En agosto de 1835, el periódico neoyorquino The Sun publicó un artículo que se hacía eco de un extraordinario descubrimiento. Gracias al trabajo realizado en un observatorio del cabo de Buena Esperanza, el famoso astrónomo sir John Herschel había descubierto toda una civilización –paisajes, edificios y numerosas formas de vida– en la Luna.
La noticia se extendía en amplios detalles técnicos, mezclando realidad y fantasía, mucha fantasía. Herschel estaba realmente en Sudáfrica, realizando observaciones para completar el catálogo de las estrellas del hemisferio sur que había empezado su padre.
Pero el telescopio descrito en el artículo no solo era ficticio, sino impracticable. Se le atribuía una lente colosal de siete metros de diámetro y otras tantas toneladas de peso. La mayor jamás producida es la que aún equipa al telescopio del observatorio Yerkes (EE. UU.), de justo un metro de diámetro. Y su fabricación aún tardaría medio siglo.
Se publicaron seis entregas, sin firma, atribuidas más tarde a un periodista del diario llamado Richard Locke. La primera mantenía un tono relativamente moderado. Hablaba del descubrimiento de playas y rastros de vegetación en la Luna. Y también lo que parecían restos de pirámides o quizá edificios.
Ilustración del artículo del 26 de agosto de 1835
En el siguiente capítulo la imaginación de Locke empezó a desbordarse. Primero fueron grandes bisontes paciendo a la sombra de tupidos bosques, y ríos que se desplomaban en espectaculares cataratas. Luego añadió rebaños de renos y cebras, eso sí, del tamaño de perros, y castores que habían aprendido a caminar sobre sus patas traseras y llevaban a sus crías en brazos.
En la tercera entrega aparecieron unicornios azules y hasta una raza de humanos en miniatura provistos de alas membranosas que les permitían volar. Para darle más realismo al invento, se les llegó a asignar nombre científico, como si fuese una nueva especie: Vespertilio homo, o sea, “Hombre murciélago”.
Entretenimiento sin freno
The Sun era el primer periódico representante de la nueva penny press (prensa de 1 penique). Era una publicación muy barata y dirigida al público en general, que no accedía a la prensa tradicional (cuyos ejemplares costaban seis veces más). No pretendía crear opinión ni analizar noticias con seriedad; simplemente entretener. Y ampliar la circulación cuanto fuera posible sin reparar en minucias como la veracidad de lo publicado.
El público de The Sun acogió la noticia con entusiasmo (y las ventas se multiplicaron). De la noche a la mañana había otra humanidad en la Luna. Y podía comprobarse sin más que mirar por un telescopio adecuado, como había hecho, sin grandes dificultades, aquel astrónomo inglés. Quién iba a dudar de la palabra de un científico tan reputado.
Los artículos originales pronto fueron reproducidos por la prensa europea, con lo que alcanzaron todavía más difusión. The Sun ya había publicado una litografía que ilustraba el supuesto paisaje lunar y sus habitantes, pero en Italia algún periódico decidió mejorarla, recurriendo a un artista napolitano llamado Leopoldo Galluzzo. El resultado fue una serie de estampas que mostraban, con todo detalle, la fauna selenita. Y también, claro, los “hombres murciélago”. Cosecharon un éxito rotundo.
Poe se cabrea
Herschel regresó a Inglaterra tres años después. Al enterarse de su “descubrimiento” se lo tomó con una buena dosis de humor británico. Pero hubo otro personaje a quien la farsa no le hizo tanta gracia: un joven periodista llamado Edgar Allan Poe.
Desde agosto de 1835, el mismo mes en que apareció la superchería de The Sun, Poe estaba contratado como ayudante del editor del Southern Literary Messenger, una revista de reciente creación. Tan solo dos meses antes, había publicado allí mismo un cuento corto titulado “La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall”. No tuvo mucha repercusión, pero hoy se lo considera uno de los precursores de la moderna ciencia ficción.
Retrato de Edgar Allan Poe
Poe había redactado su historia como si fuese una noticia reciente. Fechada en Rotterdam, habla de la llegada de un extraño globo tripulado por un ser no menos extraño, que entrega al burgomaestre un mensaje manuscrito de un vecino, el tal Hans Pfaall, desaparecido pocos días atrás.
En el escrito Pfaall se presenta como un reparador de fuelles acosado por las deudas. Su negocio se ha venido abajo al descubrir sus clientes que pueden sustituir los sopladores que alimentan sus fuegos con simples abanicos hechos de papel de diario.
