ser conscientes de ello, le ayudaron a cerrar el círculo.

Helen Levitt. ‘Nueva York’, 1975

Helen Levitt. ‘Nueva York’, 1975

© Film Documents LLC, courtesy Zander Galerie, Cologne

Helen Levitt vivió lo suficiente para asimilar el valor de su legado: monografías como Crosstown (2001), exposiciones, premios y el aplauso de sus seguidores… y seguidoras, como Mary Ellen Mark, Martha Cooper o Meryl Meisler. Feminista convencida, siempre se había identificado con las mujeres que le devolvían la mirada, buscaban una epifanía en las calles, igual que ella, o trabajaban, cuidaban de los suyos y se enamoraban. “Para Levitt –apunta la historiadora del arte Elizabeth Gand–, todas las mujeres eran dignas de ser miradas”.

El Centro de Fotografía KBr de Fundación MAPFRE en Barcelona nos concede ese privilegio hasta el 1 de febrero de 2026 en una muestra que incluye 220 fotografías –algunas de ellas inéditas– y que más adelante recalará en la sede de Madrid.

Cargando siguiente contenido...