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Por qué quiere Trump desmontar el transbordador Discovery y llevarlo a Texas

Caprichos absurdos

La ‘Big Beautiful Bill’ impulsada por el presidente pretende sacar del Smithsonian el transbordador más histórico de la NASA. El problema, además del coste, es que para ello habrá que trocearlo

El transbordador espacial Discovery en instalaciones del Instituto Smithsonian en 2017

Sanjay Acharya / CC BY-SA 4.0

El transbordador espacial de la NASA dejó de volar en julio de 2011. Había estado en servicio durante 30 años, con un historial en el que coexistían grandes éxitos (el lanzamiento del telescopio Hubble y la construcción de la Estación Espacial Internacional, entre otros) con trágicos fracasos (se perdieron dos naves con todas sus tripulaciones: el Challenger, en 1986, y el Columbia, en 2003). En general, el Shuttle no había respondido como se esperaba a las esperanzas depositadas en él, y eso, junto con su demostrada peligrosidad, determinó su cancelación.

Al terminar oficialmente el programa, la NASA se quedó con una flota de cuatro transbordadores. Tres habían ido repetidas veces al espacio: Discovery, Atlantis y Endeavour. El cuarto, el Enterprise –bautizado así por insistencia de los fans de Star Trek–, solo se había utilizado en pruebas de planeo y no podía realizar vuelos orbitales.

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¿Qué hacer con semejante flota, que ya nunca más volaría? Pues cederla a museos, para satisfacer el interés del público por los asuntos. Muchas ciudades se interesaron por la oferta, pero solo había cuatro aparatos y hubo que repartir.

Como era tradicional, el Discovery fue a parar al famoso museo del espacio de Washington, que conserva piezas icónicas, incluido el módulo de mando del Apolo 11. Como por su tamaño no cabía en el edificio original del Mall, se le habilitó un hangar especial en el cercano aeropuerto de Baltimore, donde se exhiben docenas de aeronaves históricas, naves espaciales y aparatos que ilustran el desarrollo de la aviación. Allí estaba en compañía de aviones tan míticos como un SR-71 “Blackbird” o el auténtico B-29 “Enola Gay” que lanzó la bomba sobre Hiroshima.

El Atlantis fue a parar al Centro Espacial Kennedy. También una elección lógica. Desde aquí despegaron todos los transbordadores. El Endeavour se adjudicó al California Science Center, en Los Ángeles. Y el Enterprise, el que nunca llegó a volar, acabó en la cubierta de un portaviones abierto al público, amarrado en el puerto de Nueva York.

El transbordador Atlantis realiza su último aterrizaje en Cabo Cañaveral

Propias

Así se mantuvieron las cosas durante trece años. Los transbordadores se acomodaron en sus nuevas residencias y millones de personas pudieron admirar aquellas piezas de historia, definidas como “las máquinas más complicadas jamás construidas”. Pasaron los mandatos de tres presidentes: Obama, Trump, Biden… Y, en enero de este año, Trump inauguró su segundo periodo en la Casa Blanca.

No habían pasado ni seis meses cuando el nuevo presidente anunció su “Big Beautiful Bill”, la ley estrella del inicio de su mandato: exenciones fiscales para grandes corporaciones, recortes en programas sociales, incremento de gasto en defensa, control migratorio… Y, escondida en un rincón de sus 900 páginas, una partida de 85 millones de dólares para financiar el traslado del Discovery desde el Smithsonian a Houston.

Texas no tiene bastante

Esa decisión obedecía a la petición de los senadores tejanos John Cornyn y Ted Cruz. Era una antigua reivindicación, puesto que Houston se había ofrecido para acoger uno de los transbordadores, pero no resultó agraciada en el reparto. Quizá porque el centro de vuelos espaciales de esa ciudad ya disponía de muchas piezas valiosas, incluido un Saturn 5 enterito.

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Los dos legisladores alegaban razones económicas y administrativas y, sobre todo, la vinculación de Houston al programa espacial y al entrenamiento de astronautas. Exhibir allí el transbordador “maximizaría su impacto educativo y promocional”. En resumen, sería un buen reclamo turístico para un estado bajo control republicano. Aunque hubiera que quitárselo a Washington, controlado por los demócratas.

La nueva ley estipula que el traslado debía realizarse en un plazo de 18 meses. El Discovery es propiedad del Smithsonian desde su cesión por la NASA. Su reacción fue, por supuesto, oponerse. En primer lugar, porque la operación costaría entre 120 y 150 millones de dólares. Y eso sin contar el coste del edificio que debería acogerlo. Casi el doble de lo presupuestado.

El 'Discovery', a lomos del Boeing que le trasladó a Washington DC

Propias

Para transportarlos a grandes distancias, los transbordadores se montaban a caballo de un Boeing 747 de fuselaje reforzado. La última vez que volaron así fue precisamente para entregar el Endeavour al museo de California. La NASA tenía dos 747 y ambos están retirados del servicio, convertidos también en piezas de exhibición y –a veces– en fuente de suministro de recambios.

Sin posibilidad de mover el Shuttle por aire, la única alternativa es por carretera. Pero sus dimensiones lo hacen impracticable. El Smithsonian indica que habría que trocearlo y reconstruirlo una vez llegado a Houston. Una operación que –salvadas las evidentes distancias– recuerda mucho al conflicto con el traslado de ciertos frescos entre comunidades.

Una amputación inconcebible

El transbordador no se proyectó para ser desmontado y montado. La mayoría de técnicos e ingenieros que lo diseñaron están jubilados y sería difícil encontrar personal capaz de hacerlo con seguridad. Al menos, habría que separarlo en media docena de secciones: alas, cabina de carga, bodega y motores. Habría que retirar una a una los miles de losetas térmicas que recubren el fuselaje y seccionar cientos de cables y tuberías. Los tres motores de cola son las únicas piezas que sí podían extraerse con facilidad, ya que así estaba previsto en origen. Pero el resto podría sufrir serios daños estructurales. Aparte de que desarmar un objeto auténtico (el Discovery era el mejor conservado de los cuatro) para volver a reconstruirlo dañaría en gran manera su valor de reliquia histórica.

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Como era de suponer, el intento ha generado la oposición de otros legisladores –casi todos demócratas–. Y la airada respuesta de Cornyn y Cruz. El Smithsonian no es una agencia federal y, por tanto, estrictamente no puede ser obligado. Pero dos tercios de su presupuesto provienen de asignaciones federales, ya que es el Departamento del Tesoro quien administra su fondo fiduciario. El Discovery –y los millones de objetos de sus colecciones– son propiedad del Instituto, aunque una nueva legislación ad hoc podría dar al Gobierno más control sobre ellos.

De momento, el cierre gubernamental –ya lleva más de tres semanas– representa una tregua en la disputa. Pero la carta de Cornyn y Cruz es muy explícita cuando señala que “los fondos asignados al Smithsonian deben utilizarse de conformidad con la ley federal”. La amenaza, muy en la línea de negociación favorita de Trump, está sobre la mesa.