En su desesperación, el protagonista planea escapar de sus acreedores construyendo un globo revolucionario y un dispositivo que comprime el vacío para conseguir aire respirable que le permita alcanzar grandes alturas. Durante el despegue, una explosión –nada accidental– acaba con varios prestamistas que, confiados en recuperar su dinero, le habían ayudado en la fabricación del aerostato.
Pfaall se eleva y tras diecinueve días de viaje llega nada menos que a la Luna. Explica en detalle el trayecto, la vista de la Tierra desde lo alto y una sucinta descripción del paisaje lunar, pero retiene la mayor parte de información. Confía que ese conocimiento le ayudará a negociar un indulto por sus crímenes, indulto que al final será acordado. Por desgracia, para entonces el globo y su ocupante –un selenita– han desaparecido y ya nada vuelve a saberse del protagonista.
Ilustración de Yan Dargent para 'La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall'
En una coletilla final redactada con imperturbable seriedad, Poe sugiere algunas inconsistencias en el relato: que el globo estaba hecho con papel de viejos diarios impresos en Rotterdam, que unos hombres muy parecidos a Pfaall y sus codiciosos acreedores habían sido vistos emborrachándose en una taberna de los suburbios y que un conocido malabarista enano y desorejado –cuyo aspecto bien podía confundirse con el de un extraterrestre– había desaparecido de su casa en la vecina ciudad de Brujas… Que no era más que una broma o un engaño a los astrónomos de Rotterdam, vaya.
La narración está escrita tratando de darle la máxima credibilidad, según los conocimientos científicos aceptados entonces. A mediados del XIX, el globo era el único medio que permitía desplazarse por el aire, así que la opinión general confiaba en que algún día tal vez evolucionaría para alcanzar a mayores alturas, quizá hasta la misma Luna. Multitud de grabados de la época muestran los más descabellados inventos de dirigibles portadores de naves o enormes casas-palacio ocupadas por docenas de pasajeros.
Poe interpretó que la publicación de los fantasiosos artículos de The Sun destruía su intento de que la odisea de Pfaall resultase creíble. Muchos lectores habían quedado fascinados por el “descubrimiento” de habitantes en la Luna, así que el simple relato del viaje en globo perdía atractivo. En especial porque el protagonista se reservaba los detalles de aquel mundo. Eran mucho más fascinantes los unicornios y los castores bípedos que ofrecía The Sun.
Contraataque en ‘The Sun’
Años más tarde, Poe se tomó cierta revancha. Escribió otro cuento de ficción científica, “El engaño del globo” que describe la primera travesía del Atlántico en globo. Una hazaña accidental, porque la intención de los protagonistas solo era despegar desde Gales para cruzar el canal de la Mancha y llegar hasta París. Fue un ventarrón imprevisto el que les llevó hacia el este, hasta aterrizar en la costa de Carolina del Sur.
El cuento, de apenas cuatro páginas, abunda en detalles técnicos: el tamaño y construcción del globo, el uso de gas de alumbrado en lugar de hidrógeno “mucho más caro”, el motor, la hélice de propulsión y la instrumentación de la barquilla, que incluía, además de barómetros y telescopios, “un calentador de café que funciona por medio de cal viva, evitando así el peligroso uso del fuego”.
Tanta atención al detalle hacía más creíble la historia. Esa era la intención de Poe cuando lo envió para publicar nada menos que al propio The Sun. Y se hizo con el mismo alarde tipográfico que se diera en su momento al “descubrimiento” de los unicornios: “¡Asombrosas noticias vía Norfolk! ¡Travesía del Atlántico en tres días! ¡Extraordinario triunfo de la máquina volante del señor Manson!”.
Los habitantes de la Luna, según una ilustración publicada en 1836
En palabras del autor: “La conmoción producida y el arrebato del ‘único diario que traía las noticias’ fue más allá de lo prodigioso; a decir verdad, si el Victoria –el nombre del ficticio globo– NO efectuó el viaje reseñado (como aseguran algunos), sería difícil encontrar razones que le hubieran impedido llevarlo a cabo”.
La obsesión de presentar escenarios plausibles ayudó a que la influencia de Poe se extendiese a muchos autores posteriores. El propio Verne, en el primer capítulo de De la Tierra a la Luna, menciona la aventura de Hans Pfaall. Y casi un siglo después la verosimilitud de que hacía gala tendría un digno continuador en Orson Welles y su convincente recreación de La guerra de los mundos.



